seRÁ difícil que el Casco Viejo vuelva a disfrutar de una jornada tan completa como la de ayer. Allá donde uno mirase, algo se cocía. Sin solución de continuidad. Como si lo natural fuera caminar entre los puestos del tradicional mercado de la almendra medieval, engancharse a los ritmos lisérgicos del festival Gastroswing, adentrarse en los caños y tropezarse con los actos de las fiestas del barrio. Los vitorianos estaban en su salsa, y los turistas no podían reprimir su asombro, sabedores de que habían hecho bien al elegir la pequeña Gasteiz para pasar el fin de semana.
"Esto es estupendo para ponerse las pilas. Un no parar", aseguraron Manuel e Isabel, matrimonio navarro, mientras disfrutaban de las torpes pero divertidas coreografías de los txikis de Indarra Dantza Taldea en la plaza del Escoriaza-Esquível con la muralla, "un escenario precioso", de fondo. A escasos metros, la música daba paso al alboroto. Decenas de chavales pasaron el día en el polideportivo de El Campillo, inmersos en multitud de actividades. "Está todo lo que puedo necesitar", Josu dixit mientras perfilaba su graffiti.
Los más crecidos se lanzaron a por los sprays multicolores. Los pequeños prefirieron maquillarse la cara, pintar caretas, dejarse los pies en el hinchable de DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, jugar con peonzas voladoras y llevarse para casa un globo. "El mío es un perro", explicaba emocionada la pequeña Alaitz a sus aitas mientras caminaba con paso firme hacia la plaza Etxauri. Allí pasó el día Gargantúa: objeto de deseo para los niños y de recuerdos para los mayores. Pedro, septuagenario bilbaino de visita en Vitoria "porque aquí vive mi hijo y la nuera", no dudó en sacar unas cuantas fotos, mientras Blanca ejercía de esposa-cebolleta. "Me metieron por la boca una vez de niña, y creo que ésa fue la primera y última vez", admitió.
Los puestecitos, sin embargo, son otra historia. "Eso es lo mío". Blanca se perdió entre los artículos del mercadillo solidario de Etxauri y luego, programa festivo en mano, se llevó al marido para el mercado del truque de El Campillo: una mesa con unos cuantos artículos textiles y curiosos de ida y vuelta. Entre ellos Miren, que se lamentaba por no haber llevado "una camisa que me quité hace dos días" para cambiarla por un jersey de rayas azules.
Para entonces ya era la una de la tarde, y el ambiente en el Casco Viejo hervía. La coral Gasteiz Kantuz cantaba en la entrada a la Cuesta de San Vicente, Algara Dantza Taldea desgastaba las abarcas en la plaza del Matxete, los cabezudos trotaban unos metros más arriba a ritmo de trikitixa y Javi y Juanfran añadían el ingrediente no tan secreto -azafrán tunecino- a su paella del concurso gastronómico. "Habrá que ir pensando en llenar el estómago, ¿no?", consultó Jon a la cuadrilla, animado por el aroma valenciano de la fuente de Los Patos. Y así lo hicieron, pero de forma distinta a la habitual, sentados a la mesa de la comida popular. Para los hambrientos, hoy siguen las fiestas.