Todos tenemos unos límites que nos separan de nuestro entorno exterior. Cuando esos límites se sobrepasan nos encontramos incómodos y hasta, en casos extremos, pueden despertarnos emociones violentas, enojosas, o cuando menos incómodas. Por lo tanto, proteger con vehemencia tu espacio personal es una reacción de supervivencia puramente animal. "Rascad al hombre civilizado y aparecerá el salvaje", aseguraba el filósofo Shopenhauer. Pero no siempre resulta fácil defender tu espacio personal en el transporte público cuando el invasor es hombre y la mujer víctima. Un hombre madura cuando se da cuenta de que no solo él tiene derechos, sino también los demás€ Viajar en transporte público permite compartir espacio, pero no invadir el de tu vecina.

En este sentido, en el lenguaje corporal las piernas juegan un importante papel, ya que expresan por sí mismas un conjunto de señales para la comunicación no verbal: actitud ofensiva o defensiva, exhibición sexual, machismo, interés, impaciencia, dominancia y territorialidad. Algunos especialistas tratan de justificar el despatarre masculino en los asientos públicos, socavando los derechos espaciales de la mujer, asegurando que en las piernas, al estar alejadas del sistema nervioso central, nuestra mente tiene menos control sobre ellas, y por ello gozan de mayor libertad para expresar sentimientos internos.

Asimismo, también arguyen razones biológicas: este comportamiento masculino también podría deberse a factores como el ancho total de la pelvis, que es relativamente mayor en las mujeres, y el ángulo del cuello femoral, que es más agudo. También apuntan a motivos culturales o educativos que los hombres han recibido desde su infancia: a ellos se les permite ocupar más espacio que las mujeres (¡como si los hombres tuvieran un derecho intrínseco por cuestión de sexo!).

Otro factor se atribuye al alto nivel de testosterona respecto al de las mujeres. El despatarre masculino podría deberse también a una exhibición del área genital que hace -supuestamente- a estos invasores sexualmente más atractivos. ¿Es que los egos masculinos conocen siempre las miradas de las mujeres que quieren sexo?

¿Qué significa, pues, cuando un hombre se sienta con las piernas abiertas frente a una mujer? Podría, inconscientemente, colocar a ella en una posición vulnerable al estar él dispuesto a exponer sus partes sensibles, salvo que alguna mirada femenina le frenara con un reprobatorio mensaje: "¡Detén tu exhibición y guárdate esas cosas para ti!" .

Puede ser también una manera más de indicar su dominio y atractivo sexual, aunque algunos estudios discrepan de que esta actitud masculina sea sexy. El cualquier caso, usar un asiento adyacente en una postura expansiva al lado de una mujer es siempre una clara y ofensiva invasión física de su espacio personal contra la que hace algún tiempo se ha empezado a reaccionar.

Mujeres en lucha

Es fácil ver a algunas mujeres incómodas, con las piernas bien cerradas, o siempre cruzadas, en los asientos de transporte público para defenderse de ese típico exhibicionismo masculino de poder y territorialidad. No basta la mirada femenina al invasor que claramente indica: "No eres bienvenido, ¡estúpido!".

Para evitar estas microagresiones machistas, algunas mujeres, las más atrevidas o asertivas, han empezado a invadir el espacio de asientos libres contiguos al suyo con bolsos u otras pertenencias, especialmente cuando viajan solas, para eludir así todo contacto físico o visual machista. O leyendo un libro. U oyendo música (o simulándolo) para no escuchar que cualquier hombre las importune irónicamente con la pregunta: "¿Está libre este asiento ocupado? Para las mujeres es una manera incorrecta, pero efectiva, de controlar la situación en su deseo de permanecer solas.

Sin embargo, esto no es suficiente. Desde hace algún tiempo, en algunas redes de transporte público de Nueva York, Londres, Madrid o Estambul, por ejemplo, se han proclamado bandos y normativas en este sentido: "Los hombres deben mantener las piernas juntas para no incomodar a los usuarios de los asientos contiguos invadiendo su espacio personal".

"Esta postura es inaceptable y se considera ofensiva", argumentan las compañías de transporte público. Asimismo, se exhiben nuevos iconos y letreros en los vagones del metro o autobuses que indican explícitamente la prohibición de invadir la posición del usuario contiguo.

Se trata de recordar, especialmente a los hombres, que deben mantener la responsabilidad cívica y el respeto al espacio personal de los demás. Los oficiales de la policía neoyorquina llegaron recientemente incluso a arrestar a infractores que no cumplieron esta ordenanza, pero los cargos finalmente se retiraron.

En el Estado español, el grupo Mujeres en Lucha y el partido catalán CUP encabezaron, en este sentido, enérgicas protestas en las redes sociales que obtuvieron un apoyo generalizado, al igual que otros colectivos feministas turcos o australianos.

Con todo, hay que convenir en que el despatarre masculino es una actitud antisocial, cuyo origen hay que buscarlo en el ancestral acoso machista que la mujer ha sufrido a lo largo de los siglos, vinculado a la dinámica del poder. Los hombres escasamente socializados siempre han considerado a la mujer, en sí misma, como un espacio disponible para ellos. Sería oportuno recordar aquí las palabras de Paul Geraldy: "Los hombres no pensamos nunca, al juzgar a una mujer, que es muy difícil ser mujer".