io la impresión en el pleno de ayer de que no se esperaba una exposición como la realizada ayer por Iñigo Urkullu. A la oposición no pareció llegarle el tiempo para adaptar sus propios discursos a la propuesta del lehendakari. Estuvieron en su papel pero el grado de concreción de proyecto que esgrimió Urkullu, con objetivos, con grados de cumplimiento pasado y compromisos medibles en el futuro, no tuvo respuesta equivalente; la autocrítica explícita en relación a la difícil gestión de la pandemia, necesariamente improvisada y aprendida sobre la marcha, tampoco animó al mismo ejercicio de sincera contricción entre quienes, desde la oposición, dieron bandazos argumentales contradictorios durante meses, empezaron pretendiendo encerrar a todo el mundo y acabaron dando excusas a los que incumplían las normas cívicas.

La contraposición de propuestas dio un claro ganador no tanto por la novedad de sus principios, que son precisamente los que mayoritariamente respaldó la ciudadanía en las urnas hace catorce meses, sino porque Urkullu trazó un camino sólido, tangible y ajeno a la especulación. Inversiones constatables, ejes económicos, sociales y políticos muy comprensibles. Un dibujo de ecuación que se puede reconocer, lo que ayuda a despejar sus incógnitas. Se puede no compartir, por supuesto, pero no hubo ayer solvencia equivalente en la descripción superficial de modelos alternativos.

Urkullu no eludió los temas de mayor desgaste ni dejó de rendir cuentas de su gestión pasada. No satisfizo a la oposición porque esta no se manejó en el mismo plano. La construcción de alternativa de las fuerzas que no gobiernan se deslizó cómodamente hacia el plano meramente ideológico, sin un ejercicio de realismo práctico que diera tangibilidad a las propuestas. Tiene su lógica. Al fin y al cabo no gobiernan y, en tanto aspiran a ello, necesitan crear un entorno de opinión que se aleje asentado en las intenciones, donde todas las propuestas se equiparan. Esto tiene su vertiente positiva: la mano tendida por el lehendakari al consenso tiene un terreno práctico en el que esos postulados dogmáticos tendrán que pasar a un segundo plano o quedar en evidencia. Si hay una sincera asunción de los retos colectivos, puede haber encuentros.