El pequeño comercio no tiene por qué ser comercio pequeño. Sin embargo, a veces sucede. Son locales donde difícilmente entran más de cinco personas sin darse codazos, con la dimensión justa para el material de exposición y un espacio escaso, cuando no inexistente, para guardar lo que no se puede ver. Pero trabajar encorsetado en un cubículo de quince metros cuadrados, o menos, no siempre resulta molesto para los quehaceres diarios o claustrofóbico para el trabajador. Depende, cómo no, del modelo de negocio y del carácter de quien aguarda al otro lado del mostrador. DNA ha salido a la calle y ha cruzado el estrecho umbral de cuatro tiendas para descubrir, in situ, las ventajas y los inconvenientes del pequeño comercio pequeño.

8 m2

"Para llenar la tienda de género, ahora que hay crisis, mejor que sea así de pequeña"

Hace diecisiete años que el número 34 de la animada calle Correría acoge una joyería. Y hace dos que es función de Angélica María Ribero levantar la persiana. "El espacio me pareció ideal y me lo sigue pareciendo", asegura la dueña de 8 m2. El nombre de la tienda no deja lugar a dudas. Es esa su superficie, pequeña a rabiar, aunque suficiente para el negocio que da vida a su interior. La disposición de la plata, el acero y los aluminios especiales que forman anillos, colgantes y relojes está estudiada al dedillo para no generar sensación de ahogo. Y eso que "si entran más de cuatro personas se dan codazos seguro", admite la comerciante.

Angélica lleva la tienda sola, incluso cuando en fechas puntuales las compras se disparan. No entraría una segunda persona al otro lado del mostrador, aunque a esta profesional tampoco le importa la sobrecarga de trabajo. Está muy satisfecha con su oficio. Le gusta lo que hace. Y lo hace bien. De un vistazo, sin necesidad de moverse de su puesto, nos explica las características de su género. Hay un poco de todo, para todos los gustos. "La superficie es perfecta para llenarla al completo", sin que quede recargado el resultado final.

De hecho, ahora que la crisis aprieta, disponer de un negocio de tan sólo siete metros cuadrados tiene sus ventajas. "Para llenar la tienda de género, ahora que hay crisis, mejor que sea reducida de tamaño", sostiene, contudente, Angélica. Y eso que, por ahora, su caja registradora no está llorando como otras la época de vacas famélicas que atraviesa el país. La comerciante reconoce que "se nota la diferencia" en ventas respecto a cuando abrió, y eso que fue hace dos años, cuando ya corrían tiempos difíciles, pero aun así está "aguantando bastante bien el tirón".

pícara

"Al ser el local tan pequeño, a la gente le da más vergüenza entrar a curiosear"

La Cámara de la Propiedad dice que Pícara ocupa 22 metros cuadrados, pero la realidad es que mide tan sólo 12. "Hace dos años, cuando abrimos, nos pareció el espacio perfecto. Ahora, sin embargo, se nos hace pequeña", confiesa Gustavo Angulo. Quiera o no, le toca hacer encaje de bolillos todos los días "para guardar lo que no se puede ver". El baño, sitúado al otro lado de una puerta mimetizada por el brillante color de las paredes de la tienda, funciona como un variopinto y desordenado almacén. "Mejor no pasar al otro lado", sostiene el joven con una gran sonrisa, mientras nos muestra uno de sus escondrijos ocultos en los bajos de la parte interior del escaparate.

A los inconvenientes funcionales de esta tienda de la calle San Prudencio se suma otro muy distinto. "Al ser tan pequeña, a la gente le da vergüenza entrar", sostiene Gustavo. ¿No será, más bien, el caliente género del negocio lo que retrae al personal?, le preguntamos. Que esto es Vitoria. "Yo pienso que si esto fuera más grande tendríamos más visitas, aunque sólo fuera para mirar". De hecho, este trabajador siempre deja abierta la puerta de Pícara para picar la curiosidad de los paseantes. "Aquí puede entrar quien quiera a toquitear, a probarse cosas...", afirma, a modo de invitación.

