Vitoria. Sucedió en vísperas de San Prudencio. A las 20.00 horas. Hora punta. En la marquesina de los juzgados, las cuidadoras esperaban para subir al autobús a dos personas en silla de ruedas, pero el espacio reservado para viajeros con movilidad reducida estaba ocupado por dos cochecitos de bebé; el padre de uno de ellos se negó a bajarse del vehículo y se montó el lío. Dos pasajeras salieron en defensa de las acompañantes y la dicusión dentro del urbano fue in crescendo mientras el conductor, al margen, intentaba calmar los ánimos. Finalmente, el señor se bajó, no sin antes argumentar que había hablado con no sé qué concejal y le dijo que, en estos casos, no tenía por qué abandonar el autobús, y entonces las sillas de ruedas recuperaron su espacio. Este tipo de situaciones es habitual para los chóferes de Tuvisa, puesto que la escena se repite a menudo, sobre todo en las líneas de Lakua, Salburua y Zabalgana, donde montan más niños.

La normativa es clara al respecto: el espacio reservado es para las sillas de ruedas. Pero el conflicto llega cuando un discapacitado espera para subir al autobús y las dos plazas están ocupadas por carritos de bebé. Tampoco hay resquicio para la duda: uno de los dos progenitores -el último en subir o el que lo tenga más fácil- debe plegar el cochecito. Si no se ponen de acuerdo, se llama a la Policía Municipal y los agentes resuelven. "Es raro llegar a este extremo; los viajeros que van con niños ya han leído los carteles, conocen la normativa y lo entienden... aunque, en ocasiones, no es así; pero la mayoría recapacita", apunta Miguel, chófer de Tuvisa.

Esta fuente de conflictos deja a los conductores en el papel de árbitros. Intentan apaciguar la situación y evitar discusiones entre los propios viajeros que alborotan el autobús. Pero no siempre es fácil. Por eso están "muy agradecidos" al colectivo de cuidadores que habitualmente acompaña a los discapacitados para ayudarles con su silla de ruedas. "A pesar de que tienen preferencia, muchas veces, se callan y ceden, y por no montar jaleo se quedan en la parada y esperan que llegue el siguiente autobús", explica Miguel. "Ahora no es como antes, los autobuses pasan cada diez minutos; el problema era cuando tenían que esperar quince o veinte minutos", recuerda.

Largas esperas En Eginaren Eginez conocen bien el problema porque son las personas con movilidad reducida las que se ven envueltas en estos conflictos y, al final, salen perjudicadas porque el uso del transporte público se ve limitado. "Tenemos una socia, Olatz, que trabaja en Lakua y utiliza mucho el autobús, y en hora punta se pasa tiempo y tiempo esperando hasta que llega un urbano con alguna plaza libre, y es un problema, porque se juega llegar a tiempo al trabajo. Desde la asociación recuerdan que la Ley de Accesibilidad reserva los espacios para personas con silla de ruedas. Fue Eginaren Eginez quien acordó con Tuvisa dar el visto bueno para que también los pudiesen ocupar los niños porque, al final, "movilidad reducida es un concepto muy amplio", explica la trabajadora social Elena Ávalos. Pero los padres y madres tienen que entender que no es el mismo derecho, que la prioridad es para las sillas de ruedas, y no sé si lo tienen tan claro; quizá desde Tuvisa deberían también marcar unas directrices claras, aunque la normativa esté colgada en el interior de los autobuses.

Y es que, sillas de ruedas y cochecitos de bebé compiten día a día por hacerse con una de las dos plazas reservadas para vehículos especiales en los buses de Vitoria. Una convivencia no siempre cívica, a pesar de que la ley deja claras las preferencias.

Muchos padres entienden que las personas con discapacidad van primero, pero ellos son quienes sufren la escasez de huecos libres y, a menudo, llueva o haga frío, esperan y esperan en la parada a que llegue un autobús con sitio libre. "En algunas ciudades dejan espacio para las sillas de los niños por todo el autobús", una solución que tampoco convence a este conductor. "Luego, pasa lo que pasa; das un frenazo, el cochecito vuelca y el culpable es el chófer", lamenta.

Bicis, mascotas y patines Los chóferes ya están acostumbrados a afrontar situaciones variopintas, anécdotas, a veces curiosas. Como aquel cochecito de bebé en el que, camuflado con el plástico que protege de la lluvia a los niños, viajaba un perrito. "Su dueña siempre se montaba por la puerta de atrás, hasta que un día, al bajarse, el conductor se percató de que dentro no viajaba un niño sino una mascota", relata Miguel.

Entonces, la normativa prohibía animales a bordo, salvo los perros guía de los ciegos. Ahora, en cambio, se permite subir pequeñas mascotas al bus -habitualmente, perros y gastos- siempre que viajen en una caja homolagada para su transporte y no superen unas determinadas medidas. "Nos ha pasado de todo", asiente este conductor con años al volante. Y es que el de la sillas de ruedas y coches de niños no es el único frente abierto entre los viajeros de los urbanos. Los ciclistas, por ejemplo, se quejan de que no pueden montar en el urbano con su bici; en el tranvía, en cambio, sí, siempre que no haya problemas de espacio.

Los chóferes, a menudo tienen que echar el alto a los chavales que suben con el patinete, les piden que los cierren porque así lo exige la ordenanza. Lo mismo ocurre con los patinadores; por seguridad, es mejor que se bajen de los patines en el autobús: "Si das un frenazo brusco pueden salir disparados", advierte Miguel.

Y es que la convivencia es a veces difícil hasta en el interior de un autobús urbano. Pese a que la normativa marca los derechos y preferencias, no todos los usuarios entienden que viajar en transporte público conlleva un respeto hacia el otro, que no siempre se tiene en cuenta.