El movimiento vecinal de Vitoria es tan crítico como conformista, tan inquieto como lánguido. Los calificativos fluctúan de un extremo a otro según las asociaciones que lo componen. Las hay que hacen uso con talento de los cauces que les ofrecen la prensa, la Administración o Internet para trasladar mil y una iniciativas. Y las hay que rara vez, o nunca, se manifiestan. Pero todas ellas, sean más o menos mediáticas, más o menos trabajadoras, suscitan la misma pregunta: ¿A quiénes representan? Si la legitimidad de las asociaciones de la ciudad se mide por el número de personas que les dan vida, como así piensan muchos ciudadanos, buena parte de ellas debería de preguntarse si no es atrevido hablar en nombre de todo un barrio al sacar el altavoz. La mitad de los colectivos que se presentaron al último programa de subvenciones tiene menos de cincuenta socios o ni siquiera desvela su composición.
"Y seguro que en algunas son aún menos, que nos conocemos todos", cuentan por los pasillos de la Casa Consistorial. Las asociaciones de vecinos no suelen acreditar de ninguna forma su configuración. Y ese detalle ha hecho que el Gabinete Maroto se replanteara por este año su decisión de convertir el número de socios en un criterio de peso al conceder las subvenciones. Eso sí, ha penalizado a los colectivos que insisten en sumar a todos los residentes de su barrio como socios. Son Gasteiz Txiki, que dice estar respaldado por toda la población del Casco Viejo debido a su carácter asambleario, y de Errota Zaharra, que ha esgrimido sin éxito el mismo argumento.
A partir de la próxima convocatoria de ayudas municipales, el peso numérico de las asociaciones ganará importancia. Y así seguirá sucediendo en las siguientes, de forma paulatina pero inevitable. Para algunas asociaciones no es un problema, sino al contrario. Especialmente en el caso de San Martín, que agrupa a nada más y nada menos que 2.600 personas con su cuota anual. No hay ningún otro colectivo de barrio que se acerque, ni por asomo, a semejante cifra. Ahora bien, hay tres que pueden presumir de superar los 500 miembros: Uribe Nogales (731), Txagorribidea (567) y Adurtzakoak (555).
La lista de más a menos prosigue con Ipar Arriaga (486 socios), Huetos Montal (438), Salburua Bizirik (328), Gorbeia Auzokideak (321), Aranako (309), Batán-Mendizorroza (254), Iparralde Zaramaga (223), Hegoaldekoak (181), Errekatxiki (150) y Bizilagun (145).
A partir de aquí, hay que continuar con las asociaciones que no llegan al centenar de integrantes. Dos de ellas al menos se acercan a ese tope, Zabalgana Batuz (78) y Txukun Lakua (71), pero las ocho restantes miran el horizonte de los cincuenta desde abajo. Son Gazteluen Auzoa (justo 50), Gure Gordelekua (41), Judimendikoak (10 en la Junta más 15 colaboradores), Ataria (30 socios), Miguel de Unamuno (26), Los Arquillos (20), Errekaleor (12) y Zazpigarren Alaba (10). En algunas el número de integrantes que acreditan es comprensible dada la dimensión de sus barrios. En otras, no tanto.
Al menos, eso sí, aseguran tener socios, porque hay cinco asociaciones que ni siquiera han facilitado ese dato cuando se presentaron a la convocatoria de subvenciones. El misterio planea sobre Bizigarri, Betiko Gasteiz, Cauce Vecinal, Mariturri-Mendebaldea y Pasabidea. Ahora bien, disponer de una estructura más gruesa o acreditarla no es necesariamente sinónimo de ser una agrupación activa, peleona y fructífera. Los colectivos de Salburua y Zabalgana han consolidado su presencia en los medios de comunicación en muy poco tiempo para destapar las carencias de los nuevos barrios y conseguir los mismos derechos que Gasteiz. Y el Ayuntamiento, por la cuenta que le trae, los tiene en mente muy a menudo.
En los barrios consolidados, sin embargo, lo habitual es que las agrupaciones asuman con más calma las carencias que les afectan y que sólo salten ante proyectos muy puntuales. La planta de basuras de Coronación, la estación de autobuses de Arriaga, la implantación del tranvía en Abetxuko... Son unos cuantos los ejemplos de batalles vecinales con un leit motiv concreto. Claro que en esos casos importa tener a un buen número de gente detrás de una asociación para facilitar la movilización.
El paso del tiempo ha demostrado que la unión hace la fuerza. Justo de lo que adolece ahora el movimiento vecinal. La plataforma que aspiraba a reunir de nuevo a todos los colectivos de barrio, la Fava, parece abocada a perder representación. Más que nunca, las asociaciones se afanan en jugar en su propio campo, como si la ciudad fuera un gran puzzle de piezas inconexas.