gasteiz - Durante cientos y cientos de años, los nombres de los lugares (fincas, dehesas, montes, caminos) del municipio de Vitoria, la inmensa mayoría de ellos procedentes del euskera, fueron pasando de generación en generación y de registro en registro. Sin embargo, más o menos a partir del siglo XVIII el uso de la lengua vasca fue quedando arrinconado hasta desaparecer. Los nombres pervivieron, pero fueron deformándose, pues quienes los usaban ya no sabían lo que querían decir y los pronunciaban tal cual. Otros de esos topónimos directamente desaparecieron.

Para tratar de rescatar ese tesoro, la Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia, viene trabajando desde hace años en el proyecto Toponimia de Vitoria, una inmensa labor de documentación, pero sobre todo de investigación y cotejo, a cargo de la doctora en Filología Elena Martínez de Madina. Ayer, el presidente de Euskaltzaindia, Andrés Urrutia, y el alcalde Vitoria, Javier Maroto, firmaron un convenio para que este trabajo siga adelante y todos los nombres que han utilizado lo vitorianos durante seis siglos, no sólo no caigan en el olvido, sino que además pervivan en su forma más adecuada. El acto tuvo lugar con motivo de la celebración del plenario mensual de Euskaltzaindia en el Ayuntamiento vitoriano.

Ante toda la Corporación vitoriana, Urrutia recordó que los académicos vascos proceden de distintos territorios, pero “todos de lengua vasca, y trabajamos siempre con la idea de que el euskera es uno y de que lo tenemos que proyectar hacia el futuro”.

Por su parte, el alcalde resaltó que el callejero de la ciudad es el más apropiado, al menos en lo que a las referencias al pasado se refiere, “gracias al trabajo sacrificado de muchos hombres y mujeres para que los nombres no estén sólo en el recuerdo, sino también en la Historia”.

ahora arratzua Si el pasado mes de noviembre Martínez de Madina presentaba su trabajo sobre la zona oeste del municipio, en breve, y gracias entre otras cosas a la renovación del convenio rubricado ayer, le tocará a Arratzua, una zona cuyos topónimos son tan abundantes que se registrarán en tres tomos de alrededor de mil páginas cada uno. “Esto es como una labor arqueológica, como coger un montón de piedras, el valor está en estudiarlas”, señala la investigadora. Martínez de Madina trabaja ahora, pues, en la toponimia de Betoñu, Arkaia, Otazu, Arkauti, Elorriaga, o Gamiz. Sí, no todos estos nombre suenan ni se escriben como los pronuncian y plasman sobre el papel los gasteiztarras de 2014, pero su revisión obedece a un trabajo riguroso tan fiel al pasado como al euskera, lengua de la que proceden en el 80% de los casos. Es muy importante explicar esto a los principales usuarios de esos nombres.

“A los dos sábados de presentar el último libro estaba dando una charla a todos los vecinos de Ariñez, es una labor fundamental”, explica Elena Martínez de Madina, que considera Ariz la versión más correcta en euskera para el municipio, hasta la fecha Ariñiz. No es un capricho, la investigadora buceó en la toponimia menor de la zona, esa que da nombre a fuentes, pastos o caminos, y descubrió que se llamaban Arizagirre, Ariziturri, Arizmendia, “y que Ariñez existe, pero es la vía romance”. Había que contárselo a los interesados. “Toda investigación no se entiende sin una labor divulgativa, no vas a llegar a todos, pero por lo menos tienes que explicarlo y además todo el mundo tiene derecho a esa explicación, sobre todo cuando le hablas a alguien del nombre de su pueblo”, señala la investigadora.

En todo caso, recuerda, al final es potestad del ayuntamiento de turno cambiar o no el nombre, y por otro lado el mismo topónimo lo pueden decir de tres o cuatro formas diferentes en el mismo pueblo. Así pues, hay que normativizar esos nombres, entre otras cosas porque ahora que el euskera es oficial por primera vez en su historia conocida, los carteles se escriben en bilingüe y hay que señalizar rutas de senderismo, calles de la ciudad e incluso paradas de autobús. No hay que olvidar que, por ejemplo, los nombres de Mariturri, Borinbizkarra o Elejalde ya se utilizaban en Ali hace siglos, y que hoy no sólo han resucitado, sino que los utilizan 240.000 vitorianos. “Se coge la toponimia de seis siglos, y aplicando el método de investigación, con la base de datos de Euskaltzaindia, haces una especie de puzzle, tienes que ver que hoy en día hay algo que se llama Borobizkarra que viene de un Borinbizkarra muy documentado, recuperas cosas que ya no existen”, explica la filóloga.

Los nombres de los pueblos, la toponimia mayor, son los que más conflicto o extrañeza generan cuando se cambian porque son los más usados, pero por eso mismo son los que mejor han aguantado el paso del tiempo. De hecho, la Reja de San Millán, documento de 1025, ni más ni menos, recoge los nombres de buena parte de los pueblos alaveses y llama la atención lo poco que han cambiado en todo un milenio. No, el reto está en la toponimia menor, y la recompensa a ese desafío llega en forma de patrimonio intangible. “Hay unos mil topónimos normativizados, de los cuales vivos puede haber 200, se recupera un 75% de nombres que ya no existen”, señala Fernández de Madina.

Por otro lado, estudiar cómo llamaban los gasteiztarras a cada uno de los lugares del municipio que merecían un nombre propio sirve, además, para conocer cómo hablaban nuestros ancestros. “Hay léxico exclusivo, hay variantes y fenómenos lingüísticos de la zona”, enfatiza la investigadora. Aquí las palabras acabadas en -a se convierten en -ea cuando se les añade el artículo (que en euskera es también -a). Así, erreka (arroyo), aquí puede ser, y es en el caso de un topónimo concreto, Errekea. Lo mismo ocurre con osinaga (que viene de osin, pozo u ortiga), que en el municipio de Vitoria es Osinagea.

Los tomos. Los dos primeros tomos de la Toponimia de Vitoria, presentados en abril de 2009, estuvieron dedicados respectivamente a la ciudad de Vitoria y al ámbito de lo que se denomina Malizaeza, al sur del término municipal. El tercer tomo, Ubarrundia de Vitoria, recoge los topónimos de Amarita, Gamarra Mayor, Gamarra Menor, Miñano Mayor y Menor y Retana. Langraiz, el cuarto tomo, se centra en el oeste del municipio, y la quinta zona de estudio, ahora en desarrollo y que se extenderá a lo largo de tres tomos, abarca la zona este. Se llamará Arratzua.