Pamplona - Es antropóloga, educadora social, ingeniera agrícola y profesora de la Cátedra Unesco de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

Hace un llamada urgente a sostener la vida. ¿Qué amenaza hoy nuestra existencia?

-Estamos en un momento en el que la economía, la cultura y la política hegemónicas han declarado la guerra a la vida. Es decir, se sostienen, crecen y medran de espaldas y en contraposición con las bases materiales que permiten sostener la vida humana y el conjunto de los sistemas vivos. Desde el punto de vista ecológico nos encontramos ante una crisis de energía y materiales. En el año 2006, la Agencia Internacional de la Energía (AIE), poco sospechosa de ecologismo radical, reconoció que se había alcanzado el pico del petróleo convencional. Esto tiene unas consecuencias tremendas en un mundo que “come petróleo” y para un modelo industrial de producción de alimentos petrodependiente y energívoro. Nuestras ciudades ya no se sostienen sin grandes cantidades de energía fósil. También hay límites en los sumideros del planeta. El cambio climático no es más que un importante problema de saturación de sumideros.

¿La transición energética es la solución? Hay más fuentes energéticas que el petróleo.

-Se habla mucho de la transición energética, pero las energías renovables y limpias no pueden mantener nuestro sistema económico globalizado e industrializado, ni satisfacer las necesidades humanas al ritmo de consumo actual. Para poder construir aerogeneradores, fabricar coches eléctricos o avanzar en la digitalización de la economía necesitamos minerales (litio, platino o cobre, entre otros) que también han alcanzado, o lo van a hacer próximamente, sus picos de extracción. Las cuentas no salen, a no ser que los beneficios sean para unas pocas personas. Esta reflexión tiene que salir del ámbito experto y trasladarse a los movimientos sociales y a la sociedad organizada para ir pensando en alternativas que no excluyan a nadie.

Propone cambiar las gafas con las que vemos el mundo. El ecofeminismo, ¿dónde pone el foco?

-La mirada del ecofeminismo nos ayuda a entender cómo funciona, se sostiene y mantiene la vida. El ecologismo nos ha hecho conscientes de la ecodependencia, de esa necesaria conexión con la naturaleza y la imposibilidad de vivir sin ella. Desde el feminismo, aprendemos la interdependencia y que el sostenimiento de la vida es una cuestión de corresponsabilidad entre comunidades, instituciones y personas. El diálogo entre ecología y feminismo es muy fructífero y rico.

¿De qué depende la vida humana? ¿Qué la mantiene?

-Somos una especie viva que está inserta en una naturaleza de la que obtenemos absolutamente todo para mantener nuestra existencia. Sin embargo, una buena parte del conocimiento dominante ignora esta ecodependencia y que los bienes fondo de la naturaleza (minerales, recursos o procesos) no son ni producidos ni controlados a voluntad del ser humano. Nada -ni una ciudad, ni ningún sistema económico- puede crecer de forma expansiva e ilimitada. Pero, además, la vida permanece inserta en otro territorio que es nuestro propio cuerpo, que es vulnerable, que es finito y termina muriendo. Somos interdependientes, es decir, necesitamos espacios comunitarios y sociales que garanticen que se van a recibir todos los cuidados necesarios y adecuados para cada momento del ciclo vital, especialmente en la infancia, la vejez, la enfermedad o la diversidad funcional. Esta tensión estructural marca la dinámica de guerra contra la vida.

Hombres y mujeres tenemos el mismo derecho a recibir cuidados, pero los deberes no se reparten de forma igualitaria.

-Esto es así, no porque las mujeres estemos mejor dotadas genéticamente para el cuidado de los cuerpos vulnerables y finitos sino porque la sociedad patriarcal ejerce una división sexual del trabajo que asigna de forma no libre diferentes roles a hombres y mujeres, mediante un proceso de educación y socialización desde la infancia. A las mujeres nos asignan los cuidados, a través de lo que algunas feministas han denominado “servicio familiar obligatorio” y de un sentido del deber acompañado de sanciones y culpas. A los hombres otros roles igualmente opresores: la potencia, el éxito en el espacio público, el dominio e, incluso, la violencia. El sujeto patriarcal y político se percibe a sí mismo emancipado de la naturaleza, de su propio cuerpo -porque hay otras personas que lo cuidan- y desresponsabilizado de otras personas. Conforma, además, una noción de progreso completamente separada de la materialidad de la tierra y de los cuerpos.

¿Qué significa poner los cuidados en el centro?

