- El hepatólogo Manuel García Bengoechea, presidente del Colegio de Médicos de Gipuzkoa, está al frente también desde 2016 del Consejo Vasco de Médicos, que representa a cerca de 12.000 facultativos que pueden ejercer la medicina en el País Vasco. En la línea de la mayoría de los facultativos reconoce el valor que ha tenido y tendrá la mascarilla para seguir frenando los contagios por coronavirus, "porque el bicho está ahí, todavía queda mucho camino por recorrer hasta derrotar al covid-19", subraya.

¿Después de 16 meses de su uso obligatorio, el valor sanitario de la mascarilla sigue vigente?

—No tengo la menor duda, ha cubierto un aspecto muy importante. La mayor rigidez de su utilización depende de la situación epidemiológica. No estoy en contra de que se vaya suavizando su obligatoriedad, pero insisto en la prudencia de la gente. Como han anunciado las autoridades sanitarias, habrá momentos en los que deberemos seguir teniéndola puesta, incluso en lugares abiertos. Eso depende también del sentido común de las personas. Si uno está solo en el monte, no tiene mucho sentido que la lleve puesta, pero en parques y lugares públicos con mucha gente, es más que recomendable.

¿Hubiera sido partidario de mantenerla, como han recomendado algunos epidemiólogos, también en espacios abiertos algunas semanas más?

—Igual habría sido mejor, porque el covid-19 no deja de ser un virus que lo hemos empezado a conocer hace poco más de un año, todo es muy reciente. Ahora sabemos que las vacunas son efectivas porque están liberando a nuestros mayores de las infecciones. Pero no hay que perder de vista las cepas más agresivas, como la Delta, que están creando graves problemas. Por eso, todavía no hay que bajar la guardia. Contamos con un porcentaje elevado de la población sin vacunar y nos están llegando cepas muy contagiosas.

En Israel, que habían abandonado las mascarillas en todos los espacios, han vuelto a ellas.

—Por la aparición de la cepa Delta estamos viendo que en los países donde la pandemia estaba controlada vuelven a aparecer casos; donde se encontraban bien, retornan a una mala situación, y donde se encontraban mal, mejoran. La situación que provoca el virus es bastante desconcertante.

¿En esta medida liberadora han pesado más los aspectos médicos o piensa que obedece más a cuestiones económicas, como por ejemplo la llegada de turistas?

—Tengo la sensación de que en casi ningún momento de estos meses de pandemia se han tomando medidas que hayan obedecido exclusivamente a criterios médicos. Han estado muy presentes aspectos no sanitarios, como los económicos. Lo cierto es que ahora, que estamos mejor, podemos ir liberándonos de ciertas obligaciones. Pero no hay que pasar de una situación a otra bruscamente y llevarnos luego graves sustos.

¿Podemos pecar de optimismo?

—Los cambios rápidos no suelen ser recomendables, porque recuerdo que todavía nos queda mucho por saber del comportamiento del virus y de las nuevas variantes que surgen. Mientras vamos protegiéndonos de unas, las más virulentas van ganando terreno, como la india, y aparcan a todas las demás.

¿Cree que las administraciones sanitarias tendrían que hacer pedagogía, sobre todo en los más jóvenes, para que no se tomen a broma el uso de la mascarilla?

—Habría que mirar a otros países que están en mejor situación que nosotros, como Israel, que vuelve a obligarla, y Gran Bretaña, que la recomienda en sitios púbicos para protegerse no solo del coronavirus, sino también de otras patologías. Es cierto que son incómodas, pero también muy efectivas y, exceptuando pequeños problemas en la piel, no tienen efectos secundarios. Así que deben quedarse.

No es paradójico que mayores no vacunados convivan con jóvenes que sí lo están.

—Sí. Por eso las mascarillas, el lavado de manos y la distancia social tienen que quedarse.