A Joseba, Pedro, Enrique, Puy y Jon la crisis del coronavirus apenas les ha alterado sus rutinas de trabajo y sus vidas. Todos reconocen ser unos privilegios por poder disfrutar -en esta etapa de duro confinamiento-, de la naturaleza en su máximo esplendor. En las campas de Arraba Joseba aprovecha para arreglar el refugio de montaña que regenta; Pedro, sumergido en las labores de labranza, disfruta de su caserío, en Undurraga, su sueño hecho realidad; Enrique Etxebarria, el mítico pastor del Gorbea madruga para cuidar de sus ovejas, mientras que Jon y Puy, los queseros de Ipiñaburu llenan el almacén de los quesos con los que seguro volverán a cosechar premios. Para algunos, la vida sigue igual.

JOSEBA ELORRIETA ENCARGADO DEL REFUGIO DE MONTAÑA EN ARRABA

"Aprovecho para arreglar el refugio"

HACE cinco días cuando por la mañana Joseba Elorrieta abrió la ventana de su habitación una capa de fina nieve virgen cubría la campa de Arraba. La primavera, en su confinado estreno, regaló al responsable del refugio Ángel Sopeña, una estampa de postal en la más inmensa de las soledades. Joseba es junto a su mujer, Yolanda, responsable del refugio de Gorbea y ante la alerta sanitaria decidieron repartir funciones y quedarse, al menos uno al cargo del alojamiento. Desde el día 18 de marzo, Joseba permanece solo, rodeado de la naturaleza y bajo la bendición de la Cruz de Gorbea. "Sospechábamos que esto se iba a alargar y ante esa previsión decidí quedarme para aprovechar y arreglar cosas del refugio cara a la temporada de primavera-verano", dice Joseba.

El coronavius no ha llegado a los mil metros de altura en los que se ubica este alojamiento de montaña, pero sí ha frenado el tránsito de montañeros hacia la emblemática Cruz. "La paz que se respira es impresionante", apunta Joseba quien se ha marcado rutinas de trabajo cada día. Por la mañana, en cuanto el sol se asoma en Arraba Joseba se levanta, desayuna y emprende su jornada laboral. "Un día he limpiado la instalación de agua caliente; otro he modificado el almacén para ganar espacio, he cambiado el aceite al generador, he revisado las placas solares...", cuenta.

El día tiene muchas horas y por la tarde Joseba aprovecha para hacer ejercicios para no perder la forma física. "Aunque me encantaría darme una vuelta no me he salido de la zona del refugio. No nos podemos arriesgar. No está la situación para rescates".

Por eso, en la terraza del refugio aprovecha para saltar a la cuerda, todo vale con tal de mantenerse en forma. La comunicación también llega vía satélite a los mil metros en los que se asoma el refugio. Reconoce que así mismo se aguanta bien y que aunque lleva unas semanas solo, se siente acompañado: "Veo documentales de montaña, trasteo en Internet, hablo mucho con la familia. Por WhatsApp ya ni sé los planes que tengo organizados para cuando todo esto acabe", explica Joseba.

Sin lugar a dudas con todo lo que esta cayendo con esto del coronavirus, Elorrieta reconoce sentirse un privilegiado de poder disfrutar al aire libre y de los días soleados. "Llegó un viento y se llevó la nieve del lunes de un plumazo. Ahora está haciendo un tiempo estupendo", cuenta. Tiene la esperanza de que la afición por la montaña se retome en cuento finalice el aislamiento y la crisis de la hostelería pueda solventarse poco a poco. "Somos autónomos y sin ingresos. Jugamos con la ventaja de que estamos es un lugar privilegiado pero...".

Por las mañana abre la ventana y el aire frío de altura refresca su cara; la claridad le despierta: "Es una maravilla", concluye.PEDRO ELEXPE EL PELUQUERO MOLINERO"Al caserío Ibargutxi que no venga el bicho"

