gasteiz - Un hombre subsahariano, traductor, sin ayudas, esposo y padre, contaba hace unos días en una entrevista radiofónica que “Vitoria ya no es la de antes”. En los últimos tiempos, se ha sentido señalado. Y no sólo por miradas. Hasta ha tenido que aguantar que le recriminasen -erróneamente, aunque eso es lo de menos- que se estaba tomando un café a costa de todos los gasteiztarras. Parece que la calidez que siempre caracterizó a esta ciudad de acogida se ha enfriado, un fenómeno en el que está teniendo mucho que ver el discurso lanzado desde ciertas filas políticas. Palabras poderosas que no han conseguido sacar a la luz la realidad en los abusos de la RGI pero sí estigmatizar al colectivo extranjero. Por suerte, ayer en lo alto del Casco Viejo sólo se respiró convivencia, mucha y de la buena, gracias a Berakah, un programa nacido de las cuatro parroquias que componen la Unidad Pastoral de la colina para dar apoyo a las realidades marginales de nuestra sociedad: prostitutas, personas mayores, gitanos y, sí, también inmigrantes.
El Día de Todos los Pueblos fue eso, una jornada donde brilló la mezcla de razas y maneras de entender la vida. Muy especialmente en el acto estrella, el concurso gastronómico, esta vez con la harina de trigo como producto obligatorio. Un certamen con un gran significado. “Un plato de comida es un buen ejemplo de lo que sentimos y queremos. Un mismo elemento se puede cocinar de formas distintas, haciendo que el plato resultante sea diferente. Pero... ¿cuál es el más sabroso? Ciertamente, en la variedad está la riqueza”, subrayaron los voluntarios de Berakah. En este creciente clima de crispación, ellos sueñan “más que nunca con una ciudad donde la interculturalidad no es una amenaza, es un gran valor, un gran regalo, y debemos resaltar la fortuna que supone la coexistencia de las distintas entidades culturales como un patrimonio común a todos”.