estos días resulta inevitable echar la vista atrás, hacia el ya lejano 2009, convertido desde el punto de vista sanitario y epidemiológico en el año de la gripe A/H1N1, catalogada por la organización mundial de la salud (OMS) como la primera pandemia del siglo XXI. La alerta adquirió dimensiones supranacionales en el mes de abril de aquel ejercicio, cuando los casos saltaron de los primeros países en los que el virus comenzaba a expandirse, México y Estados Unidos, y se produjeron las primeras muertes.

La irrupción en Gasteiz de aquella gripe, abreviada como A, guardó curiosamente similitudes con el Covid-19 que ahora ocupa y preocupa a los epidemiólogos. Si el actual coronavirus ha tenido en el HUA-Txagorritxu su principal foco de infección en el territorio, el primer brote de aquella gripe de origen aviar y porcino se originó también en el propio sistema saniario, concretamente en el Hospital Psiquiátrico de Álava, donde cuatro internos tuvieron que ser aislados tras dar positivo en los últimos días de julio. El centro restringió entonces la entrada a sus instalaciones a las mujeres embarazadas y a los ancianos, dos de los principales grupos de riesgo, pero por suerte la situación no fue a mayores y los residentes se recuperaron sin problemas.

A diferencia de la crisis actual, en la que el Covid-19 sigue generando más incógnitas que certezas, las autoridades sanitarias hicieron un acopio a marchas forzadas de fármacos y materiales para hacer frente a un virus que, pese a sus características un tanto especiales, era ya un viejo conocido. El departamento vasco de Sanidad dirigido entonces por el socialista Rafael Bengoa adquirió 350.000 tratamientos antivirales contra la gripe A, 60 millones de mascarillas quirúrgicas y 25 millones de pares de guantes de vinilo y, entre otras muchas medidas más, preparó una plataforma tecnológica de comunicaciones y triaje. Más adelante, cuando los laboratorios concluyeron la elaboración y los ensayos clínicos y llegó el visto bueno de la agencia europea del medicamento (EMEA), no sin polémica por la premura, reservó un stock de 468.184 vacunas para inmunizar a los grupos de riesgo, personal sanitario y de servicios esenciales junto a los anteriormente citados.

escepticismo La alarma social generada en aquellas primeras semanas, sin embargo, había comenzado ya a diluirse ante la escasa fiereza de aquel virus y el miedo se convirtió pronto en escepticismo. Una de las consecuencias fue que alrededor de 270.000 de esas dosis sobraron y tuvieron que ser devueltas al Ministerio de Sanidad, aunque parte de su coste recayó en Euskadi. La vacunación apenas cubrió al 23% de los grupos de riesgo, sólo hubo que lamentar siete muertes en el conjunto de la CAV de las 630 previstas en el peor escenario "razonablemente posible" y de los 1.890 pacientes estimados que pasarían por las UCI vascas sólo lo tuvieron 74. En su nivel más alto de indicencia, el virus llegó a provocar 550 casos por cada 100.000 habitantes, una tasa de importancia pero que no vino acompañada de la letalidad de campañas de gripe anteriores.

Tal es el caso, sin ir más lejos, del virus todavía circulante en estas latitudes, que según el último parte hecho público por la red de médicos vigía ha provocado hasta la fecha 43 muertes por complicaciones derivadas de la gripe. Tiempo queda para comprobar si esta -todavía- epidemia del Covid-19 es tan poco feroz como aquella pandemia gripal.