COMO si se tratara de una premonición meses antes de que se empezara a hablar del coronavirus, Pedro Elexpe hizo realidad su gran sueño: comprar un caserío en su Arratia del alma para asentarse definitivamente y vivir como lo hacían sus ancestros. Con la que está cayendo, Elexpe asegura que el virus ni se atreve a llegar allí, la naturaleza, el paraje que rodea a su caserío Ibargutxi, en Undurraga, Zeanuri, es el lugar perfecto para respirar aire puro y matar al bicho. "El despertar con el canto del gallo, el sonido del agua y la paz que aquí se respira no me la va a quitar el coronavirus". Pedro asegura que fue Mirentxu, una sorgina de Zugarramurdi la que le animó a regresar a casa. Por eso no está dispuesto a que el covid-19 rompa sus ilusiones. "Aquí está mi vida. Ahora me estoy dedicando a las labores del caserío; aquí siempre hay cosas para hacer. No me aburro y no estoy sentado ni un segundo", explica. Mientras que la inmensa mayoría de las personas deben de estar confinadas en casa para paliar la expansión del virus, ayer Pedro se afanaba en darle la vuelta a la tierra a golpe de laya. "Quiero recuperar, de alguna manera, las usos y costumbres de nuestros mayores", afirma el Elexpe.

Pedro es peluquero de profesión. Hace 27 años decidió emprender un largo camino y probar suerte por otras partes del mundo fuera de Euskadi. "Quería ver otras formas de vida, disfrutar y descubrir otras realidades", aclara. Tenía un salón de peluquería en Igorre, pero decidió bajar la persiana del negocio y, como el personaje Willy Fog, emprender un viaje de vida. "Lo que pasa es que el mío no fue de 80 días, sino 27 años", bromea Elexpe.

La Reunión, Madagascar, Marsella... El último sitio donde Pedro he estado viviendo ha sido en Iparralde, concretamente en Hasparren. "Cada sitio tiene su lado bueno y cosas positivas, pero estuviera donde estuviera cada mañana me despertaba pensando en mi tierra, en Arratia", confiesa. Sin embargo, algo en su interior le decía que debía emprender el viaje de regreso a su raíces. Porque, tal y como asegura el baserritarra peluquero "nunca es tarde para cumplir los sueños". Desde pequeño, según explica Pedro su ilusión era ser molinero y vivir en plena naturaleza. "Pues bien, aquí estoy, en Ibargutxi", lanza.

Y como el humor siempre ayuda a curar las penas, para matar el tiempo su hermana le graba unos divertidos vídeos con rocambolescas situaciones que le suceden a Pedro en el entorno del baserri. "Con esto del cojonavirus todo se estropea. La lavadora, la bomba del agua... Aquí estoy como en los años 40 con cuerda y balde cogiendo agua del río", relata con chispa en su último vídeo en el que no deja títere con cabeza: "¿Este virus de un animal? Esto es mamoneo político y para joder a la gente". Después, con el agua que ha recogido Pedro se dispone a regar las hortensias que están secas. "En el caserío siempre hay trabajo que hacer".

ENRIQUE ETXEBARRIA PASTOR DEL GORBEA"De casa a la cuadra y de la cuadra a casa"

NO hay coronavirus que pueda romper con la rutina del mítico pastor del Gorbea, Enrique Etxebarria. Todos los días se levanta antes incluso que el gallo cante; desayuna fuerte para coger fuerzas y se va a la cuadra donde le esperan sus ovejas. Enrique apenas dedica una hora para comer y por la tarde no pierde el tiempo con siestas. Tampoco tiene tiempo para ver la televisión ya que lo quehaceres del caserío son más importantes. Por las tardes, llueva o haga sol, se pasa cinco horas vigilante de su rebaño que pasta a sus anchas en las campas del barrio Uribe, en Zeanuri, donde tiene el caserío. Pero antes se pasa por la huerta donde ya ha sembrado los productos de temporada. "Mi vida no ha cambiado con eso del coronavirus. Aquí hay mucho trabajo y eso no se puede dejar aparcado para otro día. De casa a la cuadra y de la cuadra a casa, ese es mi día a día. No hay más", resume el pastor. Generalmente le dan las nueve de la noche cuando vuelve asomarse por la puerta del caserío familiar donde le espera Josefina. Es la hora de cenar y del merecido descanso. "El día se hace corto", comenta el pastor.

El confinamiento para paliar la extensión del virus por el mundo entero no ha llegado a Uribe y por lo tanto no ha alterado la vida en este idílico paraje verde. Tanto Enrique como su mujer se protegen mucho del virus y tampoco bajan al pueblo para no exponerse. "Las compras que necesitamos nos la trae el hijo. Tampoco necesitamos grandes cosas porque tenemos el congelado lleno. Nos arreglamos bien y por eso no merece la pena exponernos a la enfermedad ", afirma el matrimonio.

