vitoria - El martes puede que le demos la bienvenida a Siberia-Gasteiz o a Vitoria-Tropical. ¿El tiempo no está muy loco últimamente?

-Siempre ha estado loco, pero ahora la sensibilidad está muy a flor de piel. Me acuerdo cuando mi abuela me decía “el tiempo está loco, pero más locos los que os empeñáis en estudiarlo”. Vitoria tiene un clima medio continental: está en el interior y a bastante altitud, pero muy influenciado por el Cantábrico. Es especial, con lluvia irregular. En los últimos cuarenta años, periodo del que tenemos datos, el agua no ha disminuido y si acaso ha aumentado un pelín. Tampoco ha cambiado la temperatura media.

Pues los abuelos dicen que ya no nieva como antes. Y claro, pensamos si va a ser el cambio climático.

-Lo que hay es una isla de calor. Piensa en Vitoria hace cuarenta años. ¿Cuántos coches había, cuánto asfalto, cuántas calefacciones...? En las grandes ciudades y en su entorno próximo las temperaturas han subido muchísimo. Muchos escépticos con el cambio climático aseguran que si se habla de él es porque la mayor parte de los observatorios están, como es lógico, en las ciudades, y son éstas las que se han calentado, no la Tierra. Es cierto que en algunos sitios nieva menos, pero en general no. En general, los viejos tienen mala memoria. Además, el periodismo trabaja a corto plazo, buscando el titular impactante. Y la climatología es diferente que la meteorología, es trabajo a largo plazo, con promedios. Y el promedio de Vitoria es de 11,7 grados y no ha tenido variaciones. Pero la climatotología no le importa nada a nadie, sino el tiempo, lo que pasa cada día. Por eso la gente confunde cambio climático con el meteorológico y saca conclusiones equivocadas, más en un sitio como Vitoria con tantas alternancias.

Hablemos de medio ambiente, ya que viene para eso. Vitoria fue en 2012 Capital Verde Europea. ¿Cree en el valor de estos títulos?

-Este título integra muchos parámetros que se han objetivado desde un punto de vista ambiental. Y por puntuación Vitoria ganó. Y no hay que negar ese valor. Pero luego... Es un título más bien simbólico, porque nadie puede creerse que en Vitoria se vive mejor que en Málaga. ¿Por qué? Porque lo que la gente más valora de un sitio es que no llueva ni haga frío. No nos engañemos. ¿Cuántos jubilados se van a Vitoria y cuántos a Málaga?

¿Cuánto de forma y de fondo hay en todos esos discursos políticos en favor de la sostenibilidad?

-Para empezar, sostenibilidad es una palabra absurda, porque lo que tenemos no es sostenible. Así que no puedes hacer sostenible algo que no lo es. El desarrollo en el que estamos inmersos los países ricos y al que a los pobres les gustaría llegar se basa en crecimientos imparables consecutivos y permanentes de los consumos de cualquier cosa. Un año en el que no crece el consumo eléctrico es un año de crisis. Pero crecer permanentemente es imposible. Los recursos de los que vivimos son limitados. Por tanto, la sostenibilidad implica no sostenibilidad, no seguir creciendo. A partir de ahí, los políticos hablan de sostenibilidad, como de otras cosas, porque suena bien, pero también porque tienen en la mente que algo hay que hacer para reducir los impactos. Desperdiciamos muchísimo: bombillas que dejamos encendidas, el agua potable del wáter, los medicamentos...

¿Así que mejorar las cosas depende mucho de pequeños gestos?

-Exactamente. De lo que hablaré en Vitoria es de la sostenibilidad como un concepto teórico que luego nos tiene que llevar a tomar medidas prácticas para reducir impactos que todavía son muy negativos: residuos, ruidos, contaminación del aire y de las aguas... Hemos mejorado gracias a algunas leyes pero queda mucho por hacer y, sobre todo, hace falta concienciación ciudadana. Aquí hay que tener en cuenta tres actitudes. La primera, el ahorro, lo que supone tener una posición menos imbécil con el mundo que nos rodea. Cuando te vas de una habitación y te dejas la luz encendida, estás siendo un imbécil porque no alumbra a nadie, estás desperdiciando energía y generas un consumo que te afecta al bolsillo. La segunda es la eficiencia, que supone hacer las mismas cosas que hacemos pero gastando menos. Por ejemplo, si hay un coche que consume menos no vas a comprar uno que consume más, a no ser que seas idiota y te tiente el Porsche Cayenne. Y la tercera cosa tiene que ver con reducir la dependencia de los combustibles fósiles. La energía que usamos procede principalmente del petróleo y carbón, pero si redujéramos un poco ese consumo y aumentáramos el de otras energías menos contaminantes ganaríamos mucho. Cierto es que esto tiene que ver más con los estados que con la ciudadanía pero, por ejemplo, un particular podría comprarse un eléctrico.

Aquí ya se intentó apostar por el coche eléctrico y mejor no recordar.

-El coche eléctrico es muy caro, hay que cargarlo con baterías y te puedes quedar colgado. De momento, se ha quedado en agua de borrajas. Pero ahora se está hablando mucho del híbrido, muy eficiente y con menos gasto en ciudad que en carretera. En una ciudad pondría todo el transporte público híbrido o eléctrico. Ésa sería una buena norma. Ahora bien, ¿económicamente es viable? A veces la economía se contrapone con la ecología y eso que son dos palabras que etimológicamente significan lo mismo. El problema es que en nuestro sistema capitalista, el lucro a corto plazo es lo que cuenta. El capitalismo es un gran enemigo de las medidas de eficiencia hasta que se da cuenta de que puede ganar dinero. Y entonces surgen las bombillas LED.

O el ‘fracking’. La apuesta energética vasca parece que pasa por extraer con esa técnica el gas del subsuelo, pero la ciudadanía se opone porque lo ve peligroso.

-El problema no es el fracking en sí, porque es una técnica tan contaminante como todas las otras, sino para qué. ¿Para sacar más petróleo o más gas? Pues no puedo estar de acuerdo. ¿No hemos dicho que hay que reducir el consumo de combustibles fósiles? Sí, te vas a hacer rico en Euskadi, pero a costa de que el mundo sea más insostenible. Es el caso de Estados Unidos. Desde el punto de vista económico, el fracking ha sido una bendición, porque les ha permitido salir de la crisis y el paro mucho más rápidamente, pero han aumentado los consumos de hidrocarburos como nunca mientras hablan de luchar contra el cambio climático. Es una hipocresía enorme. Por otra parte, no tiene sentido hablar de la energía de una región o de un país. Es un problema mundial. Los sobrantes se transfieren de un país a otro, éstos hacen un balance en las fronteras y pagan o cobran al final del año según hayan pedido o dado.

Y al planeta que le den.

-Al planeta le importa tres pitos lo que hagamos. Con nosotros o sin nosotros, seguirá dando vueltas alrededor del Sol. Y los bosques volverán a crecer aunque la malvada mano del hombre los haya convertido en estepas. A quien no le puede dar igual es a ti o a mí. Porque a quienes afectan nuestras conductas es a nosotros mismos. El impacto del ser humano es inevitable, tenemos tecnología y eso nos hace evolucionar, pero lo que hay que hacer es reducirlo por todas las vías posibles. Y en ese sentido la educación ambiental es clave. Los medios tenemos una responsabilidad enorme, pero sobre todo el Estado. Debería hacer campañas, programas de televisión y tocar el bolsillo al ciudadano. Estamos en un mundo capitalista. Juguemos con esas técnicas.