os recientes comicios alemanes han evidenciado el pecado original de la socialdemocracia germana (SPD): la pugna eterna entre los idealistas a ultranza y los pragmáticos. Y el candidato del SPD -Olaf Scholz- ha sido la última víctima de esta patología del socialismo alemán. Desde que Ferdinand Lassalle fundó el SPD en 1875, el partido ha estado prácticamente en guerra fratricida permanente. Mientras los pragmáticos -como Lassalle y August Bebel- optaban por el pactismo y el sentido común para hacerse con el poder e imponer así una política social en el país, los idealistas utópicos, como Wilhelm Liebknecht y Rosa Luxemburg, se empeñaban en reformas radicales y vías revolucionarias que han llevado a escisiones en más de una ocasión. En la historia reciente, los cancilleres Helmut Schmidt y Gerhard Schroeder padecieron mucho más a manos de la izquierda juvenil ("Jusos", acrónimo de Jung Sozialisten) que de la oposición conservadora. La izquierda iconoclasta del SPD no les perdonó nunca que antepusieran Alemania a las utopías del socialismo radical e impaciente. No es ninguna casualidad que este socialismo tenga sus bases en las filas juveniles del SPD, ya que es en este momento de la vida cuando se puede querer impunemente lo imposible. El propio Olaf Scholz militó en los 70 en los "Jusos" y reclamaba la superación del capitalismo. Pero con el tiempo Scholz se pasó al pragmatismo y apoyó al canciller Schroeder, llegando a ser secretario general del SPD. El secretario general menos querido en la historia: fue elegido tan solo con el 53% de los votos.

Las izquierdas socialistas de entonces, como las de ahora, no le perdonaron jamás a Scholz esa evolución. Y pese a su constante ascenso, le han amargado la vida. Puntos álgidos de ese hostigamiento fue negarle hace dos años la presidencia del partido (fue elegida Saskia Esken, arquetipo de militante "del montón"), el ninguneo sistemático de su candidatura a la Cancillería federal por parte de "Jusos" y el ala izquierda, así como la crítica intensiva a la gran coalición (SPD-CDU/CSU) propugnada y apoyada -entre otros- por Scholz. Pero en contra de la izquierda utópica y el pésimo punto de partida -fuga de militantes y una intención de voto del 15%- la candidatura de Scholz se fue afianzando. No tanto por méritos propios como por errores de los competidores. Y no tanto por lo atractivo de su programa gubernamental como por la desconfianza o el desinterés que generan los programas rivales. Se afianzó tanto que hasta se permitió desairar públicamente a los socialistas utópicos que le habían ninguneado. Poco antes de la jornada electoral, Scholz comentó las recomendaciones de alianza gubernamental que le hacían las izquierdas con una frase digna de Luis XIV, el rey sol: "No habrá ninguna coalición que no sea del agrado del canciller".