- La medida del tiempo en verano la daban las fiestas. Así fue el año pasado; y el anterior y el otro… Pero ya no. La nueva realidad engendrada por el covid-19 ha modelado un escenario completamente diferente, sin romerías ni verbenas. Nada de aglomeraciones para tratar de obstaculizar la propagación comunitaria del patógeno. Y eso incluye los botellones, tan populares entre la juventud, esté donde esté. De hecho, comunidades y ayuntamientos se han apresurado para actualizar sus normativas e incluir la prohibición expresa de estos encuentros multitudinarios -tradicionalmente en una zona apartada y acordada a través de las redes sociales- ante el riesgo evidente de contagio.

Las primeras señales llegaron con la derogación del estado de alarma y el buen tiempo adentrándose por las ventanas. Quizás porque durante el confinamiento las personas más jóvenes fueron quienes tuvieron menos contactos fuera de casa o quizás porque va en los genes, el caso es que este tipo de quedadas han sembrado un reguero de polémicas allá por donde se mire. Hace unos días, sin ir más lejos, un ertzaina de vacaciones en Ayamonte (Huelva) ayudó a los agentes de la Policía Local a disolver una de estas concentraciones. Episodios similares se suceden en otros puntos. Y no hace falta playa. Toledo, Madrid o Zaragoza son algunos de esos lugares de secano en los que estas fiestas clandestinas se resisten a desaparecer a pesar del peligro real de transmisión que existe desde el momento en que los asistentes prescinden de las mascarillas, no guardan la distancia social de seguridad o directamente comparten vasos.

Más aún cuando la amenaza del virus es innegable todavía. De hecho, un gran puñado de los nuevos positivos que cada día engordan las estadísticas sanitarias tienen su origen en celebraciones y reuniones juveniles, tanto en locales cerrados como al aire libre. En Baleares calculan que el 70% de sus positivos obedecen a este patrón. Ahora, en la era covid, los destrozos, la generación de residuos o el ruido no son las razones para perseguir los botellones. Las autoridades hablan abiertamente de “actividad nociva y peligrosa”, además de insalubre. Y hay multas. También en Euskadi. No llevar la mascarilla son 100 euros. Y negarse a hacerlo son 600. La primera por contravenir las medidas de salud pública en vigor y la segunda por desobediencia.

El panorama es similar en la mayoría de los lugares a los que acostumbran a desplazarse en verano los vascos. Eso significa que está prohibido beber alcohol en la calle, que solo se puede consumir en terrazas y en el horario y modo permitido, y que las sanciones por no llevar la protección puesta son de 100 euros en Medina de Pomar, en Ribadesella, en Ezcaray, en Suances, en Estella o en Benidorm, por ejemplo. Otra cosa es infringir las leyes de seguridad ciudadana vigentes en cada lugar cuando la Policía vaya a disolver un botellón o a una cuadrilla (10 ó 15 personas, según el lugar) que esté compartiendo unos litros.

Evitar brotes asociados al consumo de alcohol entre jóvenes se ha convertido en una auténtica y sana obsesión para las autoridades sanitarias y políticas. Y algunos han optado por la mano dura, quizás también porque son territorios con tasas altísimas de incidencia del virus. Por ejemplo, en Zaragoza la persecución de los botellones incluye una multa de 1.500 euros que pueden ser conmutada por trabajos en beneficio de la comunidad; y en Catalunya, uno de los puntos más castigado por el virus, han anunciado sanciones de hasta 15.000 euros para todo el territorio, algo similar a lo decretado por Andalucía, que prohíbe el botellón en toda la región, también allí donde se hacía la vista gorda por algunos ayuntamientos . “Hoy un botellón no es una fiesta, es un acto de insolidaridad” llegó a decir Quim Torra.

Y es que la aglomeración incontrolada de personas y la ausencia o relajación de las medidas de seguridad y de distanciamiento social han obligado a muchas localidades a actualizar sus normativas de ocio y uso de los espacios públicos para adecuarlas a la nueva normalidad veraniega. Algo lógico ya que la propia evolución de la pandemia es dinámica, con esos famosos dientes de sierra, y eso supone que las decisiones también sean proporcionales y ajustadas a la situación epidemiológica del momento. Qué se hace, dónde y con quién son las tres preguntas fundamentales que se plantean ahora los jóvenes. Saben que una respuesta acertada puede salvar vidas y evitar contagios comunitarios.

El televisivo Fernando Simón (director del Centro de coordinación de alertas y emergencias sanitarias) decía hace unos días que ya se están produciendo casos de jóvenes con covid-19 ingresados en UCI. Y esta misma semana se lanzaba una campaña dirigida especialmente a la juventud con un eslogan directo: Que tus vacaciones no arruinen las de los demás. Consultados por DNA, desde el Consejo de la Juventud de Euskadi (EGK) estiman “que no es momento de criminalizar. Se están dando casos de irresponsabilidad en todos los colectivos de esta sociedad y es en eso en lo que tenemos que reflexionar, en cómo estamos respondiendo de manera colectiva”.