Vitoria- Cuenta una leyenda, y por qué no creer en ella, que Artabán fue el cuarto Rey Mago. El más sabio y el más rico. Cuando los astros revelaron el próximo nacimiento del Mesías, emprendió el viaje a Belén cargado con un diamante protector de la isla de Méroe, un pedazo de jaspe de Chipre y un fulgurante rubí de las Sirtes como triple ofrenda al Niño Dios. Pero nunca llegó a su cita. La culpa la tuvo su piedad. Cuando se aproximaba al zigurat de Borsippa, una antigua ciudad de Mesopotamia donde había quedado con sus tres compañeros para continuar juntos el camino, se topó con un anciano moribundo y desahuciado por bandidos. Interrumpió su trayecto, curó sus heridas y le ofreció el diamante al viejo como capital para proseguir la andadura. Al llegar al punto de encuentro, Melchor, Gaspar y Baltasar ya habían partido. Así que prosiguió solo. Pero continuaron las contrariedades. Y siempre fue tarde para él. Una historia llena de obstáculos y bolsillos finalmente vacíos que el mismo cuenta estos días en el parque de La Florida. Porque al fin, 2014 años después, con la ayuda de los niños de Vitoria, sea capaz de llegar a tiempo al pesebre, entregar sus regalos y ser recordado.

Detrás de la historia hecha carne de Artabán está, cómo no, la empresa turística Artea, tan experta en visitas teatralizadas que no hay nuevo experimento que se le resista. Para la del cuarto Rey Mago se agotaron todas las entradas rápidamente, incluidas las del último pase de hoy a las doce de la mañana. “Ha funcionado muy bien. Los niños sienten mucha curiosidad y quedan encantados”, afirma Elizabeth Ochoa de Orive. El monarca de Oriente que nunca pudo adorar a Jesús aparece entre sus compañeros para sorpresa del público, inesperada figura móvil entre el inmovilismo de las estatuas del Belén monumental. Luce cabello y barba rojiza, lleva gafas doradas, viste una túnica y una capa negras de terciopelo salpicadas de piedras preciosas y ciñe el conjunto con una corona. Tiene claro su objetivo y no duda en pedir ayuda a los espectadores, aunque como es un tanto despistado puede resultar desesperante. Quienes quieran ayudarle en su aventura deberán armarse de paciencia. A fin de cuentas, si lo logra, ya serán cuatro los monarcas a los que pedir regalos. Y él ha dejado bien claro a todo el que le ha querido escuchar hasta ahora que tiene muchas ganas de recibir cartas y responder a ellas. Parece que está más que harto de sentirse olvidado.

El parque de La Florida ha regalado a Artabán la oportunidad de reescribir una leyenda bastante más dura que la que representa ante la chavalería. Tras dejar atrás Borsippa y llegar a Judea, no encontró ni a los Reyes Magos ni al Redentor, sino a hordas de soldados de Herodes degollando a recién nacidos. Como le sucedió con el anciano, sintió que algo debía hacer. Y actuó, ofreciendo a uno de los centuriones, que con una mano sostenía a un niño y en la otra blandía la espada, el rubí destinado al Hijo de Dios a cambio de la vida de aquel pequeño. El chantaje no surtió efecto. Fue apresado y encerrado bajo llave en el palacio de Jerusalén.

El cautiverio duró treinta años, mucho tiempo durante el cual le iban llegando fabulosas noticias de un Mesías que no era sino aquel Jesús al que había ido a adorar tiempo atrás. Cuando fue absuelto, erró por las calles de Jerusalén, sin rumbo, hasta que llegó a sus oídos un terrible anuncio: la crucifixión de Cristo. No se lo pensó dos veces y encaminó sus pasos al Gólgota. Por el camino, sin embargo, la llamada de la piedad volvió a perforar sus tímpanos. Un padre estaba subastando a su hija para liquidar deudas. Artabán se apiadó de ella y compró su libertad con el pedazo de jaspe de Chipre, la última joya que le quedaba por ofrecer al Niño que ahora expiaba la culpa de la humanidad, clavados sus pies y manos a un trozo de madera. Triste y desconsolado, se sentó junto al pórtico de una casa vieja. Ya no tenía nada para él.

En aquel momento, la tierra tembló. Jesús había muerto. Y una enorme piedra golpeo la cabeza de Artabán. Entre la inconsciencia y la ensoñación, se le apareció una figura. Era el Mesías. Moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey imploró perdón por no haber podido cumplir con su misión de adorarle. Y la voz de Jesús se escuchó con fuerza: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. El viejo sabio, agotado, preguntó: “¿Cuándo hice yo esas cosas?” Y Él contestó: “Todo lo que hiciste por los demás, lo has hecho por mí, pero hoy estarás conmigo en el reino de los cielos”. Y juntos subieron a las alturas, para descansar eternamente.

y las leyendas del belén La de Artabán no es una historia para niños, salvo cuando se reinterpreta en La Florida, escenario estos días de otra visita teatralizada: Leyendas del Belén. Una ruta para adultos y chavales a partir de diez años, con pases los días 3 y 4 de enero a las 18.30 horas y con un precio de seis euros por persona, que promete emoción y entretenimiento. “Esta actividad gira en torno a los misterios, anécdotas y curiosidades de nuestro Belén. Inauguraciones a dieciocho grados bajo cero, los cambios de oficio de la Virgen y San José, los dos niños Jesús, los modelos elegidos para algunas de las figuras, la noche negra de Reyes...”, cuenta Ochoa de Orive. Un montón de historias entrelazadas por un conjunto monumental que ya es cita ineludible todas las navidades.