El abogado Joseph Miller recibe en su oficina la visita de un hombre de enfermizo aspecto que se presenta como Andy Beckett. Su rostro es pura cicatriz. Las ojeras emergen debajo de sus ojos como bolsas de plástico hinchadas por el viento. No tiene pelo en la cabeza. Apenas en la cara. También es abogado. Le explica que quiere demandar a su antigua firma. Asegura que le despidieron injustamente, por tener sida. La escena forma parte de la famosa película Philadelphia, rodada en 1993, una época en la que la que la concienciación se había abierto paso. La llamada década del sexo seguro. Muchas personas contagiadas en los ochenta por relaciones sexuales y por drogas inyectadas estaban falleciendo, por lo que se habían impuesto las prácticas con protección. Había miedo. Hoy, sin embargo, que es cuando más conocimientos existen, ese temor ya no se da. No como antes. Con la medicación retroviral, que en la actualidad y en la mayoría de casos consiste en una simple pastilla antes de dormir, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida ha dejado de matar. Y en gran parte por eso, y aunque la esperanza de vida sufra un tijeretazo de hasta diez años, la gente se ha relajado. Más de la cuenta. El año pasado se detectaron en Euskadi 143 nuevos casos de VIH, el virus causante de la enfermedad; 19 de ellos, en Álava. Una cifra en descenso respecto a pasados ejercicios, pero que resulta muy abultada dados los esfuerzos que imprimen las instituciones y las ONG por combatirla. Al personal le gusta jugar a la ruleta rusa.
A menos de dos semanas del Día Internacional de la Lucha contra el sida, que se celebra hoy, el Gobierno Vasco quiso visibilizar esta realidad preocupante con el anuncio de un programa estratégico de prevención y control de ésta y otras enfermedades de transmisión sexual que se desarrollará de aquí a 2018 para reducir la incidencia en un 10%. Es un objetivo ambicioso, porque la miríada de factores en contra de esta batalla resulta abrumadora. Y eso partiendo de la base de que ahora más del 90% de las infecciones se produce por algo tan sencillo de dirigir como son las relaciones sexuales, en vez de la ansiedad de la drogadicción. Un sinsentido que el coordinador de los planes para el control de las ETS en Osakidetza, Daniel Zulaika, intenta explicar. “Cuando empezó la epidemia, pensamos que iba a ser difícil acabar con los hábitos de quienes se inyectaban droga, porque cuando tienen mono se inyectan lo que sea, y bastante más sencillo evitar el contagio por vía sexual porque no se trataba más que de usar preservativo. Pero fue al revés. Los drogadictos cambiaron de hábitos. Los demás, no tanto, sobre todo pasada la década de los noventa”, arranca. Esa disminución del miedo de la que antes hablábamos influyó significativamente, pero no fue el único ingrediente. “Desde el principio han entrado en juego otras razones, muchas de ellas psicológicas, que dependen de aspectos insospechados, como el apasionamiento, el enamoramiento, que puede ver en el condón una muralla, la influencia de los padres y de otras personas, sobre todo en los adolescentes, o los motivos culturales”, ahonda este profesional.
Y hay más. En los últimos quince años, han surgido otros dos factores determinantes para que la gente haya bajado la guardia. Uno es la globalización, fenómeno mundial que favorece el número de contactos y la posibilidad de diseminación de infecciones. “Supone que yo puedo tener una relación sexual hoy en Bilbao, mañana en Roma y pasado en Tokio”, explica Zulaika. También conlleva movimientos migratorios de diferentes culturales sexuales donde la protección no se ve bien, con la consiguiente influencia mutua. Y luego está Internet. “Gracias a las nuevas tecnologías”, apuntilla este profesional, “existen aplicaciones para móviles que te permiten recibir un mensaje de busco sexo y espacios donde se encuentran muchos reclamos de relaciones sexuales sin preservativo”. Incluso, aunque pueda sorprender, con personas que tienen el VIH. Zulaika los conoce bien. “Hay foros donde dices soy seropositivo y quiero mantener relaciones sin protección, y a los pocos minutos aparecen varias personas dispuestas a jugársela”, sostiene. Conductas irresponsables que tienen que ver con la complicada trastienda de nuestras cabezas. Un tenderete de emociones que lo mismo anima a unos a buscar el peligro como hace que otra gente que piensa que ha encontrado al hombre o a la mujer de su vida no quiera empezar la relación planteándole que se ponga un preservativo. ¿Adolescentes? “En absoluto, para nada”, apostilla el especialista.
