con el título de El Invierno se viste de fiesta, el investigador de la etnografía alavesa Carlos Ortiz de Zárate publica su obra sobre los carnavales rurales de Álava, un tema sobre el que ya había dado a conocer varios textos, publicados en diversas revistas, y en el que lleva trabajando desde hace una docena de años. La obra ha sido editada por la asociación cultural Arkue, con la colaboración especial de la Asociación de los Carnavales Rurales de Álava y la Asociación Cultural de Zalduondo, así como la de los ayuntamientos de Asparrena y Lantarón, la Junta Administrativa de Santa Cruz de Campezo, la Fundación Valle de Kuartango y la Diputación Foral de Álava. El trabajo consta de dos partes. La primera en la que se pasa revista a las fiestas de invierno que se realizan en la actualidad o de las que se tiene memoria en los pueblos de la geografía alavesa, incluyendo las de Trebiño y del enclave vizcaíno de Orduña. La segunda, con el subtítulo de Una mirada profunda, es un estudio de los carnavales, en sí, sus ritos, sus personajes, sus significados y sus misterios.

Carlos Ortiz de Zárate se ha basado, para su trabajo, en fuentes documentales escritas, pero sobre todo en los testimonios orales de la gente mayor de los pueblos que, en su juventud, vivieron estas fiestas tal como eran. A lo largo de ese trabajo ha ido descubriendo significados coincidentes, cosas que se repiten de unas localidades a otras. Al autor, esta afición le viene por su apego al mundo rural. No en vano nació en el pueblo zuyano de Domaikia. Según sus propias palabras, se considera "un arqueólogo de las tradiciones. Al igual que ellos escarban la tierra, araño para ver qué hay debajo de las costumbres".

Cuando Ortiz de Zárate se acercó al carnaval rural, lo primero que le llamó la atención fue que, en cada localidad, se repetían las características de los personajes que lo componían. Vio también que las fiestas que se celebran en invierno, desde la quema de las mañas el 8 de diciembre, hasta el carnaval, pasando por San Nicolás, Nochebuena, el errepuierre, San Antonio o Santa Águeda, tienen unas tipologías comunes. La conclusión sería que todas estas fiestas presentan unos rituales ancestrales, orientados a propiciar la fertilidad de la tierra y los animales. Había observado también que en los lugares donde había una de estas fiestas, raramente se daba cualquiera de las otras, lo que era lógico, dados sus rasgos rituales. Además, su celebración estaba relacionada con la forma que nuestros antepasados tenían de medir el tiempo.

El calendario Carlos Ortiz de Zárate recuerda que antiguamente el tiempo no tenía un sentido lineal, sino cíclico. En una sociedad que dependía totalmente de la fertilidad de la tierra y de los animales, resulta lógico que el tiempo se midiese en función de los trabajos que imponía la naturaleza al ser humano. El ciclo terminaba en el invierno, cuando todo parece morir pero, en realidad, se está preparando para renacer. Ese momento supone un tiempo muerto, entre el final de un ciclo y el comienzo de otro, en el que impera el caos y la incertidumbre. Era preciso propiciar de alguna manera la llegada de la primavera y el inicio de un nuevo ciclo.

Por otra parte el calendario tenía meses lunares y el fin de año se situaba al final del invierno, es decir, en el mes de marzo. Fue Julio César quien cambió el calendario, que para entonces ya era solar, incluyendo dos meses más, enero y febrero, y ya de paso cambió el nombre del quinto mes, quintilis, por el suyo propio, julio. En este calendario juliano se sitúa el fin de año en el 31 de diciembre, que como su nombre indica, era el décimo mes. Este calendario estuvo vigente hasta el año 1582, en el que se implantó el gregoriano que introdujo los años bisiestos.

Para rematar, la institucionalización del cristianismo supuso la consiguiente cristianización de estas fiestas. El mismo nombre es una cristianización de los nombres originales, entre nosotros ihauteri, que proviene de carnestolendas, que a su vez deriva del latín carnes tollo, que significa quitar la carne, en referencia a que el carnaval era el preludio de la cuaresma, durante la cual no se podía comer carne. Debido a todo ello, nos encontramos con que el fin de año se celebra el errepuierre; la fertilidad de los animales en San Antonio, el 17 de enero; o la fertilidad de las mujeres en Santa Águeda, el 5 de febrero, mientras que el carnaval conserva sus rituales de final de un ciclo y comienzo de otro.

"El Carnaval -explica Carlos Ortiz de Zárate- supone un tiempo muerto entre el final de un ciclo y el comienzo de otro, un tiempo en el que el caos primitivo resurge y la gente lo ritualiza para reorientar las cosas, mediante ritos de purificación, se trata de una ruptura de la separación entre los muertos y los vivos, entre lo masculino y lo femenino, entre los gobernantes y los gobernados". Por eso los hombres se visten de mujeres, la vieja puede parir un niño, que representa el nuevo año, se representa una boda en el que el novio es una mujer y la novia un hombre, se falta al respeto a la autoridad y al clero, se transgreden las normas sociales y la identidad propia se enmascara y se disfraza.

La purificación se consigue mediante el fuego. La fiesta concluye con la quema de un personaje, el viejo, el hombre de paja, Markitos en Zalduondo, Miel Otxin en Lantz, en otros lugares el Judas, que hace referencia a la cristianización de la fiesta. El fuego también está presente en las demás fiestas de invierno, lo que avala su relación con el carnaval. En efecto, el 8 de diciembre se queman las mañas, que son arbustos que servían para alisar las tierras tras la siembra y el 31 de diciembre, en el errepuierre, se queman pellejos de vino y, al final de la fiesta, a Putierre o Gutierre. El nombre errepuierre proviene, de la expresión vasca erre ipurdi erre, literalmente quemar el culo, que es lo que cantan los participantes en la fiesta, "errepuierre, a quemar el culo a Putierre". Todos estos personajes que acaban en el fuego, representan lo malo del ciclo que acaba y deben desaparecer para dar paso al nuevo ciclo. Según expresa Carlos Ortiz de Zárate, "el fuego destruye lo caduco para que nazca lo nuevo".

Otro ritual de invierno que presenta el mismo significado de tránsito de lo viejo a lo nuevo, era el de correr gallos. En ciertos lugares, los mozos que pedían alimentos para hacer una merienda el jueves de Lardero, llevaban un gallo que era sacrificado. Se trataba de un gallo viejo que ya no era capaz de fertilizar a las gallinas, por lo que, tras cumplir su ciclo, debía ser sustituido por otro gallo joven.

Recuperación La presentación del libro de Carlos Ortiz de Zárate, está promovida por la Asociación de los Carnavales Rurales de Álava, compuesta por personas de los pueblos en los que se ha recuperado el carnaval rural. Estos son Ilarduia, Egino y Andoin, en Asparrena; Kuartango, Salcedo, Santa Cruz de Campezo y Zalduondo. Precisamente el palacio de los Lazarraga de Zalduondo, fue el lugar de la presentación del libro a partir de las seis de la tarde de ayer. La Asociación Cultural de Zalduondo, de la mano del inolvidable Blas Arratibel, fue pionera en la recuperación del carnaval rural, allá a finales de los años setenta del pasado siglo. La Asociación de los Carnavales Rurales de Álava tiene el proyecto de transformar el actual museo etnográfico de Zalduondo en centro de Interpretación del carnaval rural del territorio histórico.