kaddour Sbai y Jean Robert Laarhoven ejemplifican la rica identidad multicultural que siempre ha caracterizado a Gasteiz. Marroquí y holandés, respectivamente, el primero se instaló en la capital alavesa hace ya ocho años y el segundo algo más tarde, en 2013, aunque después de haberla visitado en múltiples ocasiones, incluso para casarse con una “VTV” en la basílica de Armentia.
Ambos vinieron a trabajar, a sumar, y se encontraron con una ciudad que les acogió con los brazos abiertos. Tanto, que con el tiempo decidieron convertirla en su hogar definitivo. “Es un lugar maravilloso. Nunca estás aburrido y su gente siempre te da la bienvenida”, certifica Sbai, nacido hace 49 años en la ciudad de Oujda, muy cercana a la frontera con Argelia.
Una sensación que también comparte Laarhoven, natural de Breda, 39 años, vecino del barrio de Lakua y ahora divorciado, tan integrado en la vida de Vitoria que incluso pertenece a la cuadrilla de blusas Bereziak. Como Jeantxu le conocen sus compañeros de paseíllos. Director comercial de una conocida empresa con sede en Amurrio, “nunca” ha sentido ningún tipo de rechazo por el simple hecho de ser extranjero. “Como mucho, me han preguntado en voz alta si hablo español”, asegura entre risas.
Aunque por desgracia los comportamientos racistas y xenófobos no son nuevos, incluso en una ciudad históricamente tan abierta con el diferente como Vitoria, la campaña emprendida por el alcalde Javier Maroto para endurecer los requisitos de acceso a la RGI y su empeño en señalar al colectivo magrebí como defraudador sistemático del sistema de protección social han sembrado el terreno de una crispación hasta ahora desconocida. El riesgo de que esos valores integradores se pierdan preocupa a ambos, y mucho, aunque ese dedo estigmatizador apunte sin ninguna duda hacia una dirección. “Yo siempre digo vive y deja vivir. Mi caso no es parecido, pero en parte también te identificas”, asegura Laarhoven.
Sbai, por descontado, sí se siente aludido ante la ofensiva iniciada por Maroto, pese a que nunca ha sido víctima de actitudes directas de rechazo. A diferencia, eso sí, de otros de sus compatriotas. “Algunos sí lo sienten, pero lo que nos da alegría es la respuesta de la sociedad vitoriana, de esa gente que sabe lo que son los derechos humanos”, remarca. Sin embargo, no duda en asegurar que “la vida ha cambiado mucho últimamente”, coincidiendo por un lado con las maniobras del primer edil vitoriano y, por otro, con la nefasta situación económica y laboral que algunos de sus correligionarios ayudaron a engendrar. “No hay trabajo y además hay gente que te mira de otra manera”, lamenta Sbai.
Frente a esa “cortina de humo” generada por Maroto “para ocultar su mala gestión”, Sbai ha dado el paso de crear junto con varios compatriotas el colectivo vasco-magrebí Atawasol. “Después de ver esas declaraciones falsas, decidimos crear una asociación para defender los derechos de las personas que se sienten discriminadas y excluidas”, explica este licenciado en Derecho que, cuando llegó a tierras alavesas, solo y en busca de una vida mejor, encontró su primera oportunidad laboral en el matadero de Berantevilla. La crisis acabó después con las esperanzas de Sbai, que ahora sufre una incapacidad temporal y es pensionista, de retomar su vida laboral.
realidad compartida Una realidad que tristemente ha tocado de lleno a cientos de sus paisanos, muchos de los cuales encontraron durante la pasada década en la construcción un refugio económico para escapar de la escasez. “Cuando llegó la crisis muchos perdimos el trabajo, los pisos... Y muchos se marcharon de Vitoria. Acostumbrados a levantarse a las 6.00 para ir a trabajar, no pueden seguir así. Son los que no tienen obstáculos, hijos, y se marchan”, certifica. Y todo a pesar de haber estado cotizando a la Seguridad Social y pagando impuestos y, a buen seguro, teniendo derecho a una prestación social.
También a juicio de Laarhoven, Maroto ha metido en el mismo saco a un amplio y heterogéneo colectivo, una actitud “peligrosa” que este holandés bien puede contextualizar echando un simple vistazo a la realidad política de su país, ejemplo histórico de defensa de las libertades individuales pero donde ahora la extrema derecha tiene responsabilidades de Gobierno. “Se está creando una brecha. Habrá gente que dirá que el alcalde tiene razón, que le siga sin más, leyendo esas dos letras de su discurso. Pero hay que tener mucho cuidado”, advierte.
Desde que llegó a Álava en el mes de abril de 2005 -también vivió unos años con su expareja en Izarra- previo paso por su país natal, Bélgica, Italia o Santander, Laarhoven ha conocido a algunas de esas personas que, pese a la habitual frialdad inicial que caracteriza a muchos alaveses -aunque suene a tópico-, “luego se mueren por ti”. Padre también de dos hijos, su primera visión de Gasteiz no pudo ser más privilegiada, el emblemático restaurante El Portalón, donde cenó una fecha difícil de olvidar, el 3 de agosto de 2001. Un día después, cuando apenas sabía decir “siesta, fiesta, playa y paella” -recuerda sonriente-, conoció en vivo y en directo la bajada de Celedón.
“Igual al principio es más difícil conocer a la gente de aquí, te miran de reojo, pero una vez superada esa barrera todo es muy fácil. Llevo ya muchos años aquí, pero me siento como en casa”, asevera Laarhoven. Un territorio “abierto” y acogedor que pretende que sea su casa durante mucho tiempo más. “Cualquier sociedad donde el extranjero viene a ayudar y a integrarse acoge bien. Y en Vitoria también pasa eso”, añade.
Sbai, por su parte, confía en que la ofensiva del alcalde se quede ahí “por el bien de todos” y que el próximo 24 de mayo “la gente que sí puede votar, porque el colectivo magrebí no puede” -recuerda-, responda en las urnas. “Quiero mandar un mensaje a los vecinos de Vitoria de siempre. El alcalde está engañando y la víctima próxima son los de aquí. No sólo va a por los extranjeros”, advierte. En su afán por “cambiar las cosas”, Sbai también se ha sumado a una candidatura del proyecto político de Podemos en Euskadi. Un signo indudable más de su afán de integración.