l sábado 15 de agosto recibimos un aviso telefónico de emergencia. Se había declarado un incendio en el límite entre California y Nevada y se procedió a dar una orden de evacuación inmediata de todos los habitantes de la zona, incluyendo los de Cold Springs Valley, Loyalton y Border Town. Las señales de alarma se precipitaron y pronto tuvimos noticia de que cinco casas y otras seis edificaciones habían sido destruidas por las llamas y el área afectada por el fuego se había multiplicado rápidamente por tres. Pocas horas más tarde, a las 2.28 de la tarde, el Servicio Meteorológico Nacional emitió una alarma provocada por un tornado inducido por fuego y vientos de salida de más de casi 100 km/h ubicado al sur de Chilcoot, en el condado de Lassen. El mensaje de alerta indicaba que el comportamiento impredecible de los torbellinos de fuego y los fuertes vientos eran capaces de derribar árboles e iniciar nuevos incendios en zonas alejadas del epicentro. Una situación extremadamente peligrosa para los bomberos que tuvieron que suspender el vuelo de los aviones y helicópteros de emergencia. Y el perímetro de fuego se extendió aún más.

Se emitió un tercer mensaje: "¡Pónganse a cubierto de inmediato! Busquen abrigo en un sótano o una habitación interior en el piso más bajo de un edificio sólido. Eviten las ventanas. Si se encuentran al aire libre, en una casa móvil o en un vehículo, diríjanse al refugio más cercano y protéjanse de los escombros que vuelan".

Tal como expresó Shane Snyder, del Servicio Meteorológico en Reno, ésta era la primera alerta por tornado de fuego en la historia de los Estados Unidos. El incendio forestal "explotó de manera impresionante cuando un gran e informe pirocúmulo generó varios tornados de fuego". El incendio, que había comenzado el 14 de agosto cerca de Loyalton, California, a unas 45 millas al oeste de Reno, se había acercado a menos de 20 millas de la ciudad y el domingo tan sólo se había logrado contener en un 5%. Los vientos turbulentos, el terreno irregular, la ausencia de humedad y calor extremo son algunos de los elementos que impulsan al aire hacia arriba rápidamente generando estos torbellinos. El gas que se libera de la vegetación en llamas también ha servido de combustible. Tratándose como se trata de un fenómeno meteorológico que se ha comenzado a detectar de forma cada vez más habitual en tiempos recientes, nadie ha sabido explicar aún por qué las rotaciones de la columna de fuego parecían moverse en el sentido de las agujas del reloj, cuando los tornados que se forman en los sistemas de baja presión suelen rotar en la dirección contraria.

El humo era visible a más de 200 millas del epicentro y la lluvia de ceniza, muy densa, a más de 60 millas. Pero lo que estaba ocurriendo en casa era solo la punta del iceberg. La extraordinaria tormenta eléctrica del fin de semana había generado hasta cuarenta incendios en el norte de California, muchos de ellos hasta veinte veces más intensos y letales que el nuestro, como los de Napa, Santa Clara y Santa Cruz. Decenas de miles evacuados y más de mil edificaciones consumidas por el fuego en pocas horas. El 19 de agosto el gobernador de California, Gavin Newsom, informó que los servicios de emergencia habían registrado 367 incendios activos y que desde principios de año hasta el 16 de agosto se habían producido un total de 6.506 incendios en California devastando 1.100 km2. Una semana después son ya 560 los incendios. Entre el año 2000 y el 2019 se han producido una media de 8.167incendios anuales en California, consumiendo un área de 3.000 km2 al año. Esto es sólo parte de la imagen de conjunto: hasta el 22 de agosto, tan sólo en 2020, 92 grandes incendios han quemado casi 6.000 km2 (1,5 millones de acres) en trece estados, fundamentalmente en Arizona, California, Colorado, Montana, Nevada, Oregon y Texas. Más de 24.000 bomberos y personal de apoyo están trabajando en el control de los focos de fuego a día de hoy.