Dentro, a los gasteiztarras les espera todo un remolino de género destinado a levantar pasiones. Hay lencería sexy, cosmética de ésa que no se ve en las perfumerías tradicionales y un gran abanico de juguetes eróticos. "Y lo que mejor se vende son los juguetes, sobre todo vibradores y bolas chinas, yo creo que porque en esto tenemos menos competencia", explica Gustavo. Marcar la diferencia es, sin duda, su fuerte.

ferreiro

"Tengo todo un abanico de tácticas para encontrar sitio para las cosas donde no lo hay"

Apellidarse Ferreiro y tener, por tienda, una ferretería es uno de esos guiños de la vida que hacen sonreír. Su dueño también invita al optimismo. Ángel, cuarta generación al frente del negocio, rebosa de alegría los cinco metros cuadrados de este local escondido en la trasera de la Plaza Nueva. "Lo peor de la crisis es que a la gente se le ve triste", sostiene al otro lado del escueto mostrador, rodeado de una maraña de artículos de acero y metal. Hay cientos, puede que miles, trepando por las cuatro paredes, dejándolas sin oxígeno.

"Puede parecer que el género está desordenado, pero tengo mis tácticas para saber dónde está todo y para encontrar sitio donde no lo hay", afirma Ángel. La organización es clave cuando hay tantos pequeños artículos que vender en una superficie así, aunque reconoce que en alguna ocasión ha llegado a decirle un cliente que "tal cosa" se le había acabado y al rato encontrarla en una caja. "Pero no es lo habitual, ¿eh?", matiza entre risas. Otra de sus estrategias es sustituir los paquetes grandes en los que llega la mercancía por cajas que previamente adquiere de menor dimensión para que los bultos cuadren en las estanterías. Según dice, "ahora ponen unos blisters muy grandes, para que destaque el artículo, pero yo no me puedo permitir ese lujo, he de adaptarme al espacio".

Ángel nunca ha sentido que le falte el aire, por muy reducido que sea su local. "Después de 23 años, estoy más que acostumbrado. Y no tengo claustrofobia", apostilla. Eso sí, trabaja solo, así que al menos no tiene con quién pelearse para pasar de un lado a otro. Y aun no teniendo compañía, se le nota que se lo pasa bien. Es uno de esos profesionales que recuerda con alegría los inicios del comercio, allá por 1880, de mano de su bisabuelo, y que afronta la crisis sin regodearse en las dificultades. "La cosa está complicada, pero yo me defiendo bien y vamos aguantando", asegura. Los cuchillos y las tijeras, "tanto para coser como para cocinar", son sus productos estrella.

guereñu

"Hay que saber aprovechar el espacio, pero para mí 10 metros son suficientes"

General Loma fue el origen. Cuchillería, la expansión de su pequeño imperio de souvenirs, regalos y naipes. Abrió la segunda tienda hace dos años y, a pesar de la difícil situación económica, Mikel Guereñu es de los que prefieren ver todas sus tazas medio llenas. "La crisis se está cebando mucho con el sector. Hay que hacer cosas que sean más prácticas y baratas. Pero no vale de nada quejarse y no me quejo. Eso se lo dejo a otros", sostiene. Es un hombre práctico, como práctico le resulta el reducido espacio de su local. "Para lo que vendo, los diez metros cuadrados que mide el establecimiento me resultan suficientes", afirma.

La organización, por supuesto, es importante. Y la aplica con especial esmero en la mercancía de Heraclio Fournier, que exhibe tras el mostrador. "Trabajamos mucho este naipe, ya que somos punto oficial, y estamos siempre ordenando el género en las estanterías", explica. Para todo lo demás, están las paredes, de arriba abajo. "Hay que aprovechar al máximo el espacio, así que lo tenemos petado". Pero con gusto, claro, para atraer a los posibles compradores sin agobios.

Camisetas -muchas de Kukuxumuxu-, aceiteras, tazas, cafeteras, postales... Quienes nos visitan tienen a su disposición un gran abanico de recuerdos en este comercio de Cuchillería. "Lo que más se vende son los dedales de Celedón y los imanes de cocina", explica, justo cuando una pareja entra en la tienda. Entre los tres, casi la llenan. "Es importante dar oxígeno al visitante, para que pueda mirar sin sentirse apretado u observado", explica Mikel. Una táctica de buen comerciante que le da buenos resultados.