uno imagina un clima seco en Jerusalén, pero llueve a mares y sopla un viento incesante durante el trayecto de 80 kilómetros que separa Tel Aviv de Beit Sahour, en el epicentro de Cisjordania. Sadi, palestino, cristiano y del Barça, conduce el autobús con precaución, a diferencia de las bruscas maniobras que se ven durante la hora de trayecto. Atrás van quedando varios checkpoint y muros que prácticamente se comen la carretera, como si los colonos ganaran terreno por cada día que pasa.

La humedad cala estos días hasta la enfermedad en Cisjordania, donde los cortes de luz y agua se suceden sin previo aviso entre una población diezmada. "La impunidad es total. No son buenos tiempos", saluda con una sonrisa amarga Juani Rishamawi, que no ha conocido un día de paz en 34 años.

Vive en Bei Sahour, una comunidad muy cercana a Belén. Es tal su preocupación por la situación actual, tras la crisis abierta entre Iran y Estados Unidos, que temía incluso que se abortara la visita de la delegación del Ayuntamiento de Donostia desplazada estos días junto a la ONG Sodepaz y la Fundación Paz y Solidaridad de Euskadi.

Entrar en Israel es casi un juego psicológico, con férreos controles a pasajeros a los que se retira el pasaporte a la mínima sospecha. La sala de espera está atestada de viajeros de varias nacionalidades retenidos. Hay quienes se ven obligados a esperar durante horas.

Si eres europeo te aprietan las tuercas pero te acaban soltando. Juani, ya más palestina que madrileña, habla con desgarro del sometimiento sin excepción que vive la población que se queda, la palestina. Se adivina tristeza en su mirada. Dice que la lucha por la dignidad se debate con el desánimo ante un conflicto que se prolonga desde hace más de 70 años y que, lejos de solucionarse, parece abandonar a su suerte a una población cada día más empobrecida en un entorno de apartheid.

"Estoy harta de tanta destrucción y muerte. Es algo que incluso se percibe en el comportamiento de los menores que van a la escuela. No les puedes ni hablar por su comportamiento tan violento". De alguna manera, acaban haciendo lo que han visto.

Esta madrileña, que trabaja en la ONG Healt Work Committees, se ocupa de la atención sanitaria en las ciudades y aldeas de Cisjordania, donde estos días todavía puede verse el alumbrado navideño en algunas zonas aisladas.

La mujer presenta a su marido. Elías, nacido en Gaza, saluda afectuosamente mientras se frota su barba blanca tras sus gafas. Su semblante sereno y apacible contrasta con su fortaleza anímica e inquebrantable. Solo él sabe lo que ha vivido durante estos años en su ciudad natal, en la prisión abierta más grande del mundo, con cerca de dos millones de palestinos viviendo en unas condiciones totalmente inhumanas. Sos dos hijos dejaron Palestina y no tiene ninguna intención de que vuelvan.

Juani es dulce en sus maneras y sonríe constantemente, pero su discurso se convierte en un puñetazo sobre la mesa. No oculta su rencor. Demasiadas imágenes grabadas en las retinas por una "violencia gratuita y desigual".

Su mayor desgarro fue asistir a los entierros de una decena de niños palestinos. "Aquello era demasiado". Fue presa de un ataque de nervios. Habla con cierta desesperanza de una sociedad enferma. "Da pena que Israel solo mire por su ombligo, llegas a odiarlo". De hecho, ya ha decretado a Jerusalén como su capital, forzando la marcha de 40 organizaciones humanitarias, entre las que nos encontramos.

Tampoco alaba precisamente el trabajo de la Autoridad Palestina, que "no está sabiendo resolver los problemas ni ayudar al pueblo". Llega a destacar más el interés que reciben del pueblo vasco.

Acompañamos a la responsable del centro de salud por las instalaciones del complejo sanitario de Cuidados Intensivos que ha puesto recientemente en marcha, donde se practican de 200 a 300 operaciones de coronarias y de traumatología.

Es aquí donde llega la población diezmada. "Palestina figura como el cuarto país del mundo con mayor número de mujeres con cáncer. Se están dando avances en materia de igualdad, pero lo que vemos es que Israel está consiguiendo que nos marchemos de aquí. Nadie sabe lo que es vivir aquí. Me avergüenza y me indigna el maltrato al que le han sometido sistemáticamente a mi marido por haber nacido en Gaza".

Quizá por sus achaques de salud, Juani, de 61 años, no se muestra tan esperanzada como en otras ocasiones. "Soy de las que sonríe por fuera, porque es la mejor terapia. Pero aquí se llora mucho. Se llora mucho y se sufre por dentro", dice sumida en el silencio.