El resultado de toda esta amalgama de circunstancias, motivaciones, contradicciones, pasiones y afectos dibuja un perfil que tiene poco que ver con la locura hormonal que acompaña a la primera juventud y no está tan relacionado como algunos podrían pensar con esa promiscuidad que suele atribuirse a los gays. La edad media de la persona con VIH es de 36,7 años. El 55,9% de los infectados es por relaciones homobisexuales. El 23,8%, heterosexuales. Y tan sólo un 3,5% se debe a drogas. En total, el 63,2% de los enfermos es hombre y el 36,8% mujer. Para colmo, más de la mitad de los nuevos casos detectados presenta un diagnóstico tardío. Es el problema de que el virus no se refleje en la salud con la prontitud de otras ETS. Zulaika pone la advertencia sobre la mesa sin pelos en la lengua. “Si pillo una gonorrea, en unos días me empieza a salir pus por el pene. Si contraigo una sífilis, en unas tres semanas me aparece una úlcera en el glande. Pero con el VIH no vería la sintomatología hasta cinco o seis años después de haberme contagiado”. Así de claro.
Al menos, eso sí, la capacidad de contagio del sida es menor que el de otras enfermedades de transmisión sexual. “Es que, si no, sería la debacle. Y ya es bastante preocupante la relajación que se produce debido a las medicaciones actuales, como si no importara contagiarse. Y eso que, como siempre dice un amigo seropositivo mío, es mejor no estar infectado que estarlo”, continúa Zulaika. Tanta frivolidad sorprende, pero en realidad no sólo sucede con el VIH y las ETS. Ocurre con todos los problemas de salud pública. Sin excepciones. “Siempre un paso adelante en el tratamiento supone dos pasos atrás en la prevención”. Es uno de los dogmas de la sanidad, lo que no quita para que desde Osakidetza sigan impulsándose acciones encaminadas a evitar nuevos casos. Al revés. Junto con el plan 2015-2018, desarrollado a través de cuatro líneas estratégicas de trabajo para reducir la epidemia y atender en su sentido más amplio a las personas afectadas, se siguen poniendo en marcha otras iniciativas innovadoras.
Una de ellas es el programa de formación dirigido a profesionales de atención primaria, y en cuyos cursos han participado ya 600 trabajadores a quienes se ha instruido sobre la evolución de estas infecciones, cómo hablar de sexualidad con los pacientes, la problemática específica en la adolescencia o cómo identificar una de estas enfermedades. “Y en 2015 se va a ahondar en esta línea de trabajo, iniciada en 2013”, anunció recientemente el consejero de Sanidad, Jon Darpón, en una rueda de prensa en la que también informó de la celebración en Euskadi del XVII Congreso Estatal sobre el sida y las ETS. El año que viene, del 6 al 8 de mayo, este foro reunirá en Donostia a los mejores expertos a escala internacional en este campo. El lema será Reduciendo la vulnerabilidad del VIH en poblaciones clave y su intención, poner de manifiesto la necesidad de prestar una especial atención a aquellos grupos sociales que se encuentran más desprotegidos, como son los hombres con relaciones homosexuales y las mujeres que ejercen la prostitución. No se puede bajar la guardia.
La década maldita. Los años ochenta entraron con aire de libertad para España y gran parte del mundo. Sin embargo, sus inicios quedaron marcados con la llegada de una nueva enfermedad que desconcertó a las comunidades médicas, tanto por los síntomas como con la rapidez que se cobró a sus primeras víctimas. En Euskadi, desde 1984, se han producido 5.812 casos de sida. Por suerte, la mortalidad se ha ido controlando, aunque aún se da. En 1996 hubo 482 fallecimientos. Este pasado año, 48.