Flores de Pascua, bolas y guirnaldas adornan, gota a gota, mostradores y techos. Se nota la cercanía de esa época del año en que miles de familias pasan de apretarse el cinturón a aflojárselo literalmente. Y en Abastos, la proximidad huele a ilusiones recicladas. Ésta será la primera Navidad de la nueva plaza. Fechas marcadas en rojo en el calendario de los minoristas que le dan vida. Desde la reapertura allá por el mes de julio de los puestos en la planta baja, una de las fases del revolucionario proyecto de modernización del mercado más castizo de Vitoria, todos sus curtidos vendedores han levantado la persiana cada mañana con la emoción del niño que estrena juguete, convencidos de que las obras en las que tantos esfuerzos han volcado han de marcar un antes y un después. Por eso, en el inicio de estos días de trajín intenso, unos y otros han desplegado su arsenal: calidad en la materia prima y un trato al cliente con pedigrí para, sea cual sea el presupuesto, convertir las mesas de los gasteiztarras en sabrosos puntos de reunión.

La crisis continúa emponzoñando el ambiente, pero puede que no tanto como en años pasados. Y el optimismo renovado de Abastos se encarga de dibujar un vaso medio lleno. “La gente gasta, a pesar de la crisis, aunque no como antaño. Lo hace con cabeza, es consecuente: comer bien y que no sobre”, apostilla Mari Carmen Unzalu, carnicera y nueva portavoz de los comerciantes del mercado. Las primeras compras en su puesto ya comenzaron, de la mano de esos ciudadanos que prefieren evitar las colas de última hora y congelar, pero sabe que el batallón llegará mañana. Siempre pasa lo mismo. “No nos gusta esperar, pero luego todos estamos al mogollón. Y nos quejamos de que hemos tenido hora y media de cola en la pescadería, media en la charcutería...”. La trabajadora se ríe de las contradicciones humanas, mientras calienta cuchillos para recibir la avalancha de clientes navideños, de viejos y de nuevos, que desde la reforma estos últimos son cada vez más. “Todo el mundo dice que ahora da gusto entrar porque con la obra hemos ganado atractivo y comodidad. Vienen más jóvenes, que se quedan alucinando con el género que hay y acaban comprando. Y más señoras marías, a las que les daba pereza acercarse por las escaleras. Y personas discapacitadas... Así que estamos muy contentos y confiamos en que se note en la caja”, subraya la minorista.

La expectación planea también en el océano de Imanol Martínez. Los pedidos, modalidad habitual de su negocio en fiestas, ya han alcanzado el nivel de años pasados. Y ahora faltan por llegar quienes “compran sobre la marcha, de paso, a última hora”, así que puede que esta Navidad finalice coleteando de alegría. “Desde la inauguración, se ha notado más movimiento y nuevos perfiles. Antes la edad media superaba los cincuenta años. Ahora se ve a muchas familias con niños, sobre todo el fin de semana”, asegura este minorista que sí limpia pescado. Mucho, además, en estos días, porque su género es un indispensable en miles de mesas. “¿Productos estrella? Los de siempre: el besugo, la lubina y la merluza, el rape para hacer sopas y salsas, las cocochas... Y los chipirones, que son como el comodín de todas las casas. Se los llevan limpios, los preparan de víspera y si viene mucha familia de fuera, ahí están para saciar”, cuenta el vendedor. Se le nota contento, aunque tiene un lamento: el incremento de precios típico de estos días, que llegó el pasado fin de semana y podría ser aún mayor estos próximos días si hay mar revuelto.

“La gente se cree que nos viene bien la subida de precios, pero es justo al contrario. Llegan ya tan inflados que, para reducir el impacto en la clientela, tenemos que estrechar aún más el margen de beneficios”, explica Imanol. La merluza de pincho de dos kilos y medio estaba a 26 euros la semana anterior y el lunes pasó a costar 33. El besugo ha subido de 34 a 46; el rape, de 32 a 42; el bacalao, de 18 a 22. Son incrementos bárbaros que se repiten cada Navidad y, aun así, la mayoría de la gente no compra con antelación para congelar. Una realidad que, a priori, resulta absurda, muy especialmente en tiempos de crisis, pero el pescadero le encuentra explicación. “Estamos acostumbrados a comer pescado fresco de normal, por lo que vamos a quererlo fresco en días señalados”. En las carnicerías existe la misma querencia a comprar género recién sacrificado, aunque al menos aquí las oscilaciones no son tan llamativas. De todos los hits de Mari Carmen, cabrito, cochinillo, cordero, chuletas y solomillo, sólo los dos primeros suelen engordar unos euros con la cercanía de las fiestas. Hay menos y los vitorianos los quieren pequeños, tiernos, “así que se cotizan algo más”.

Evidentemente, cuando hay que mirar sí o sí el céntimo, existen otras opciones jugosas y con un precio más razonable en el mercado. Como las que ofrecen las pollerías. Manuel Rabasco, que dejó la portavocía de la plaza pero se resiste a jubilarse, ya ha puesto a la venta su mejor oferta de aves de corral y caza. El capón está a 13,90 euros; la pularda LumaGorri, a 13; las pavitas y las patitas, que se sirven limpias, a 8,50; la paloma, a 8,70; la perdiz de campo, a 20... “Se pueden poner cosas bien ricas y no muy caras”, afirma este enamorado de las luces de Navidad, de las felicitaciones y los buenos deseos, de que existan de vez en cuando motivos para sonreír, juntarse y conversar. Un entusiasmo que lo es más desde el inicio de la renovación del mercado. “Tenemos un edificio lleno de luz, bonito, donde se está caliente... La frase que más se repite ahora es que el mercado invita a venir. Y además se está ampliando la oferta, con la tienda de bacalao y la de delicatessen, El Corte Inglés, que siempre es un compañero de viaje apetecible, Canuto... Y pronto llegará Heredad Ugarte y después abrirán los gastrobares y la terraza gastronómica. Así que ojalá que el ritmo siga subiendo. Las perspectivas son buenas”, aplaude el veterano minorista, sin perder ripio con el deshuesado.

Tradición y modernidad, lo viejo y lo nuevo, se dan la mano ya en Abastos. Enfrente de Rabasco trabajan desde hace dos semanas Arantza Susunaga y Tycho Vandenberg, responsables de haber duplicado el espíritu de Corre 34 Delicatessen en la plaza. Una apuesta arriesgada de un matrimonio atrevido que decidió hace cinco años descubrir a los vitorianos otra manera de comer y de disfrutar desde la colina y supo hacerse un hueco. Lo que ellos ofrecen no lo tiene nadie más. No así. Los quesos de afinadores son su plato fuerte, vendidos a peso, con un corte especial, aunque no hay estante sin sorpresas. Productos que parecen de capricho pero que, para algunos gasteiztarras, se han convertido en indispensables de su despensa. “La pasta, por ejemplo... Quien la prueba ya no quiere otra”, asegura ella, muy satisfecha por la respuesta inicial del público que acude al mercado. Por eso, al nuevo año sólo le pide “vender mucho”. Es lo que quieren todos los minoristas, tras la inversión realizada. “Que dure aquí al menos otros veinte años”, desea Imanol. “Y que trabajemos a tope”, apostilla Mari Carmen. “Y que la gente nos conozca más”, concluye Manuel.