El año pasado, en estas mismas líneas, vaticinábamos que venían tiempos revueltos para la economía y las finanzas globales. Entonces, y a pesar de que los indicadores de crecimiento parecían alentar a la mejora de la economía mundial, ésta se dejaba arrastrar por el nivel de incertidumbre que provocaban, entre otros, las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, la amenaza del Brexit o el estallido de un nuevo episodio de crisis energética en el Estado tras la declaración de la guerra al diesel por parte de la Ministra del ramo, Teresa Ribera. Todos esos ingredientes no hacían sino alentar de forma irrefrenable la entrada en un nuevo escenario de recesión económica.
Un contexto que finalmente se cumplió y que adquirió rango de globalidad como consecuencia del estallido de una pandemia sin precedentes en el último medio siglo, la covid-19, cuyas extraordinarias consecuencias sanitarias y económicas aún siguen marcando el rumbo. Hoy, un año después, el mundo empresarial se debate entre la incertidumbre y la desconfianza, expectante ante la respuesta que puedan ofrecer los diferentes estímulos y políticas fiscales, y convencido de que cualquier conato de recuperación pasará inexorablemente por la capacidad de resistencia de cada empresa y su capacidad para adaptarse a la época poscovid.
Euskadi y Álava no son ajenos a esta fotografía. Si bien el punto de partida de sus empresas es distinto respecto a otras latitudes, su situación no deja de ser por ello preocupante. El departamento de Hacienda del Gobierno vasco ha previsto una contracción de la economía vasca en torno a diez puntos porcentuales para el presente ejercicio; seis de cada diez empresas del Territorio Histórico de Álava se han visto abocadas a presentar un ERTE desde el estallido de la pandemia; y el 88% reconoce estar sufriendo una severa caída de su actividad por la falta de pedidos y/o subcontrataciones, según el informe SEA-Impacto covid-19 empresas alavesas, de noviembre de 2020.
Un panorama sin duda desolador que, sin embargo, no impide que poco a poco vaya asomando un halo de optimismo. Esta nueva edición de Álava, Objetivo 2021 que ahora mismo tiene entre sus manos es una buena muestra de ello. Evidencia y pone en valor la tenacidad que empresas y empresarios/as alaveses han demostrado en los últimos meses no ya solo para aguantar una situación crítica sino sobre todo para hacer de la necesidad virtud y reinventarse hacia nuevas vías de negocio impulsadas precisamente por la crisis. Oportunidades empresariales estrechamente ligadas a la Salud y las Biociencias.
Queda por ver ahora cómo una economía como la alavesa, profundamente industrial (el 31% del PIB de la provincia procede de este campo), y con un marcado acento en favor de sectores castigados por la actual crisis como el de automoción y aeronáutico, es capaz de dibujar sus nuevas líneas maestras sin perder y quién sabe si ampliar el poso industrial que históricamente la ha hecho grande.
Este es el escenario en las vísperas de un nefasto 2020 a punto de concluir. Un punto de inflexión que exigirá más innovación e inversión que nunca como motor del cambio, la adaptación y la evolución. Palancas imprescindibles para el mantenimiento del empleo y el regreso a tasas de crecimiento perdidas en los últimos meses. Álava y sus empresas nunca se han cruzado de brazos y no lo van a hacer ahora. La búsqueda de oportunidades y la resistencia ante las crisis siempre han formado parte de su ADN, de modo que urgen con compromiso coral entre todos los agentes implicados para enderezar el rumbo.
Como recién citaba un galardonado con el Premio Korta, "si se quiere, se hace". Pongámonos a ello y hagámoslo sin demora.