Se ha apuntado que las precarias infraestructuras de Pacific Gas and Electric Company han provocado algunos de los incendios, así como colillas y otros abusos de la acción humana. Y la administración Trump ha procurado manipular las cifras y alcance en relación con los focos de fuego. No obstante, a pesar de no querer verlo, el principal factor en la configuración del número y la intensidad de estos incendios es el cambio climático. En pocos años el clima de California ha sufrido cambios drásticos y un notable ascenso de la temperatura media. No sólo California. En Death Valley, el valle de la muerte, situado entre California y Nevada, y conectado por la sierra a través de Aguerreberry Point, a 2.000 metros de altura, se ha registrado un récord mundial apenas hace una semana cuando el 16 de agosto los termómetros ascendieron a 54,4ºC a la sombra en Furnace Creek. Esto es sólo el pico, pero la temperatura diurna no ha bajado de 47ºC en diez días, y la humedad relativa apenas ha subido del 10%. Hoy estamos a 51ºC.

Estos factores han limitado la cantidad de nieve en las sierras, la reducción de las escorrentías en primavera y ha reducido la humedad ambiental. Nueve de los diez años más calurosos registrados en la historia de California se han producido a partir del año 2000 y, no es coincidencia, nueve de los diez incendios más extensos en la historia del estado se han registrado en los últimos diez años. Los fuegos son ahora mucho más difíciles de predecir, la temporada de lluvias se reduce en intensidad, la temporada de incendios se dilata -abarca prácticamente once de los doce meses del ciclo anual- y los patrones de comportamiento de las corrientes de viento están favoreciendo la aparición de focos de fuego más numerosos. Especialmente peligrosas son las corrientes de aire frío que se generan al norte de Nevada. En otoño, cuando el desierto de altura se enfría, desarrolla vientos de baja temperatura y alta presión que buscan una ruta de escape cómoda hacia el mar, al oeste. A medida que los vientos atraviesan los estrechos pasos de montaña de la Sierra Nevada, ganan velocidad y, como el aire comprimido en un neumático de bicicleta, se calienta rápidamente a medida que descienden hacia la costa de California.

En 2018, un estudio publicado en la revista Environmental Letters sugirió que, debido a estos vientos, actualmente hay dos temporadas de incendios en California. La primera, la que ha generado los remolinos de fuego de agosto, se dilata de junio a septiembre y se ve favorecida por vientos cálidos y secos denominados Diablo winds que, fluyendo desde Reno a Sacramento, provocan -como un fuelle- focos de fuego tierra adentro, preferentemente en el norte de California. La otra temporada de incendios se dilata entre octubre y abril y es impulsada por los vientos de Santa Ana que, soplando desde la zona de Las Vegas hacia Los Ángeles, penetran en el valle de San Joaquín, afectando sobre todo la zona sur del estado. Estas fuertes corrientes de viento son, en gran parte, la razón por la que los incendios de California crezcan de manera exponencial. En los últimos días, ráfagas de viento de hasta 160 km/h han favorecido la propagación de los focos de fuego.

Otros factores relacionados con la acción humana han empeorado las circunstancias. Al parecer, el famoso lema de Smokey Bear "sólo tú puedes prevenir los incendios forestales" ha hecho más daño que bien en el gran esquema de las cosas. Durante más de un siglo, la política de gestión de incendios en el oeste ha sido la de controlar y suprimir los focos de fuego con celeridad, lo que ha provocado un crecimiento excesivo y artificial de la vegetación, el cual sirve ahora de combustible facilitando la propagación de las llamas en el sotobosque. Muchos de los ecosistemas de California están adaptados al fuego y ciertas especies de árboles y plantas nativas requieren de incendios cíclicos para su reproducción. No obstante, si se producen incendios intensos con demasiada frecuencia, las especies nativas no tienen tiempo para regenerarse y son sustituidas por plantas invasivas que no están bien adaptadas, se queman rápidamente y no enriquecen el suelo ni favorecen la pervivencia del ecosistema tal como lo conocemos hoy.

A pesar de todas las evidencias, hay quien aún se empeña en negar que estamos sufriendo un cambio climático. Para algunos está es la posición adecuada y hasta necesaria de un determinado color político. Pero el calentamiento global no es un episodio pasajero y ya no constituye parte del futuro de la vida en el planeta. Es tarde para eso: ahora forma parte de nuestra vida cotidiana, y está tocando a las puertas de nuestras casas. Lamentablemente, ahora lo sabemos -es un hecho-, el ser humano no ha sabido reaccionar a tiempo; existen muchas dudas de si vamos a saber reaccionar correctamente en adelante. Entre tanto el mercurio seguirá subiendo.El autor es el director del Centro de Estudios Vascos en la Universidad de Nevada, Reno.