angre, sudor y lágrimas”, fue el histórico titular del discurso de Winston Churchill pronunciado el 13 de mayo de 1940, tras reemplazar a Neville Chamberlain como primer ministro, en plena batalla de Francia, ocho meses después de haber comenzado la II Guerra Mundial, cuando las fuerzas aliadas estaban experimentando continuas derrotas frente a la Alemania nazi. Pero su frase exacta fue: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor.” Aquellas palabras nos retrotraen hoy, cuando el coronavirus tiene confinados a los europeos, a los peores fantasmas de la Europa de las trincheras. Europeos enfrentados sin ser capaces de encontrar soluciones pacíficas y dialogadas matándose por defender sus fronteras. El proyecto de construcción europeo iniciado con el Tratado de Roma en 1957, ha supuesto la desaparición de esas barreras fronterizas y de esas trágicas trincheras. Sin embargo, contra su propio sentido de identidad, la UE forzada por las decisiones unilaterales de los Estados miembros, decidía esta semana cerrar sus fronteras externas e internas.

La medida del cierre tiene un sentido de coherencia con las recomendaciones de las autoridades sanitarias para luchar contra la extensión de la pandemia del coronavirus. El confinamiento evita el contagio y, hoy por hoy, hasta que tengamos antivirales y vacunas es el único método de contención de la crisis. Lo único positivo de esta situación es que se produce en el siglo XXI, cuando el ser humano se ha dotado de herramientas e infraestructuras digitales y telemáticas de comunicación. Podemos, pues, mantener vivo el sentido de la Unión Europea, sin que las fronteras, en otros tiempos el símbolo de la desunión, representen un obstáculo para el trabajo conjunto de las instituciones europeas en esta dura batalla contra la enfermedad. Se trata, por tanto, de no aislarnos en las decisiones, de no hacer cada Estado la guerra por su cuenta, si no de poner todos los recursos comunes de forma coordinada y bajo la dirección de nuestra Europa unida, al servicio de los europeos.

En cada crisis que afronta la Unión Europea nos encontramos con el mismo problema: la capacidad de las instituciones europeas para actuar con el suficiente grado de autonomía en las decisiones. Es decir, siempre nos topamos con la falta de competencias de la Comisión y el Parlamento para actuar. Estos días estamos asistiendo al mismo patético escenario de inacción en los rostros de Von der Leyen y de Sassoli, que claman en sus mensajes por la necesidad de tomar medidas, sin que nadie les de luz verde para ponerlas en marcha. El Consejo, verdadero órgano ejecutivo en estos días de zozobra, se tele reúne a medida de que la gravedad de la situación aumenta, para poner en común el llanto y la lamentación de los más afectados, pero sin ser conscientes de la necesidad de actuar en común. Todos están mirando de reojo lo que le ocurre al de al lado y trata de evitar medidas drásticas hasta que el contagio le invada. De los grandes Estados de la Unión, de momento el eje franco-alemán no tiene la incidencia desmedida que sufrimos en Italia y España. Este factor es determinante para entender porqué aun no se está actuando con la grandeza que la situación precisa.

A largo, además de muchas muertes por el virus y de una tremenda recesión económica, nos estamos jugando definitivamente en esta crisis el nuevo orden internacional. La carrera por el descubrimiento de la vacuna entre China y Estados Unidos, pilla a la Unión Europea en medio intentando dar la imagen de potencia mundial también en el ámbito de la investigación científica, hoy uno de los pilares estratégicos en la nueva geopolítica. Nos jugamos, pues, la imagen y la credibilidad ante el mundo. Una prueba de fuego a la que está vista sometida la Unión y que a ha mostrado sus primeros síntomas de respuesta con la decisión del BCE de una compra de bonos públicos y privados por valor de 750.000 millones de euros. “Los tiempos extraordinarios requieren acciones extraordinarias”, señalaba Fráncfort, en lo que debería ser la senda de actuación del resto de instituciones europeas. Si en las medidas sanitarias, la ciencia europea es básica, en la salida de la crisis económica que el parón provoca, el BCE y la Comisión deben ser los directores de las soluciones que tendrán que estar en las antípodas de las de austeridad de 2008. La liquidez hoy es el gran reto y eso requiere de toda la fortaleza pública de la UE.