jorge Cortijo cruza la puerta del patio pero es incapaz de dar dos pasos seguidos sin que los alumnos del colegio se paren a hablar con él. “Llevo cuatro años con ellos y les conozco a todos”, explica a su interlocutor. Le preguntan por el próximo partido del equipo de fútbol del colegio, por las clases, por el Alavés... Este educador de calle gasteiztarra acude diariamente al IPI Sansomendi a trabajar con los 310 alumnos y alumnas que estudian en sus aulas, donde han conseguido por primera vez poner en marcha diferentes actividades extraescolares.
“Era uno de los objetivos que no habíamos podido cumplir hasta ahora y lo hemos conseguido gracias a que todos los que participan son voluntarios. Ahí está Jorge, que además de ser educador se encarga de los equipos de fútbol”, señala Eva Sancho, la directora del centro educativo. La ampliación del horario de apertura del colegio, puesta en marcha también este año, ha permitido además ampliar iniciativas como los cursos de alfabetización y de castellano, los talleres literarios o las clases para sacarse el graduado escolar. Acciones destinadas no a los niños y niñas, sino a sus padres y madres. “Para los niños, ver que sus padres acuden a formarse a su mismo colegio les ayuda muchísimo”, subraya la directora.
Pero hace seis años todo era muy diferente en el colegio público de Sansomendi. “La situación era dramática. Índices altísimos de abstención, resultados escolares muy malos y una convivencia en el colegio con problemas terribles”, incide la directora. Las clases no funcionaban. El giro hacia una docencia sin libros de texto, sin Matemáticas o Lengua, no había dado ningún fruto. Había que hacer algo para cambiar. Y se hizo. Un nuevo equipo impulsó un rumbo diferente, con exámenes y libros pero, sobre todo, con una labor centrada “en la comunidad”.
“Las clases se dan con profesores, pero también con miembros de las familias y educadores de calle, otros alumnos o estudiantes de universidad. También se crearon comisiones y órganos de decisión en los que participaban todos. Estábamos obligados a darle a los alumnos la mejor educación posible, y ése fue nuestro objetivo”, rememora Eva Sancho.
Los resultados les han dado la razón. Acumulan premios a nivel nacional y a su directora la llaman cada dos por tres para impartir charlas en infinidad de lugares -hace poco estuvo en Perú- y trasladar la exitosa metodología de trabajo implementada por todos los actores educativos y sociales que ejercen su labor en torno al colegio Sansomendi. Su logro es un logro de todos, también de un barrio que lucha por quitarse de encima viejos complejos a veces pesados como una losa. Estos días en el colegio están de enhorabuena. El Ministerio de Educación les ha concedido el premio nacional de educación en la categoría “mejora del éxito educativo”.
En una fecha aún por concretar acudirán a Madrid para recibirlo del ministro Wert, emulando el viaje del pasado año para recoger otro premio, a manos por entonces de la Reina Sofía. Muchos reconocimientos en poco tiempo que todavía abruman a los responsables del giro de guión producido en el IPI Sansomendi, un centro en el que el 65% de su alumnado es de etnia gitana y el 35% restante lo forman niños y niñas extranjeros.
Para todos, la base de la educación, tanto la forma como el fondo, es diáfana. “Las escuelas no pueden educar solas, necesitan de la ayuda de la comunidad. Sólo a través de eso y del diálogo se pueden construir sociedades, aunque sea un planteamiento que ahora mismo no se ve siempre reflejado en algunas políticas sociales y educativas”, subraya Jorge Cortijo, uno de los educadores que se han convertido “en parte del mobiliario urbano”, como él mismo ironiza. Enterrados los problemas de convivencia y erradicados los índices de absentismo, siguen trabajando con objetivos similares pero métodos distintos a los de buena parte de los colegios de la capital alavesa. Cada alumno que avanza en su educación es una muestra del trabajo bien hecho. Frutos que se recogen porque, durante los últimos años, se ha sembrado adecuadamente.