eL mundo mejor, lo llamaban. Ahora, el sobrenombre suena a burla. Errekaleor languidece, se descascarilla, abandonado a su suerte, por culpa de un proceso de realojo largo, lento, polémico y todavía inacabado. El Ayuntamiento de Vitoria inició el vaciado del barrio hace ya siete años con la idea de derribarlo y reconstruirlo, para integrarlo a la larga en el sector 14 de Salburua. La mayoría de las 192 familias aceptó el trueque, aun a costa de trasladarse a Viviendas de Protección Oficial (VPO) lejos de sus hogares y rehipotecarse. Otras esperaron, hasta que lograron la mudanza a coste cero. Algunas ya han firmado la permuta, pero tendrán que esperar hasta el año que viene para irse. Y aun hay quienes se resisten a marcharse. Pocos, pero los hay. Aquel pueblo unido se ha roto y diseminado por un plan urbanístico anunciado a bombo y platillo. Un plan que ahora está paralizado. La crisis.

Por la mañana, en Errekaleor, sólo se mueve el viento. Y sólo se oye el zumbido de las máquinas que levantan la Vitoria del siglo XXI, al otro lado de una parcela devorada por la maleza. El pasado a veces sí muere. Nada tienen que ver las muchísimas ventanas tapiadas de hoy con las viviendas llenas de vida de hace más de cinco décadas. Errekaleor nació en 1956 impulsado por el Obispado, como una cooperativa para gentes de clase baja: inmigrantes extremeños, castellanos y andaluces, pero también hijos de agricultores recién llegados a las fábricas, para trabajar en una Vitoria de 50.000 habitantes que comenzaba entonces su periodo de expansión industrial. Pronto, estrecharon lazos como sólo un pueblito puede hacerlo. Los que se rompieron con la decisión municipal de rehacer el barrio. El diagnóstico del Ayuntamiento no entendió de sensibilidades, sino de urbanismo. La calidad de los 16 bloques en hilera era "deficiente", su estado de conservación "mediocre" y no tenían ascensor.

Resulta un tanto desolador pasearse ahora por el barrio. Se nota que ya sólo quedan unas veinte familias, porque casi todas las fachadas están desconchadas, hay muchas persianas bajadas, desvencijadas o agujereadas, ventanas tapiadas, portales abiertos llenos de escombros... El bar está cerrado, pero su cristalera aún grita contra los realojos con la fotocopia de una noticia de este diario del 14 de junio de 2007. En la iglesia tampoco hay forma de entrar. Desde septiembre, el centro social ya sólo abre por las tardes, porque la escuela -ubicada dentro- se ha visto abocada a un cierre forzoso ante la retirada de la subvención del Gobierno Vasco. Entre tanta tristeza manchada por mil graffitis asoman, de pronto, algunos tendederos rebosantes de ropa húmeda de todos los tamaños, una bicicleta sin candar, propaganda electoral del PNV en la única cabina telefónica del barrio -rota, claro-, carteles del PSE y el PP en una plancha ubicada en mitad de la plaza...

Un momento. Algo suena. Es una moto. Del servicio de Correos. Rosalía lleva repartiendo buenas y malas noticias por el barrio desde hace ya nueve años. "Y queda trabajo por aquí. Hay gente que se marchó pero todavía les llega a estas viviendas la correspondencia", explica, con una generosa sonrisa. A ella le gusta, y mucho, su ruta. "Estoy muy a gusto aquí, me conoce todo el mundo y yo a ellos... Pero es una pena que se haya dejado el barrio de la mano de Dios", apunta. Ella conoció el Errekaleor lleno de vida, porque sus tíos vivían aquí. Y también fue testigo directo del proceso de desalojos. "Sí, como cartera lo he visto. La marcha de mucha gente, las obras para tapiar las casas ya vacías, el cierre progresivo de los servicios... ¡Antes había de todo! Pero... Ya se sabe", apostilla.

Rosalía se sabe de memoria en qué pisos queda todavía gente. "En el 26, hay una señora en el segundo, en el 27 hay una familia en el primero, en el 31 está el del segundo...", va enumerando. En general, no obstante, son familias jóvenes con niños. "Las personas más mayores se marcharon cuando empezó todo el tema. Fue muy duro después de toda una vida en este barrio". A diferencia de Olarizu o Aretxabaleta, en Errekaleor los traslados se han realizado a otros barrios y no en el propio entorno. Una cuestión que generó una gran polémica. "Además", apunta la cartera, "hay gente que tiene los pisos arreglados, muy bien". El Ayuntamiento, sin embargo, los evaluó por fuera a la hora de hacer los trueques.

