toda ayuda es necesaria en la dura batalla contra el cáncer. Al margen de los tratamientos o del apoyo psicológico que cualquier enfermo necesita, la labor de acompañamiento que realizan los voluntarios de la Asociación española contra el Cáncer (AECC) resulta vital a la hora de superar o, al menos, suavizar este trance. Miles de pacientes agudos o paliativos que sufren o han sufrido esta patología pueden atestiguarlo. En Álava, a día de hoy, son 199 las personas que altruistamente, sin cobrar un euro a cambio, ocupan parte de su vida en colaborar con la AECC, ya sea mediante la labor de apoyo a los pacientes o en otras tareas ligadas a la prevención.

Vanessa Moreno, coordinadora de voluntariado de la AECC desde el año 2005, pone voz al impagable trabajo que los voluntarios desempeñan con quienes están luchando contra el cáncer o ya han perdido la pelea y sólo aspiran a vivir el final más libre de sufrimiento posible. “Les sacan una sonrisa, los acompañan... Y si lloran, también están con ellos. También escuchan sus necesidades y les ayudan a lograrlas”, expone Moreno, que comenzó su relación con la AECC como trabajadora social hace ya una década.

Con sólo 33 años y siendo coordinadora, resulta curioso que sea una de las personas más jóvenes que integran este colectivo. Aunque los criterios básicos para ser voluntario pasan por tener más de 18 años, no estar recién diagnosticado de cáncer ni encontrarse en un proceso de duelo, el perfil del alavés que integra este grupo corresponde con el de una persona de más de 40, la mayoría jubilado o prejubilado, con algún tipo de invalidez o la vida bastante encauzada. “Queremos captar a gente más joven por los valores que pueden aportar, por su frescura, y para que demuestren que también se implican activamente en la sociedad”, remarca Moreno. Basta con tener ganas de ayudar y tener “un poquito de empatía”, porque “todo es de sentido común”, sin necesidad de completar una formación específica. Generalmente, los voluntarios acuden dos veces por semana al hospital o a los domicilios de los enfermos y se van turnando.

Uno de los perfiles más repetidos entre el voluntariado alavés es el de ese ciudadano que ha tenido que pasar en primera persona el trance de la enfermedad o que ha tenido un caso muy cercano. Alfredo Ibisate, al que le contemplan 20 largos años como voluntario de la AECC, encaja en el primer grupo. En realidad dio el paso de acercarse a la asociación a través de un amigo que ya era colaborador y que, tras enfermar, finalmente murió víctima del cáncer. “Viví toda su evolución y eso me marcó”, recuerda.

implicación activa La maldita lotería le tocó después a él, con un tumor de vejiga que por suerte logró superar tras una complicada operación y el tratamiento posterior. Recuperado y liberado de cargas laborales, Ibisate decidió implicarse decididamente en el voluntariado. También fundó la Asociación de Ostomizados de Álava (AROS) para ayudar a toda la gente que, en adelante, sufriese el mismo mazazo que él.

Desde hace algo más de un lustro, Ibisate integra el equipo que ayuda a los pacientes que se tratan en el Hospital Txagorritxu, el centro de referencia para Oncología en Álava. También ha acompañado a enfermos paliativos ingresados en la Clínica Álava. “Sacar una sonrisa a un tío que está muy jodido te llena; te encuentras con situaciones muy fuertes”, asegura el voluntario, al que le ha tocado también despedir in situ a algún paciente terminal.

Cuando Francisco Javier Allende enfermó de cáncer vivió en sus carnes la importancia del voluntariado y ya comenzó a madurar la idea de pasarse a ese bando cuando se recuperase. Y así fue, hace alrededor de dos años. “Cuando estás enfermo te ves bastante aislado, incluso en el ámbito más cercano, y tener gente fuera del círculo habitual con la que transmitir y compartir es muy bueno. Hablar con alguien desconocido te libera”, advierte. Un sentimiento que acompaña a muchos pacientes, que si se encuentran mal prefieren no confesárselo a sus familiares para no preocuparles y si realmente están bien, sus allegados tienden a no creérselo. Una suerte de conjura del silencio que rodea a esta enfermedad y a otras de su gravedad y que distorsionan la relación entre el paciente y su entorno más cercano.

Allende acompaña a los enfermos que reciben sesiones de quimioterapia en el Hospital de Día de Txagorritxu, aportando “esa parte humana” que complementa al imprescindible trabajo médico y técnico que realizan los profesionales sanitarios. “Es grato ver cómo te lo agradecen”, advierte el voluntario.

Ignacio Isusi también se integró en esta gran familia tras vivir un contacto directo con la enfermedad. Lo hizo algo antes que Allende, allá por enero de 2011, después de que su madre no pudiese vencer al cáncer y, tristemente, falleciera. “Me acerqué a la asociación cuando todavía acompañaba a mí madre y después quise hacer lo mismo con otras personas”, explica Isusi. Pese a encontrarse todavía en fase de duelo, tanto el ahora voluntario como la propia AECC coincidieron en que para él sería positivo comenzar a ayudar a otros enfermos, también a modo de terapia. A partir de ahí comenzó a ejercer su labor de voluntario en Txagorritxu y más esporádicamente en domicilios.

“Supone estar en contacto con una realidad de la vida que ayuda a ver que hay que vivirla en plenitud cuando se está sano. Es un recordatorio para todos los días que vas al hospital. Y supone también una oportunidad para crecer como persona”, explica Isusi, que anima a todo aquél que se haya planteado en alguna ocasión ser voluntario a dar el paso definitivo. “La gente tiene mucho miedo a estar en contacto con la enfermedad, sobre todo si está ligada a la muerte como el cáncer. Y eso es un error. Ayudar a otras personas para que su viaje no sea tan doloroso provoca una gran satisfacción. En cierta medida es una bondad egoísta”, advierte Isusi.

Lamentablemente, la necesidad de contar con el apoyo de personas como Ignacio, Alfredo o Francisco Javier irá en aumento en los próximos años. “Como el número de enfermos sigue subiendo, la necesidad de voluntarios va en consonancia”, certifica Vanessa Moreno. La coordinadora advierte de que a todo el que empieza, el voluntariado le engancha: “En estos años, la gente que se da de baja es porque ha recaído en una enfermedad o por algún tipo de problema familiar, no porque no les guste esta labor. A los voluntarios les aporta más de lo que ellos dan”, remacha.