-En las economías y políticas hegemónicas la prioridad no es el mantenimiento de vidas dignas sino el crecimiento económico. Poner los cuidados en el centro, requiere de políticas que produzcan lo que es necesario para sostener la vida y que lo hagan, además, de forma justa. Pero no tenemos instrumentos económicos para razonar desde el punto de vista de las necesidades. En términos monetarios, la producción de alimentos y la producción de armamento se miden de la misma manera.

¿Qué es progreso? ¿Cómo medir la riqueza?

-Nuestra economía se basa en que solo tiene valor aquello a lo que se le puede asignar un precio. Esto hace que tengamos una idea de la economía y la producción distorsionada. Llamamos producción a lo que hace crecer el PIB y dejamos de tener consciencia e invisibilizamos la importancia económica de los bienes fondo de la naturaleza y de trabajos que mayoritariamente hacen mujeres y comunidades para sostener cotidianamente la vida. Pero el mayor peligro es que empezamos a contabilizar la destrucción como si fuera progreso y riqueza. Me refiero a que un río contaminado hace crecer más la economía que un río limpio porque hay que gastar para descontaminarlo. Lo que llamamos capitalismo verde no es más que hacer caja con la propia destrucción.

¿Hay alternativa a este capitalismo que devora cuerpos y territorios?

-Desde hace tiempo hay propuestas en todos los campos de la economía, pero permanecen en los cajones de universidades o ministerios. Eso sí, cualquier alternativa justa y viable pasa por interiorizar el inevitable decrecimiento de la esfera material de la economía. Esto es un dato documentado por los científicos, no es una opción, por lo que debemos ponernos ya a la tarea de construir alternativas donde la comunidad tenga mayor fuerza, los bienes relacionales crezcan y el consumo de recursos de la tierra vaya disminuyendo.

¿Hay que vivir con menos para vivir mejor?

-Tenemos que aprender a vivir de una forma austera en lo material, en el uso de energía, en los kilómetros recorridos, en la distancia de los alimentos que consumimos. Esa austeridad es clave para poder conformar un modelo en el que entremos todas las personas. Y ahí topamos con la lógica capitalista de que todo merece la pena ser sacrificado con tal de que la economía crezca. Por eso, cualquier alternativa tiene que ir acompañada de una disputa de la hegemonía política y cultural. Necesitamos mucha gente organizada, espacios de debate, lugares de activismo, dinámicas barriales, porque donde nos jugamos la construcción de la utopía es en la comunidad, en la recuperación de los vínculos y las relaciones.

¿Es posible hacerlo en un contexto en el que los totalitarismos y la extrema derecha tienen cada vez más fuerza?

-Ellos tienen cada vez más fuerza, pero la gente organizada también. En situaciones de crisis surge esa polaridad tremendamente violenta y los espacios de grises, de diálogo, se estrechan. Adolescentes y jóvenes están tomando las calles para defender las causas del feminismo y la ecología. Este fenómeno mundial me tiene perpleja, me emociona. Es muy clarificadora la mirada del ecofeminismo para el análisis de la realidad porque los neopopulismos xenófofos, que señalan con el dedo a migrantes como culpables de la crisis, se pueden combatir mejor cuando se cae en la cuenta de que el camino de las personas migrantes es el mismo que recorren las materias primas que le son extraídas de sus países de origen.

¿Los efectos del cambio climático son irreversibles?

-La comunidad científica nos dice que si no empezamos a introducir medidas de mitigación importantes, la temperatura media global aumentará en 5-6 grados. El cambio climático ya ha desencadenado un daño irreversible, que obliga ahora a aplicar políticas de mitigación y también de adaptación. La borrasca Gloria sobre el Levante lo ha mostrado con claridad. Ya hay alcaldes, bastante lúcidos, que apuestan por favorecer la restauración ecológica de las dunas para proteger sus costas. Las inundaciones del Delta del Ebro, que ha supuesto la pérdida de 3.000 hectáreas de cultivo de arroz, ha provocado migraciones forzosas. Son los primeros refugiados climáticos de nuestro país.

¿Qué nos espera?

-Vamos a vivir una intensificación de todos estos efectos climáticos extremos. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) dice que la Península Ibérica se calienta al doble de velocidad que el resto de Europa, por lo que ya hay que empezar a proteger a las personas, seres vivos y a la tierra de sus consecuencias. En las riadas de Reinosa quien no tenía un buen seguro de hogar se ha quedado sin nada. Hay una dimensión de clase, de redistribución de la riqueza, que es preciso visibilizar para abordar todo esto de una forma justa. Para afrontar el cambio climático necesitamos restaurar espacios ecológicos, proteger el campo y adaptar nuestras ciudades. Son procesos que van a requerir una importante inyección de dinero público.

