- La izquierda abertzale está moviendo ficha para normalizar su relación con los diferentes agentes políticos y dotarse de un perfil más institucional. Aunque ha evitado decantarse con claridad por una alianza de izquierdas para disputar la hegemonía al PNV, los acuerdos con los socialistas en Nafarroa y el Estado para aprobar sus Presupuestos se pueden interpretar como un paso para despejar obstáculos en ese camino. A finales del año pasado alcanzaba también su primer pacto con el Gobierno de Urkullu para abstenerse en los Presupuestos vascos, y tratar así de desactivar el mensaje de que se lo pone mucho más difícil al PNV. En paralelo, el colectivo oficial de presos de ETA ha despejado otros obstáculos en el plano de la ética, al solicitar que los recibimientos a los reclusos que abandonan la cárcel se produzcan en privado y no como una exhibición pública en plena calle, lo que supone atender una demanda planteada durante años por las víctimas y la mayoría de las fuerzas políticas vascas.

Pero, aun así, queda un elefante en la habitación que surge periódicamente y provoca fricciones esporádicas con los socialistas: la ausencia de una condena de la violencia de ETA y, en consecuencia, su comprensión ante determinados comportamientos polémicos como el aplauso a Mikel Albisu Antza cuando acudía a declarar por el asesinato de Gregorio Ordóñez.

La opción de un pacto de gobernabilidad PSE-EH Bildu se mueve como una montaña rusa. El año pasado cobró fuerza tras los acuerdos presupuestarios y sobre proyectos estratégicos en Eibar, Irun y Durango, y tras el relevo de Idoia Mendia por Eneko Andueza, un líder de otra generación, de un territorio diferente como lo es Gipuzkoa, y que lo dejó todo abierto en materia de alianzas y terminó dando pábulo a un alejamiento del PNV. En el Congreso, ERC y Bildu suman 18 votos de los 21 que separan a Sánchez de la mayoría absoluta, y se especulaba con un desplazamiento del PNV. Casi al mismo tiempo, el pasado volvía a plantarse ante Bildu con el aplauso a Antza, las loas al expreso Troitiño tras su muerte, o la decisión de Sortu de aupar al último jefe de ETA, David Pla, a su dirección. El PSE no ocultó su rechazo. Pidió hechos y no buenas intenciones.