vitoria. No hay quien les mueva de Simón Bolívar, Santa Bárbara y Lakua-Arriaga, por muy ambulantes que sean. Pero tampoco sus clientes dejarían que se fueran. Los vendedores de los tres rastros de la ciudad han conseguido con su actividad dinamizar los barrios donde se asientan desde hace varios años. Pese a la crisis o, precisamente, gracias a ella. La calidad de los productos hortofrutícolas y artesanales, amén de los chollos en ropa y calzado, atraen cada miércoles, jueves y sábado a miles de vitorianos, convirtiendo esos espacios en enjambres llenos de vida. Y aunque las vacas flacas se hacen notar, la fidelidad de buena parte de la clientela anima a los trabajadores a seguir despachando su género a voz en grito, con ese sabor tan propio de los bazares móviles.

El de Simón Bolívar es, a juicio de muchos, el mercado más activo de los tres que cantan sus productos en Vitoria. Empezó a funcionar el 1 de septiembre de 2005, un estreno que arrancó con expectación y se tornó abrumadoramente exitoso. En realidad, lo único nuevo era el emplazamiento, porque los 96 puestos habían estado operando durante un lustro junto al coso taurino. Las obras de la manzana obligaron a realizar el traslado, al que se sumaron temporalmente los vendedores de Santa Bárbara por las obras acometidas también en ese espacio. La primera reacción fue de disconformidad, pero este rincón del barrio de Arana acabó demostrando un gran potencial. Angelines, una de las vendedoras, reconoce que el emplazamiento "es bonito y los puestos están muy bien ordenados". Y aunque Miguel sigue echando de menos la anterior ubicación por ser más céntrica, afirma que los clientes de entonces se mantuvieron fieles. Una lealtad que permite a los trabajadores seguir adelante a pesar de que las ventas "sí que han descendido".

"Mirones siempre habrá, pero los que siempre hemos tirado de rastro no hemos cambiado la costumbre. Yo, ahora, incluso gasto más, sobre todo en verdura y ropa", asegura Rosa, una incombustible parroquiana de Simón Bolívar. La misma devoción muestra Pedro, aunque por la plaza de Santa Bárbara. Hasta allí se traslada muchos jueves y sábados con su carro de la compra para colorear el frigorífico de verde ecológico. La treintena de puestos ambulantes que opera a los pies del mercado de Abastos trae de la huerta hermosas hortalizas, frutas y verduras, junto con productos artesanales de alimentación que hacen la boca agua. Un imán de atracción para los amantes de la buena mesa que agudizó su potencia tras las obras acometidas a finales del año 2005 para modernizar la plataforma sobre el que se asienta. "Ganó mucho en imagen y con las obras que se han hecho hace poco dentro del edificio, hay más gente que nunca", considera Rosario.

Esta vitoriana es tan aficionada a los tenderetes de ida y vuelta que durante todo un año estuvo acudiendo al puesto de la Macaco y el Pollo -Gloria y Ángel- en el parking de Lakua-Arriaga para comprar cardo mendaviés, "uno de los mejores". Este mercado nació el 17 de diciembre de 2005 y, aunque por entonces la crisis ya se hacía notar, ni los vecinos del barrio ni los comercios que rodean la zona podrían imaginarse ahora un miércoles sin camisetas térmicas a tres euros y zapatos a diez. Los cerca de cien stands que alimentan este rastro mueven gente y dinero dentro y fuera del perímetro. "Aunque no se venda tanto como gustaría, al final muchos picamos. Y aunque sea sólo por el ambiente que se crea, merece la pena que siga por muchos años", considera Ángel.

Es palabra de comprador fiel, aunque estudios realizados en las grandes ciudades europeas también sostienen que esta actividad ambulante genera centros de dinamización económica. Por eso, al margen de los tres grandes rastros de la ciudad -más el dominical de la Plaza Nueva-, Vitoria no pierde ocasión de organizar mercadillos en fechas señaladas: el agrícola de Navidad, el propiamente navideño, la feria de artesanía de las fiestas de La Blanca y el de la almendra. Con ellos, las calles siempre vibran.