En esta época del año los trabajos en torno al pastoreo se multiplican. Aunque la mayoría de las ovejas ya han parido, Enrique a diario separa de las que todavía, según relata "están enteras". "El trabajo no para. Tenemos ya muchos corderos", explica. Todas las ovejas duermen en la cuadra para protegerlas del zorro que siempre está al acecho merodeando el paisaje arratiarra en busca de caza. "El zorro tampoco entiende de coronavirus. Está a lo que está", bromean. Entre tanto, Enrique también ordeña a las ovejas para luego vender la leche. "Nosotros no solemos elaborar cuajada. La leche nos la compra el lechero que pasea de vez en cuando y la recoge", cuentan.

Esperan que esta crisis sanitaria pase rápido para que la vida de la gente vuelva a ser la que era. "Aquí, la vida sigue igual. Nada ha cambiado", insisten. Hasta junio, el día a día de Enrique y su mujer, Josefina, estará marcada por la rutina entorno al baserri. Todo cambiará con la llegada del verano. "Para entonces esperemos que estoy haya pasado", confían. A partir de esa fecha Enrique subirá al rebaño hasta los pastos de altura donde pasarán el periodo estival. "En julio en la chabola que tengo en Arraba elaboraré quesos". También llegará el verano.

JON, PUY Y LA PEQUEÑA IZARO LOS QUESEROS DE IPIÑABURU"Seguimos con la misma marcha"

EN la crisis del coronavirus la vida de la familia Etxebarria-Arrieta solo se ha visto alterada porque ahora toca controlar todas las mañanas los deberes de Izaro y de Beñat. Es Puy, la amatxu, la que además de todo lo que ya hacía habitualmente se encarga de marcar las rutinas de los pequeños de la casa y de hablar con los profesores cuando es necesario. Mientras tanto, Jon se sigue levantando a las seis de la mañana para ordeñar las ovejas y recoger la leche con la que elaborarán después los quesos. "Nosotros seguimos en la misma marcha. En esta época toca recoger hacer los quesos, darles la vuelta... El virus no ha alterado nuestras vidas, ni tampoco nos ha encerrado en casa. Los niños nos ayudan en las labores", aclara.

El coronavirus no ha cambiado en exceso las rutinas de esta familia dedicada en exclusiva a la elaboración de quesos en el barrio zeanuritarra de Ipiñaburu. "Somos unos privilegiados. Mucha gente nos ha dicho alguna vez: "Pero cómo podéis vivir en el monte con dos niños?" Pues sí, aquí vivimos todo el año, ahora y siempre y lo agradecemos mucho", confiesa Etxebarria.

De enero a mayo esta familia que cosecha numerosos premios por sus deliciosos quesos elaborados en las baldas del Gorbea se afanan en las labores de recogida de leche y en la elaboración de los quesos que empezarán a vender la semana que viene: "Los primeros quesos de enero ya se podrán vender en pocos días. Tenemos las cámaras llenas. A ver cómo va todo poco a poco".

Sin embargo, y aunque el covid-19 no ha alterado su día a día, Jon reconoce que sí les preocupa las consecuencias que esta pandemia pueda acarrear en la economía familiar. "Todo es una cadena. Si un eslabón cae, todo empieza a desmoronarse", reflexiona el quesero de Ipiñaburu.

La tranquilidad se hace aún más tranquila si cabe en este apartado paraje arratiarra desde que el covid-19 obligó a la inmensa mayoría de la población a confinarse en sus casas. El silencio, en Ipiñaburu, solo se rompe con el piar de los pájaros que se sienten más libres disfrutando de una naturaleza plena, sin amenazas. "No se ve a nadie. No sube ni bajan un coches. La verdad es que se agradece ese descanso que se ha cogido la naturaleza", apunta Jon. Pero él es consciente de que la vida debe seguir, quizás estaría mejor -asegura el quesero- a otro ritmo al que estamos acostumbrados. Si todo se para también su negocio de venta de quesos se frenará. "Los restaurantes, bares... están cerrados. Si la gente no tiene trabajo en las fábricas no van a gastar dinero en quesos. Espero que podamos remontar", dice. Tienen el congelador lleno de comida, pero cada diez días llaman a Loli, de la tienda de Zeanuri, para hacer el pedido y reponer lo que les falta. "Bajamos al pueblo lo justo. Los niños también se han adaptado bien y ni piden bajar a la plaza", concluyen.