vitoria
Un conocido de Germán Encina, profesor jubilado y bicicletero, interrumpe la entrevista. "A ver si se pone ya en marcha la ordenanza y la Policía empieza a multar, que casi todos los ciclistas son unos kamikazes", espeta. No es el único vitoriano que piensa así, pero quienes se desplazan por la ciudad a pedaladas coinciden en que esa impresión es exagerada, que conseguir una buena convivencia debería ser labor de todos los gasteiztarras independientemente del medio de transporte, que la educación en el sentido común ha de estar por encima de las restricciones, y que ya se verá qué pasa cuando se aplique la nueva normativa a finales de diciembre. Una de las obligaciones que más chirría es la de tener que compartir espacio con el coche siempre que haya zona 30 o no exista bicicarril y la acera mida menos de tres metros. Por eso los ciclistas con ganas de seguir siéndolo, como el viejo maestro, quieren creer que los agentes no multarán mientras se circule por los andenes con total tranquilidad.
A casi todos, el respeto al tráfico motorizado les pesa más que el miedo a las sanciones. Por algo el salto a la carretera allá donde se crearon las zonas 30 "sigue siendo minoritario, diga lo que diga el alcalde". Quienes las utilizan lo hacen por consideración con el peatón o por no tener que aguantar miradas fulminantes, pero muchos se enfrentan a ellas con tensión. "A veces las uso, pero en las que tienen bastante tráfico lo paso mal. La de Siervas de Jesús es especialmente peligrosa. Los coches te van acosando, porque al ser cuesta arriba les frenas aún más que en llano", advierte Javier Gómez. Este joven bicicletero cree que, antes de obligar a los ciclistas a saltar a la calzada, el Consistorio debería impulsar una campaña para educar al conductor. "En la calle Madrid, en dirección a El Boulevard, los coches siempre me miran mal porque es como si les quitara su espacio. Y lo mismo pasa en zonas donde el bidegorri está pintado en la carretera", critica.
Javier duda de que la Policía Local sancione incluso pasado el periodo de información. "Un municipal que conozco me dijo que él no iba a sacar la libreta porque no está de acuerdo con toda la ordenanza, y como él tiene que haber muchos más, porque si al final nos tenemos que ir adaptando será muy poco a poco", apunta. Él, por si acaso, se fijará "en qué hacen los demás" y mientras pueda ir por la acera en calles de tráfico elevado sin la sombra de la multa lo hará. A su juicio, "lo importante es circular con calma, porque si lo haces el peatón no se molesta". La experiencia le dice que "los ciudadanos que se quejan son minoría, como son minoría los ciclistas locos, pero se quejan muy alto, y de esos barros estos lodos". Para Ana Saénz de Olazagoitia, otra joven ciclista, lo ideal es que esos viandantes se montaran un día en una bici para descubrir las dificultades de este medio de transporte. "Es verdad que hay bicicleteros que van como locos, pero también hay peatones que se ponen en peligro y que nos ponen en peligro porque invaden los bicicarriles sin mirar. Algo bastante contradictorio, por cierto, porque ésos son los que se suelen quejar de nosotros", afirma. A su juicio, más que restricciones, lo que hace falta es "una campaña de concienciación que les implique también a ellos, porque todos jugamos un papel en la correcta integración de este modo de desplazamiento".
Ana cree en que la convivencia es posible desde el civismo. "Y si hay que ir por la carretera cuando una zona peatonal o una acera está a tope, perfecto, se hace, pero el problema a día de hoy es que a la gente, cuando coge el coche, se le nubla la vista, y si va a menos de 50 kilómetros por hora se pone nerviosa", advierte. No obstante, ella ha percibido "una mayor concienciación" en los últimos tiempos, probablemente porque los conductores ya se están haciendo a la idea de que les tocará compartir carretera con los ciclistas si la ordenanza se aplica con firmeza. "Y porque hay chavales que sí que usan la calzada, jóvenes con mucha energía y poco miedo", afirma el profesor. Uno de ésos es, sin duda, el director de orquesta Iker Sánchez. "Confieso que soy bastante caótico, paso de la acera a la carretera, me salto semáforos si no tiene sentido parar... Pero siempre con los ojos bien abiertos para no ser un peligro", sostiene.
Hace 17 años que Iker cambió Irun por Gasteiz, y desde que llegó se ha movido por la ciudad en bicicleta. Su impresión es que "ha aumentado mucho la presencia de ciclistas en todo este tiempo, pero por la carretera, ya sea zona 30, con bicicarril o normal, van muy pocos porque persiste el miedo". No obstante, él es de los que piensa que con la aplicación de la ordenanza "los hábitos irán cambiando, porque no quedará otra opción en el caso de que haya sanciones". Eso sí, si estuviera en su mano regular el tráfico, él optaría por "quitar todos los coches de en medio en el centro, reforzando los sistemas de transporte público". De esa forma el peatón sería el rey de la acera, los autobuses irían por la calzada y la bici también tendría su espacio. "Conseguiríamos una ciudad para la ciudadanía", sentencia.
Germán, el profesor jubilado, se conforma con que los municipales tengan manga ancha cuando se apruebe la ordenanza ciclista. "Yo creo que si vas por la acera tranquilo y apenas hay peatones, el policía no te va a decir nada porque no estás creando ningún peligro. Más aún si la carretera es de mucho tráfico", opina. Hace doce años ya, un compañero suyo que acudía al trabajo en bici "murió atropellado por un coche en la calle Olaguíbel" y nunca ha olvidado ese fatal desenlace. "Así que si se ponen duros, tendré que comprar un casco", dice. En la actualidad, el maestro sólo salta a la calzada si es zona 30, aunque prefiere los bicicarriles. Y por suerte, para acudir desde su casa en la zona de los autobuses a la huerta que tiene asignada en Abetxuko, "hay una red en buen estado y bien conectada".
Al igual que Iker, Germán confía en que el uso de la bici "no descienda" aun si la Policía obliga a cumplir la ordenanza a rajatabla. "El que le gusta pedalear seguirá pedaleando", dice. Sin embargo, hay gente que ya ha empezado a colgar el manillar. Pili Esteso pertenece a ese grupo de ciclistas que no utiliza las zonas 30 "por miedo", por lo que desde que se empezó a anunciar la futura normativa ha ido abandonando su limpio medio de transporte. "Vivo en Ariznabarra y usaba la bici a diario para ir a trabajar a la calle Francia. Es un itinerario por el que o circulas por aceras estrechas o tienes que lidiar con coches que van muy rápido, así que....", explica. Ahora, sólo recurre a la bicicleta cuando tiene prisa. Y, lo que es peor, coge el coche con mucha más frecuencia. Según dice, no le queda más remedio "porque la combinación de autobuses es muy mala". Por desgracia, los comentarios en las redes sociales y en el buzón ciudadano ponen de manifiesto que hay otras Pilis en Vitoria, bicicleteras respetuosas pero temerosas del tráfico motorizado aun cuando la señal obliga a adecuar la velocidad al ciclista. El tiempo dirá cuántas.