¿Las mujeres están pagando en mayor medida las consecuencias del cambio climático?

-Por cuestiones fisiológicas, la mortalidad acelerada por olas de calor y la contaminación persistente afecta más a las mujeres. En las inundaciones de Asia, el 80% de las víctimas fueron mujeres, posiblemente atrapadas en sus casas y al cuidado de otras personas. El extractivismo (búsqueda de petróleo) conlleva un aumento de la violencia contra las mujeres y de la trata, y las sequías o la deforestación afectan principalmente a las condiciones de vida de las mujeres, que son las que buscan agua y leña. Pero no solo son víctimas sino agentes muy activos en la defensa de la tierra y sus comunidades, en el sostenimiento de los vínculos y relaciones. En Noruega, por ejemplo, hay una organización de mujeres pensionistas que están denunciando a su Gobierno por no implementar medidas para mitigar los efectos del cambio climático y, por tanto, incrementar el riesgo de mortalidad anticipada.

¿De qué manera la crisis climática afecta a la crisis económica?

-Esta crisis ecológica incide de forma directa en la crisis económica global. Si la valla que rodea la Europa rica -además de no dejar entrar migrantes- impidiera el paso de energía, materiales, pesca, alimentos y productos manufacturados, la Europa rica no se sostendría ni dos meses. Todos los países ricos son deficitarios en materias primas y excedentarios en residuos. También la interdependencia de la vida y el trabajo de cuidados lo realizan mujeres migrantes. Nuestro modelo de vida ha generado una economía caníbal que se sostiene devorando otros cuerpos y territorios, a veces con medios bélicos y otras con las reglas de la Organización Mundial del Comercio o los tratados comerciales, que configuran una verdadera arquitectura de la impunidad del saqueo. Es un modelo que genera un gigantesco sistema de expulsión y que tiene un rostro marcadamente desigual.

¿Cómo se está afrontando el problema?

-Con políticas públicas que no son ni humanitarias ni justas. Después de haber negado el cambio climático, una buena parte del poder económico y empresarial dice ahora que es una nueva oportunidad de negocio. La geoingeniería, la agricultura inteligente, la construcción de infraestructuras, son mecanismos que convierten el cambio climático en un negocio al servicio de sectores privilegiados, que se están preparando y protegiendo para afrontarlo. En el Foro de Davos también se debate sobre cambio climático. El proceso migratorio está siendo tratado como un problema de seguridad. Para ello, construyen una narrativa que señala a la persona migrante como peligrosa y violenta y la convierten en la materia prima del nuevo negocio de la seguridad de las fronteras, los centros de internamiento, las concertinas y las cámaras de vigilancia.

¿Otra política es posible?

-Fuera de la política pública institucional hay personas que nos estamos articulando en torno a la economía social y solidaria, en la banca ética, en cooperativas energéticas y de consumo, medios de comunicación alternativos, producción agroecológica, pesca artesanal, etc. Necesitamos darle la vuelta a la política para hacer que lo común y la socialización de recursos básicos sea un principio político. Otra política es factible y la dificultad está en conseguir mayorías sociales que la deseen y que estén dispuestas a luchar por estos cambios.

¿Qué pasos tenemos que ir dando para hacer las paces con la tierra?

-Una transición hacia la sostenibilidad agroalimentaria y la relocalización en la producción de alimentos es fundamental. Hay que consumir productos de temporada, con circuitos cortos de comercialización y, si es posible, libres de agroquímicos. Lo que está pasando con el cultivo del aguacate es tremendo: ahora que se ha puesto de moda en las dietas saludables y vegetarianas, el monocultivo del aguacate en Perú está trepando hasta los cerros y arrasando territorios. El reto está en lograr una alimentación saludable para todas las personas, no solo para las que puedan pagarlo. Además, hay que repensar nuestras ciudades, usar transporte público y colectivo, y quizá movernos menos. Los cambios personales son necesarios, pero no suficientes. No hay que olvidar que la dimensión es colectiva y comunitaria.

La sostenibilidad ¿qué debe aprender de las mujeres?

-En este momento, la posibilidad de construir utopías locales, que además puedan crecer a los ámbitos más globales, pasan por la cultura del tejido. Si ha habido especialistas en el tejido de vínculos y relaciones han sido históricamente las mujeres y quienes los han puesto en valor y han hecho de ello práctica política cotidiana han sido los movimientos feministas. Por ello, hay que mirarlos abiertamente, sin prejuicios y falsos conceptos. La mitad de la población del planeta tiene mucho que aportar y no nos podemos permitir, en las circunstancias en las que estamos, prescindir de todo ese conocimiento y práctica.