Las navidades de nuestra infancia son muñecas de Famosa que se dirigían al portal, nevadas que desplegaban mullidos colchones blancos sobre las calles, largos paseos bajo luces rojas y amarillas, tazas de chocolate con churros, villancicos, juegos de mesa, bolas decorativas que se rompían con la mirada, pinos que exfoliaban sus ramas sobre la alfombra de casa y unos pocos regalos. Eran perfectamente modestas y modestamente perfectas, sin teléfonos móviles que interrumpieran el éxtasis, acogedoras, siempre esperadas. Distintas a las de ahora, quizá, no tanto como pudiera parecerlo en el fondo. Los niños de hoy todavía transmiten la ilusión de los de entonces, aunque esperen más y valoren menos, gracias a esas familias que tratan de mantener intacta la felicidad entusiasta y melancólica de estas fechas y la transmiten a las nuevas generaciones. Por algo en los hogares donde huele a infancia, las fiestas se viven con una alegría renovada. La presencia de los más pequeños anima a disfrutar con ingenuidad de la celebración, haciendo planes para los hijos, sobrinos y nietos, disfrutando con ellos y en ocasiones mucho más que ellos.

Una de esas citas ineludibles y consolidadas es el Parque Infantil de Navidad. Son tantos los años que lleva organizándose, que todo el mundo lo conoce ya como PIN. Este año es, no obstante, el segundo que se celebra en la Ciudad Deportiva del Baskonia. Una ubicación que no termina de gustar a todo el mundo, pero de la que el equipo de gobierno parece sentirse muy satisfecho. Pese a las críticas de la oposición municipal, ha decidido volver a apoyar la celebración de esta iniciativa de carácter público en un recinto de titularidad privada en vez de mantener el que organizaba tradicionalmente el Ayuntamiento de Vitoria en el centro cívico de Hegoalde. Una decisión que en nada ha alterado la diversión de los más pequeños, pues incluso disponen de más espacio que antes, pero que conlleva algunas molestias. La ubicación en el Bakh obliga a adultos y pequeños a trasladarse hasta allí en coche o en la línea 3, que ahora tiene horario de festivo. Al menos, eso sí, una vez llegados al destino, no encuentran ni un solo problema de aparcamiento. Ayer a media mañana, eran muchísimas más las plazas solitarias manchadas de lluvia que las ocupadas por los coches.

Medio centenar de familias disfrutaba entonces del PIN, un parque diseñado en función de las edades y gustos de los participantes a lo largo de la zona polideportiva y las barracas de la cúpula, unidas entre sí por un tren chuchú. En la primera, un área bajo cubierto y con una reconfortante temperatura, estaba congregada entonces la mayoría de ellas. Los niños a ras de suelo, con las atracciones y vigilados por trabajadores con preparación infantil. Los adultos, en un balcón de la primera planta, observando sus movimientos. Una distribución que busca intencionadamente evitar que unos y otros se mezclen en el área de juegos para evitar el follón que se producía en Hegoalde, aunque no todos los progenitores hayan sabido encajar el cambio. En la pasada edición, hubo quienes mostraron su preocupación y advirtieron de que no había personal suficiente para ocuparse de los críos sin que se produjeran contratiempos. Probablemente las quejas no cayeron en saco roto, porque en esta ocasión los monitores han pasado de ser doce a dieciséis. Un incremento que ellos mismos aplauden. “Cuando lleguen los días fuertes, con una ocupación del cien por cien, podremos ocuparnos mejor de todos”, afirmaba la coordinadora del área, Andrea Vázquez.

Desde que el PIN abrió este martes, el ritmo ha sido llevadero, “pero lo mejor está aún por llegar”. Los niños, no obstante, “se portan muy bien”. Sus atracciones favoritas están siendo por ahora “el jumping, los distintos tipos de hinchable, el toro mecánico y las canchas de baloncesto”, aunque no hay una que quede vacía. La oferta se completa con un futbolín humano, un rocódromo, videoconsolas, juegos de mesa, un circuito ecológico, talleres de maquillaje, de reciclaje, manualidades... Además, en esta edición se ha habilitado un área especial para los más pequeños, con el objetivo de protegerlos del trajín de los mayores y que los padres se queden tranquilos al dejarlos en manos de los monitores. “Todos estamos formados para trabajar con los pequeños y nos encanta hacerlo”, tranquiliza Jon Idoia, un joven integrante del equipo pero con una dilatada experiencia en el parque navideño, veterano de Hegoalde y repetidor en la Ciudad Deportiva del Baskonia.

Desde el balcón con vistas al PIN, sin perder la sonrisa, las familias hablaban de los pros y contras de no poder estar abajo con los hijos. Quienes tenían niños muy pequeños mostraban la principal pega muy gráficamente: gran parte de ellos no había querido despegarse de sus referentes y esperaba con los progenitores, abuelos o tíos a que los mayores de la casa se desfogaran. “Tendrían que haber habilitado un espacio para que nos pudiéramos colocar cerca hasta que se sintieran más tranquilos”, opinó Raúl Espartero, padre de un hijo de dos años y otro de cinco. Izaskun De San Eduardo, madre de una niña y un niño de las mismas edades, compañeros del colegio, lanzaba la misma petición, pero reconocía que “en el caso de los chavales de más edad está muy bien que anden por su cuenta porque en Hegoalde se montaba un gran follón”. Para ella, si algo resulta más inconveniente es la ubicación del parque, “tan alejada del centro que obliga a coger el coche, y yo tengo amigas que no tienen esa opción y, por tanto, no pueden traer a los críos”.

Eider Ansótegui y Unai Portilla no habían tenido reparos en acercarse hasta el Bakh, motorizados y con sus sobrinos de seis, ocho, nueve y diez años. En Navidad, ejercen con gusto de tíos y ayer estaban encantados de verlos disfrutar del PIN y saludarlos desde el balcón. Llevaban para entonces tres horas y media en el recinto, tiempo durante el que habían aprovechado para tomar un refrigerio sin que los chavales apenas se dieran cuenta de su ausencia. Estaban muy entretenidos, pasando el rato entre los hinchables y los patinetes. “Ya estuvimos el año pasado y se lo pasaron genial. Y al estar sin adultos de por medio, es mejor para ellos. Además, los monitores apuntan nuestros números de teléfono en una pulsera y si hay algún problema nos llaman”, explicaron. También Lucía Susinos, madre de dos hijos de cinco y tres años, residente en Santander y de visita en Vitoria para pasar la Navidad con los abuelos, reconocía no tener problemas en dejar solos a los niños, pero su hija de tres años, como les había pasado a Izaskun y Raúl, no había querido separarse de ella. “Allí no funciona así”, confesó.