Un portal abierto nos invita a husmear. Descubrimos que no sólo se tapiaron las ventanas, también los domicilios. En uno de esos pisos, sin puerta ya, se vislumbra un boquete en el muro de ladrillo lo suficientemente grande como para que entre una persona. ¿Habrá okupas? Sí. Lo confirma Naiara, trabajadora del polideportivo de Errekaleor. "Yo los vi antes del verano. Y la semana pasada, al compañero que hace el otro turno le vino uno preguntando si podía usar el baño para ducharse", cuenta. Ella lleva ya un año en este puesto, y no se queja, pero reconoce que "puede llegar a dar miedo, sobre todo en invierno cuando oscurece tan pronto". Por precaución, mantiene la puerta del equipamiento cerrada por dentro. Lo hacía desde el principio y, posteriormente, un agente de la Policía Local de patrulla por el barrio se lo recomendó.

El polideportivo de Errekaleor aguanta en pie como puede. Cuando llueve, el techo de uralita y las paredes lloran agua. Cuando llega el frío, el espacio se congela. "Sólo tenemos un pequeño calefactor", aclara Naiara, enfundada en un forro polar. El marcador no funciona y las porterías ya no pueden usarse. Aun así, sigue habiendo usuarios, casi todos de otros barrios de la ciudad. "Vienen porque otros frontones se llenan, para jugar a pelota o a frontenis". Resulta llamativo que el Consistorio lo mantenga abierto, más aún cuando el centro social ha visto mermada su actividad. Pero la trabajadora asegura que seguirá funcionando mientras exista Errekaleor: "Vino un técnico municipal y me dijo que la idea es que siga abierto hasta que se ponga en marcha el proyecto de derribo y de realojo, pero que todavía quedan por lo menos dos años porque ahora, con la crisis, no hay dinero para llevarlo a cabo".

Naiara acaba de contar lo que el Consistorio lleva tiempo sin querer decir explícitamente, que el plan urbanístico que motivó los desalojos está paralizado. Pero, entonces, ¿de dónde ha sacado el dinero para que los vecinos se fueran del barrio? En la era de Alfonso Alonso, se dijo que vaciar Errekaleor costaba nada más y nada menos que 3.000 millones de las desaparecidas pesetas. "Yo sólo sé que he conseguido cambio por cambio, a coste cero". Es el triunfo de María Jesús, una vecina a la que sorprendemos al salir de su casa. Esperó y esperó, hasta que consiguió el change perfecto: vivirá en una VPO -protección por veinte años- de 69 metros cuadrados muy cerca de su actual hogar. Con el dedo, señala la vivienda, ahora mismo en pleno proceso de construcción. El año que viene, le han dicho, ya podrá trasladarse.

María Jesús respeta, no obstante, a los vecinos integrantes de la plataforma contraria a los realojos. "Si ellos no quieren, sabrán por qué. Cada uno tiene sus circunstancias y su vida, y me parece bien", dice. Lo que no entiende es que, sólo porque haya menos vecinos en el barrio, el Ayuntamiento lo haya "abandonado". "La parcela que nos separa de Salburua, por ejemplo, está llena de chinches y pulgas. Con que le dieran un viaje...". También le preocupa la presencia de drogadictos. "El otro día pasé miedo de verdad. Hace falta más presencia policial, porque cualquier día nos encontramos a una persona con una jeringuilla dentro de alguna casa. Bueno, y que limpien los contenedores, que cada dos por tres viene la gente a echar aquí la basura. Hace poco, un pescado que dejó un olor nauseabundo", asegura.

Cuando se aleja hacia el coche, resuenan sus pasos. Errekaleor puede llegar a parecer un barrio fantasma. Por eso, resulta irónico que el urbano siga pasando cada diez minutos por las dos paradas del pueblo. "Es raro que entre o baje alguien", reconoce el chófer de uno de los buses. Aun así, todavía hay gente que hace uso de esta línea, como las antiguas vecinas que sigan acudiendo cada tarde, puntualmente, a los talleres del centro social. Algo tiene Errekaleor que engancha. Aunque ya quede muy poco de El mundo mejor.