vitoria. La de ayer era la segunda vez que el Casco Viejo de Vitoria mostraba al mundo su otra cara. La que nació allá por el año 1202 al grito de "agua va" y fue abandonada a su suerte hasta que la ciudad se acordó de que era parte de la historia de Gasteiz. Pero en esta ocasión, no hicieron falta tantas explicaciones como el pasado 4 de julio. Gracias a aquella jornada de puertas abiertas y el proceso de rehabilitación iniciado, los caños medievales "ya no son esos grandes desconocidos", aseguraba una de las responsables de las visitas mientras organizaba la cola a la entrada del N, bautizado como Los Tejos. Se habían cumplido las previsiones más optimistas.

No hubo un momento de respiro en los seis caños medievales abiertos en el día de ayer, los seis que ya han pasado por el quirófano de la asociación ecologista Gaia gracias al apoyo de la Agencia de Revitalización de la Ciudad Histórica. Fernando y Marta empezaron por el K, rebautizado como el del Pozo, ubicado entre Herrería y Zaptería, con entrada por el cantón de las Carnicerías. Y quedaron maravillados por el espléndido vergel con olor a boj, lavanda, romero y un sinfín de especies vegetales ordenadas en maceteros a lo largo del pasillo. Luego siguieron por el P, el de los Hospitales, y lo enlazaron con el N, el de Los Tejos. "La casa de mis abuelos daba a este patio, pero es que parece otro. Antes estaba lleno de suciedad", recordó ella, mientras su mirada viajaba hacia los preciosos tejos y las hileras de jardineras en tres alturas atiborradas de laureles y rosales.

Por fin, Vitoria empieza a sentir los caños como un patrimonio histórico y cultural. Como lo que deberían haber sido siempre. Los monarcas Alfonso VIII Y y Alfonso X el Sabio hornearon la almendra con casas separadas por pasillos y callejuelas para recoger las aguas mayores, menores y de la cocina. Durante siglos, permanecieron a cielo abierto, lo que convirtió los caños en focos de continuas enfermedades. Así funcionaron hasta 1878, cuando tras la última epidemia de cólera se procedió a la canalización y la pavimentación de los suelos. Parecía haberse taponado el problema, pero los vecinos aprovecharon el espacio reformado para estirar sus propias viviendas y, en los peores casos, para construirse letrinas. Así que llegaron nuevas tandas de aguas. Y a eso se sumó la proliferación de gatos.

Es una historia nauseabunda, pero también hipnótica. Y forma parte de la realidad de Gasteiz como la que se forjó cara vista. Por eso, quienes ayer salieron de los caños lo hicieron con la satisfacción de haber visitado auténticos restos arqueológicos que merecen la pena ser conservados. Trece aún esperan la reforma.