“Las mascarillas han servido no solo como barrera física para defendernos del coronavirus, sino también de protección frente a otras patologías respiratorias. Más adelante, Sanidad seguro que recomendará su utilización en la temporada de gripe o cuando nos traslademos en moto o en bicicleta en ciudades con mucho tráfico y su uso nos eviten los riesgos de los humos de escape o la contaminación. Por eso, se las ponen ya en otros países”, explicó a DNA el experto en Salud Pública y Gestión Sanitaria, exfuncionario del Ministerio de Sanidad, que vive a caballo entre Madrid y Bilbao.

A partir de hoy se relaja el uso de las mascarillas. ¿Es una medida estrictamente técnica?

—En esta pandemia se ignora a veces que España ha sido, junto a Inglaterra y algún otro, el país con unas normas más severas sobre el uso de las mascarillas. Además, si hacemos un análisis exclusivamente microbiológico y epidemiológico, pudiendo mantener la distancia social de seguridad, no se ha demostrado que su uso tenga una eficacia adicional frente a no ponérsela.

¿La mascarilla ha tenido también un gran valor simbólico?

—Ha significado para todos nosotros un recordatorio continuado de que estábamos en una situación de riesgo pandémico, sobre todo cuando la transmisión comunitaria era muy alta. La mascarilla ha supuesto ese valor adicional que ha permitido que mucha gente la utilizara como un elemento permanente de recuerdo, de que se tenía que tomar esa medida y otras adicionales, como lavarse las manos, desinfectar las superficies, etc.

¿En algunos sectores, su obligación se ha vivido como un recorte de ciertas libertades?

—Fundamentalmente se ha visto así entre la gente joven. Estos valores sociales van más allá de su componente epidedemiológico. Su progresiva desescalada en espacios públicos tiene igualmente ese mensaje de que vamos por el buen camino, que se vislumbra el final del túnel. El componente de obligatoriedad y del rechazo a las mascarillas son inseparables. Las pandemias no solo son biología y epidemiología, son asimismo comportamientos sociales, simbología, actitudes y opiniones de la gente; lo tienen todo.

¿Cree precipitada la liberación de su uso en espacios abiertos?

—Lo he dicho en varias ocasiones. Pienso que tal vez se tendría que haber retrasado un poco su retirada. Por lo menos hasta que la población que está en el tramo de edad de 60 a 69 años estuviera vacunada. Porque es la franja de edad con menos población inmunizada por el lío que se montó con la segunda dosis de AstraZeneca. Siempre hay gente que piensa que cuando avanza la pandemia se toman medidas muy estrictas y que cuando retrocede son muy prematuras. Forma parte de la lógica social, no me sorprende.

¿Cual es su consejo como médico?

—Llevar siempre una mascarilla, aunque no necesariamente siempre puesta; tenerla en una bolsita adecuada en el bolsillo para usarla cuando entremos en lugares cerrados, donde la posibilidad de contagiamos por el virus sube un 20%. Además, no podemos olvidar que nos podemos encontrar con situaciones imprevistas; deberemos de tener los suficientes reflejos para ponérnosla. No valdrá la excusa de que se nos ha olvidado.

¿Las variantes nuevas que surgen, como la Delta, podrían hacer retroceder esta desescalada?

—Sería bueno que se arbitraran criterios para que, bien en el conjunto del Estado o en alguna comunidad se pudieran retomar medidas más restrictivas si la situación epidemiológica empeorara por las nuevas cepas como esta ocurriendo en Israel, a pesar de tener al 70% de su población vacunada.

¿Qué medidas sanitarias han sido claves durante la pandemia?

—Las mascarillas y el lavado frecuente de las manos, dos medidas que si se generalizan y se mantienen tendrán un efecto positivo en todo lo que se refiere a la transmisión de las enfermedades contagiosas, sean bacterianas o virales.

“Es deseable arbitrar criterios para que si las nuevas cepas empeoran la situación se puedan volver a medidas más restrictivas”