Su primera vez fue en... “Vaya si me acuerdo bien”, se arrancó Aitor, mientras se ataba con meteórica presteza el cordón fosforito de la zapatilla izquierda. Pronto llegaría el pelotón. El reloj señalaba las tres y diez de la tarde en la rotonda de América Latina. “1997, la décima Korrika”. Le dejó marcado. Por estrenarse, por el sentimiento de unidad, por la alegría compartida, por reivindicar sudando, por el homenaje al académico Aita Villasante, figura clave para la cultura vasca y referente en la historia de AEK, la asociación organizadora de la marcha, la que hizo que él, jatorra a borbotones pero de familia castellanoparlante, hoy viva en euskera, y por la que, cada vez que llega una nueva edición, se sume a la iniciativa. Llueva, haga un frío de rabiar o, como pasó ayer, caliente un sol vestido de imponente primavera. “Y animo a todo el mundo a que se apunte, que es una gran experiencia. Tippi tappa!”, proclamó, cual grito de guerra, para incorporarse al destacamento, un enjambre de dorsales que se deslizaba por Juan de Garay sin pausa pero sin prisa. Para entonces, recta final del circuito de paso por Gasteiz, la carrera sumaba un retraso de quince minutos. Pero y qué. Lo que cuenta aquí, de verdad, es participar.
Y si algo quedó claro ayer, cuando a las siete de la mañana la Korrika dejaba atrás la Navarra más húmeda para adentrarse en Álava es que, en nuestro territorio, son miles los euskaltzales dispuestos a demostrar su militancia y cariño a la lengua vasca corriendo. Con las primeras luces del día, la XIX Korrika bajó por el tobogán de la Montaña hacia la Llanada en dirección a Gasteiz. Antes de entrar en Vitoria, alumnos de la vigésimo cuarta promoción de la Ertzaintza portaron el testigo al pasar por la academia de la Policía de Arkaute, junto con los viceconsejeros Iñaki Gurtubai y Josu Zubiaga, despojados por un día de sus protocolarios trajes. Es lo que tiene esta carrera, que convierte a todos los participantes en iguales por una causa mayor. Y así, entrando en la capital a eso de las doce y media por su flanco más húmedo, fueron tomando el relevo de la señal representantes de una treintena de colectivos ciudadanos, centros educativos e instituciones políticas. Y mientras, vitorianos de todas las edades y condiciones se fueron uniendo al pelotón a lo largo del circuito, engordándolo y adelgazándolo y volviéndolo a engordar, a lo largo de cuatro agitadas horas.
Tras atravesar Salburua, la Korrika se dirigió a Santa Lucía, prosiguió por Adurza y de allí se dirigió a Ariznabarra. Luego escaló en dirección a Zabalgana, giró hacia Txagorritxu y continuó por San Martín, Aranzabal, Judimendi y Arana. Para entonces, ya se notaba que había llegado la hora del poteo. Muchos de los participantes, tras poner su broche, repostaban en los bares ubicados a lo largo del recorrido. En Bastiturri, Melchor había acudido al local de su amigo a echarle una mano y la ayuda había sido como maná caído del cielo. “Imaginábamos que iba a haber movimiento, entre la marcha y que anunciaban muy buen tiempo, y no nos hemos equivocado”, explicó el trabajador. Lo gordo, no obstante, se cocía ya para entonces en la entrada al Casco Viejo. A las tres de la tarde, el pelotón aterrizaba en una abarrotada calle Cuchillería, con el concejal peneuvista Álvaro Iturritxa portando el testigo como representante del Ayuntamiento. Para entonces, Rubén, Amaia y Ane, madre, padre e hija, esperaban ya la llegada de la carrera para unirse. “Es la segunda vez y no queríamos perdérnoslo. Corremos sólo un kilómetro, a modo simbólico. Y luego a disfrutar del ambiente que se queda por el centro, que es muy bueno”, dijeron.
Y de verdad que lo fue. Mientras la Korrika abandonaba la ciudad por Lakua en dirección a Bilbao, tras 58 kilómetros en suelo vitoriano, su huella se dejaba sentir en la plaza de la Virgen Blanca, el Matxete y el Gaztetxe, entre actuaciones en homenaje a la cultura vasca y más poteo, que también es una cosa muy nuestra. Tippi tappa, tippi tappa!