uiero descansar en paz... en vida; no dejarle el marrón a mi hijo Oier con la mochila de su tío”. El anhelo es de una persona que quiere ser anónima ya. No “el hermano de”. Es el deseo de Eneko Etxeberria Álvarez, biólogo y docente en activo de matemáticas. Quiere empezar a ser él, eso sí, después de que se llegue a localizar los restos de su hermano José Miguel, alias Naparra, alias Bakunin, miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas y hecho desaparecer el 11 de junio de 1980 en Iparralde tras acción reivindicada por el Batallón Vasco Español en una primera llamada a Deia.

“Queremos enterrar su cuerpo en el monolito que le levantamos, que esté junto a nuestra madre Celes y nuestro padre Patxi, que han pasado 40 años buscándole hasta morir los dos”, transmite su hermano Eneko a este diario. De hecho, encoge el relato de que la madre -hija de un republicano que fue gestor del ayuntamiento de Iruñea en 1931- dos semanas antes de fallecer le hizo una petición. Ir juntos “con azadas a abrir un lugar que Francia aún no ha permitido exhumar”. Hacen referencia a que un presunto exmiembro del CESID detalló en un vídeo y en una carta aportada al periodista Iñaki Errazkin dónde se había enterrado el cuerpo. Aquellas pistas daban posibilidad de dos lugares propuestos en el informe pericial que la familia solicitó al doctor forense Paco Etxeberria. Este documento fue crucial para que el juez Ismael Moreno dictara la reapertura del caso cerrado en 2004 y solicitase comisión rogatoria a las autoridades judiciales francesa. A pesar de ello, siete meses después de la petición, el Estado galo decidió buscar en un solo lugar de ellos. El segundo sigue intacto a día de hoy.

Todos estos pormenores ven la luz en un tan intenso como emotivo documental que se estrenó en el Festival de Cine de San Sebastián y esta semana en cartelera titulado Bolante baten historia (Historia de un volante). El audiovisual está codirigido por Iban Toledo e Iñaki Alforja. También se ve el fiel reflejo de lo sucedido en el libro del escritor iruindarra Jon Alonso titulado Naparra, kasu irekia (Elkar, 2020), traducido al castellano como Naparra, caso abierto (Txalaparta, 2021).

En el documental, hablan con diferentes interlocutores, caso del histórico miembro de ETA, Antxon Etxebeste, así como los excompañeros de José Miguel en los CAA, Kike Zurutuza y José Ángel Zinkunegi, o con el periodista Errazkin quien aporta el vídeo del presunto miembro del CESID. En el film, se pormenoriza que el padre de Naparra no llegó a conocer que se reabriera el caso y que despertara el interés del grupo de trabajo de desapariciones forzosas de la ONU. Dejan por sentado, asimismo, que ha sido la familia la que ha hecho absolutamente todo y desde su soledad, ya que se encontraron en tierra de nadie, entre fuegos cruzados.

Pero el tesón -con pérdidas de energías vitales y pérdidas familiares en el camino- les ha traído hasta donde están hoy. Se sienten cansados, desencantados, decepcionados, incrédulos a cualquier nuevo atisbo de indicio, pesimistas. “La volatilización del cuerpo es lo que peor se lleva”, lamenta. Sin embargo, y de forma paradójica, todas estas emociones son mimbres para seguir creyendo en la esperanza que ponga punto final a este caso. “Pasamos de forma continua de la rabia a la esperanza”, apostilla.

El propio médico forense Paco Etxeberria que coordinó la búsqueda del cuerpo en Iparralde llama a actuar porque “si no se hace ahora, alguien nos vendrá a decir que no ocurrió”. Verdades que ponen la piel de gallina como esta se solapan en el film. Desde la ONU, recuerdan que los delitos de lesa humanidad como este no prescriben y van más allá: “Ningún Estado tiene derecho a hacer desaparecer a una persona por ninguna razón. No hay situación de emergencia o guerra que justifique una desaparición forzada”.

El hermano de Naparra dibuja un paralelismo con la Guerra Civil. “El caso de mi hermano me recuerda a esos hijos, sobrinos y nietos que siguen buscando en las cunetas a sus familiares. A aquellos fusilados. Lo han ido peleando diferentes generaciones y falta voluntad de Estado, y en nuestro caso no solo de Francia. Aquellos, como nosotros, tenemos que estar haciendo un ejercicio de memoria continua”. Y da un paso más allá en su discurso recordando que estas personas desaparecidas nunca pudieron tener un juicio justo al amparo de las leyes franquistas.

Por todo ello, desde la ONU agregan que las víctimas de las desapariciones forzadas soportan un delito continuado en el tiempo y su ejecución no termina hasta que no aparece la persona viva o sus restos. Apostillan, asimismo, que en estos casos no solo son víctimas ellas solamente, sino que también los familiares.

Uno de los protagonistas del documental llama a otra reflexión cuando asevera que los crímenes perfectos solo los hace un Estado. “En el resto quedan huellas”, concluye Zurutuza. Huellas, sin embargo, que no se buscaron en el coche de Naparra, auto aparecido junto a la gendarmería de Ziburu. “Nuestros padres fueron allá. Tras llevarlo por su cuenta a un desguace, quisieron conservar el volante como recuerdo que utilizó José Miguel y lo conservamos en casa”. Ese volante es el starring silencioso del recomendable film. “Mi padre conservó hasta paquetes de tabaco franceses que compraba cuando íbamos a visitarle”, queriendo de algún modo tener más cerca a José Miguel, aquel “cariñoso, muy cariñoso” joven revolucionario e intelectual de 22 años nacido un 14 de abril que formó parte de ETA, en su escisión anarquista que eran los CAA. De hecho, se llegó a publicar en periódicos que habían sido los propios etakides quienes habían hecho desaparecer a Naparra. Etxebeste lo desmiente en la película. “Había diferencias en ideología, pero no más. Había dado su vida por Euskal Herria”.

El Gobierno español trabaja en que los secretos oficiales dejen de serlo en un plazo de 50 años. No obstante, ese tiempo garantiza a quienes cometieron crímenes de Estado “estar ya bajo tierra”, analiza Eneko. Instituciones como Amnistía Internacional han reaccionado en contra de este proyecto porque, a su juicio, “ha llegado la hora de abrir el candado de los secretos oficiales. Es hora de poner luz en la oscuridad y reformar la Ley de Secretos Oficiales de 1968. Tras 50 años de su aprobación y 40 años después de la transición. No es solo por el pasado, sino también por el presente y el futuro”. Leyes como esta mantendrán aquella tenebrosa máxima que también se difunde en Historia de un volante. “Hay cosas que no hay que hacer, pero si se hacen no hay que decir y si se dicen hay que negarlas”, palabras del abogado de la familia, Iñigo Iruin. El caso de Naparra aparece reflejado junto a un centenar más “de violencia de Estado” en el libro Gogoan izateko izenak -Nombres para recordar- (Euskal Memoria Fundazioa, 2017) de Joseba Zabalza, fotógrafo que ilustra el libro e inspiró el cartel del documental.

El pequeño de la familia, Oier, suma 11 años y conoce bien el caso de su tío. Su padre, “el hermano de Naparra” sueña con que el joven pasados los años no se convierta en “el sobrino de Naparra” con la mochila de José Miguel a sus espaldas. Que tenga su propia vida después de encontrar un cuerpo que se busca.

“Queremos enterrar su cuerpo, que esté junto a nuestra madre Celes y nuestro padre Patxi”

Hermano de ‘Naparra’