el autobús de La Burundesa se detuvo mansamente en la entrada de la estación de la plaza de Euskaltzaindia. El chófer, un tanto apurado por el retraso de casi 10 minutos que acumulaba el servicio, consecuencia de la suma de las pequeñas demoras de los recorridos anteriores, bajó la ventanilla y se aprestó a contestar a una de las técnicos del nuevo recinto. “¿Qué línea estás haciendo?, le preguntó con los ojos puestos en una carpeta llena de indicaciones. El conductor casi no la dejó tiempo a acabar. “Vengo de Agurain”, le explicó. Fue la acotación que guió la mirada de la trabajadora de la infraestructura, que ayer abría sus puertas por primera vez. “Pues al andén 13, por favor”. Ni corto ni perezoso, el chófer aceleró y guió su vehículo hasta el puesto asignado. Una vez parado, un ligero suspiro se escapó de la boca del piloto, que abrió las puertas del transporte para liberar a los viajeros, un tanto perdidos en el estreno. Quien más quien menos, echaba los ojos hacia los andenes. Otros, volvían la cara hacia las puertas del edificio, del que no paraban de salir usuarios y curiosos por partes iguales.
“Parecemos alumnos en el primer día en un nuevo colegio. Ahora nos toca acostumbrarnos a todo esto”, explicaban desde el interior de una ventanilla de información en el edificio principal. Desde ella, la visión distaba mucho de ser parecida a lo que se vivía en el viejo apeadero de Los Herrán. “Allí, le gente iba a coger un autobús, a comprar un billete, a informarse o a recoger o esperar la llegada de alguien. Aquí, hoy, la gente parece que está de turismo. Hay más que en Barajas un día de vacaciones”, añadía. No era para menos. Cuando el reloj marcaba las 9.30 horas, el trajín del recinto sobrepasaba cualquier previsión. Y no porque la venta de billetes se hubiera multiplicado. No. El interés de la ciudadanía convirtió el estreno de la terminal en un ejercicio de socialización extremo. A ello contribuyó también la aparición de numerosos profesionales de los medios de comunicación, que no querían perderse las vicisitudes de un día llamado a engrosar con grandes letras la pequeña intrahistoria de la capital alavesa.
En busca de información Junto a las colas creadas frente a las cabinas de las distintas compañías que operan en la estación cohabitaban cuadrillas comentando las excelencias del edificio, viajeros previsores buscando la dársena adecuada para esperar a su autobús y trabajadores del apeadero un tanto atribulados por las consecuencias de la novedad. “Hemos dado más explicaciones hoy que en un mes en la otra estación. Pero es lo normal. Los usuarios aún desconocen de dónde salen sus autobuses. Eso es lo que preguntan”, explicaban desde La Unión.
En cualquier caso, el paso de unos y otros dejó ayer imágenes curiosas que difícilmente se borrarán de la memoria de los protagonistas de la jornada. Por ejemplo, la de los distintos grupos de vitorianos, muchos de ellos, con edades como para haber conocido los prolegómenos de la vieja estación de la calle Francia, que no dudaban en apañar concursos dialécticos sobre las bondades y los defectos de la instalación ocupando un buen número de los asientos reservados para la espera de los usuarios. Ellos no tenían prisa, pero sí que había alguno de los viajeros con caras de cierta amargura por llegar con el tiempo justo y sin saber hacia dónde dirigirse, que trataban de regatear a quienes intentaban hacer cola para pedir información en las cabinas que, a su vez, también trataban de no ser atropellados por quienes no encontraban sitio por el que escapar, ya que la zona de espera estaba repleta hasta la bandera. Parece 20 años de estación provisional ha pillado a los gasteiztarras con la incredulidad activada.
En fin. Cosas de un día de estreno. Sólo el paso de los días logrará que esta ciudad deje de hablar de la estación de autobuses y que ésta funcione con la normalidad y la cotidianidad que requiere un equipamiento de sus características.