No se le encuentra por Whatsapp ni por redes sociales. Responde previo envío de un correo electrónico. Y usa un Nokia solo para llamadas y mensajes de texto. "Aprovechando un año sabático que cogí en mi empresa decidí prescindir del smartphone, las redes, del Whatsapp y analizar qué pasaba, con la hipótesis de que es posible vivir desconectado aunque seas millennial. Soy nativo digital, pero tengo mis dudas sobre si somos nativos o analfabetos porque nos dan herramientas pero ningún libro de instrucciones", dice contundente Jon Abaitua. "Lo comparo con el tabaco. Todo el mundo empieza a fumar creyendo que te hace guay, pero a largo plazo te enferma. Yo creo que estas adicciones a las pantallas son una pandemia oculta porque merman las capacidades humanas. Yo ya tengo 29 años pero una de mis inquietudes es ver cómo menores y adolescentes, en un momento vital donde definen su identidad, se aíslan cada vez más pegados a una pantalla", describe.

El discurso de este emprendedor de la primera promoción del Grado LEINN (Liderazgo Emprendedor e Innovación) de Mondragon Unibertsitatea (MU) es impecable. "Todo esto lo hago porque un día reflexiono y pienso que estoy dejando de hacer cosas que me encantan como leer y escribir. Incluso se pierde concentración porque estás trabajando y te llega una nota de voz, un whatsapp, y te para. Además de la falta de productividad, genera agobio, ansiedad y pensé que algo deben tener estas tecnologías que como humanos en lugar de hacernos brillar, nos degrada", argumenta. Es entonces cuando critica esa vida virtual, estando pendiente solo de likes y retuits o en estar perfectos para el mejor de los selfies.

Con estos antecedentes, Abaitua, que también es docente, decidió en 2018 prescindir de Instagram y Facebook. "¿Por qué estoy en Instagram subiendo fotos?, me pregunté. Primero sentí vergüenza propia y luego poniendo el zoom sobre la sociedad, vergüenza ajena porque es postureo total. Es absurdo", continúa.

Como profesor de la MU también ha comprobado de primera mano cómo afecta el exceso de tecnología a los jóvenes. "Hay alumnos que no pueden estar dos minutos seguidos sin mirar al móvil. Es una adicción. Pero si eres adicto a ciertas sustancias, la gente se alarma y hay que pasar por tratamiento y rehabilitación, pero sin embargo estar enganchado al móvil se ha normalizado". "Los chavales van a ver muy mermadas sus habilidades sociales. A ver cómo ligan, cómo hablan en público o cómo se comportan en una reunión", protesta. Abaitua recala en Euskadi después de llegar de un viaje por Estados Unidos y Silicon Valley, la meca de compañías como Apple, Facebook o Google, donde ha estado estudiando un programa en la Universidad de Stanford sobre emprendimiento social. "Allí hay una persona, Tristan Harris, que ha sido diseñador de productos en Google, y que ha creado un centro para la tecnología humana y ha emprendido una cruzada para advertir sobre cómo las redes sociales y la tecnología están secuestrando nuestras mentes".

A lo largo de sus casi seis meses de aislamiento tecnológico, Abaitua ha llegado a una conclusión clara. "Estamos viviendo un avance tecnológico increíble pero nuestras emociones son las mismas que hace 300 años y el ser humano no está preparado para esta velocidad. Nos toca a todos parar y analizar cuál es nuestra relación con la tecnología". Y eso lo dice una persona familiarizada con el móvil desde hace más de 15 años y que estaba absolutamente pegado a su pantalla. Por eso no se declara ningún purista. "No es que diga nunca más voy a tener un smartphone, pero sí es necesario poner límites y hacer un uso adecuado. Yo soy protecnología pero soy prohumano y en este momento estamos descuidando mucho lo humano".

A su juicio, toca crear un movimiento no para eliminar pero sí reinterpretar nuestra relación con el móvil. Sin embargo, Abaitua no se siente gurú ni precursor de nada. "Yo no tengo respuestas. Sólo pretendo que la gente se pare a analizar cuál es su relación con la tecnología. ¿De verdad necesito estas aplicaciones? Pues igual no. Eso es minimalismo digital. Cuanto mejor utilices las herramientas digitales, más provecho les sacas".

"Yo tengo mucha fe en el ser humano. Esto va a empezar a entrar en la agenda política y en la agenda social igual que el cambio climático o la igualdad de género. Cada vez hay más expertos que reclaman ser más sostenibles a nivel tecnológico porque nuestra salud física y mental peligra". "Nos quedan unos años para poder reinterpretar cuál es el modelo óptimo para combinar lo humano con lo tecnológico. Los padres no pueden esperar que sus hijos no sean adictos cuando ellos están todo el día con el teléfono. Y los niños no necesitan smartphones aunque en ciertos momentos del día puedan tener en sus manos una tablet".

Es consciente que su huelga de pantallas caídas es posible gracias a su coyuntura personal. "No estoy trabajando, he cogido una excedencia y me lo puedo permitir. He visto que coger el lápiz y escribir o dibujar te hace más humano". Pero él tampoco propone ningún recetario de urgencia para la desconexión ni ofrece fórmulas mágicas para no caer atrapados. "Eso sería como poner tiritas. Pero si sales a correr, sal solo con música, pasea sin móvil, y ten un espacio propio para conectar con la gente", opina.

Y predica con el ejemplo. "Cuando empecé mi año sabático me fui un par de meses al sudeste asiático y marché hasta sin cámara de fotos. Si alguna vez me apetecía una, le pedía a la gente que me la hiciera y me la mandara por e-mail. Si me perdía, preguntaba, aprovechaba para socializar y de verdad, que he aprendido muchísimo", dice sin soltar su cuaderno gadget y a punto de partir rumbo a India.