No llegó a conocerla porque apenas tenía seis meses cuando violaron y golpearon hasta la muerte a María José Bravo. Además de su tía era su madrina. En casa nunca se hablaba del tema. Se tuvo que informar por su cuenta de lo ocurrido en las campas de Zorroaga el 7 de mayo de 1980. "Cuando iba a casa de mis abuelos, veía la foto enmarcada en el salón y me preguntaba quién era". Nadie le decía por aquel entonces a Zuriñe Bravo, sobrina de la malograda donostiarra de 16 años, que su tía había sido asesinada a golpes y que tras ello un manto de silencio institucional lo cubrió todo. Un brutal crimen que nunca se esclareció y que ocho años después se cobró la vida de su novio, Francisco Javier Rueda Alonso, también agredido aquel 7 de mayo junto a su compañera sentimental. Un doble asesinato, reivindicado por el Batallón Vasco-Español, que jamás se investigó.

Con ingenua curiosidad infantil, Zuriñe insistía en saber quién era la chica de la foto. Cada vez que iba a casa de sus abuelos no podía entender que nadie le dijera nada. Hasta que un día su padre, un tanto malhumorado por la insistencia, se lo acabó confesando a regañadientes. "¡Era mi hermana y la mataron!". Acto seguido el hombre se dio media vuelta y se marchó. Y se hizo de nuevo el silencio. "Recuerdo que me quedé muda. Ahora entiendo lo que podía sentir mi padre a sus 35 años", dice ella, que ha cumplido 41 y tiene una hija de catorce. "No quiero ni pensar lo que debe ser pasar por algo así. No quiero ni pensar que me ocurriera algo similar".

Alberto Bravo va a cumplir 76 años y ya se ha cansado de seguir peleando para que su hermana sea reconocida como víctima de terrorismo. El Gobierno vasco así lo entiende, "pero Madrid no cede", según indica la familia, lo que con el tiempo ha causado cierta desmotivación en los padres de Zuriñe, que le han cedido el testigo a ella para que siga reclamando justicia.

El Ayuntamiento de Donostia colocará el sábado una placa en plaza de Latsari para honrar la memoria de María José y visibilizar a las víctimas de motivación política. El lugar donde ocurrió el crimen ya no existe porque las obras de la Autovía del Urumea comieron parte de la ladera de las campas de Zorroaga donde tuvieron lugar los hechos. El distintivo será instalado frente a la vivienda de Loiola donde residía la joven.

La familia agradece el gesto, pero Zuriñe se sincera al decir que su padre se encoge de hombros. "Creo que por encima de todo pesa que en su día no recibieran ni unas condolencias. Ningún representante político fue al funeral. No hubo nada. Los dejaron desamparados totalmente". Sus padres todavía recuerdan aquella respuesta.

¿Investigar el qué? No hay nada que investigar.

Fue lo único que les dijeron en el Gobierno Civil a Alfonso Bravo, taxista, y María Pilar del Valle, los padres de María José. ¿Cómo era posible? Aquella chica que se quería formar en gestión administrativa, la misma a la que le gustaba coser vestidos de muñecas al llegar a casa, había aparecido muerta, brutalmente golpeada y violada. ¿Cómo es posible que no hubiera nada que investigar? "Jamás se investigó nada y, por si fuera poco, todas las pruebas desaparecieron. Mis abuelos vivían en Loiola, enfrente del cuartel, y mi padre me ha dicho en alguna ocasión el tremendo revuelo que se montó allí adentro", relata la sobrina de la víctima mortal.

Tras el crimen desaparecieron las ropas de María José y las de su novio, Javier Rueda, al que vieron tambaleándose como si estuviera borracho a las 19.20 horas del 7 de mayo de 1980. Todo resultaba muy extraño. Testigos presenciales habían visto a esa mismo chico paseando unas horas antes junto a su novia, que le acompañaba todos los días a la mutua Asepeyo.

El joven se había quemado la mano derecha en el trabajo y necesitaba hacerse la cura a diario. Regresaban al barrio de Loiola por el camino de Mendigain, pero aquel día todo fue diferente. Después de haberlos visto a ambos dando un paseo se abre un paréntesis, un intervalo de tiempo tras el cual la siguiente secuencia es el errático deambular de Rueda que, lejos de lo que parecía inicialmente, ofrecía un pronóstico demoledor tras la brutal paliza a manos de integrantes del Batallón Vasco-Español. El joven apareció solo y tuvo que ser ingresado de urgencia con diagnóstico muy preocupante: hundimiento craneal con fractura del hueso temporal, herida inciso-contusa en la frente, hematoma en un ojo y raspaduras en espalda y extremidades.

Falleció ocho años después como consecuencia de las secuelas sufridas en un crimen del que ahora se cumplen 41 años, y que aquel día planteaba un inquietante interrogante. ¿Qué había pasado con María José? ¿Dónde estaba? "Mi padre iba con un grupo, mi abuelo con otro. La buscaron por diferentes caminos", rememora Zuriñe. Cuadrillas del barrio se distribuyeron por diferentes puntos geográficos, como el polígono 27, Uba, la hípica o Policlínica. La joven no apareció en toda la noche ni a la mañana siguiente.

En aquellas horas frenéticas, hacia las 16.00 horas, sonó el teléfono.

¿Hola mamá, ¿no me conoces?

Era una voz anónima que sumió a la familia en un mayor desconcierto. No, no la conocía. Su madre, que con el tiempo rompió todas las fotos de María José, tuvo que soportar el suplicio de que alguien estuviera jugando con sus esperanzas de encontrar a la donostiarra con vida. Aquello era demasiado. Se puso el padre al aparato para preguntarle dónde estaba. "Soy tu hija, papi. Estoy en Amara, en la Plaza de las Armerías", dicho lo cual, colgó. "No era ella. Mis abuelos no reconocieron la voz. La autopsia desveló que para cuando se hizo esa llamada mi tía estaba muerta", relata Zuriñe.

El cuerpo sin vida de María José apareció poco después de esa llamada. Eran las 18.00 horas del 8 de mayo de 1980 cuando inspectores de la Brigada Judicial localizaron en una ladera del camino el cadáver, a 200 metros de donde había sido socorrido su novio. El cuerpo estaba desnudo de cintura para abajo, con su prenda íntima inferior destrozada. Presentaba heridas en la parte posterior de la cabeza y arañazos en tronco, muslos y extremidades.

La autopsia certificó que había sido violada, y asesinada posteriormente tras recibir múltiples golpes. "A la hora de buscar una explicación, se supone que todo lo ocurrido tuvo alguna relación con una supuesta implicación política, pero ni ella ni el novio ni la cuadrilla andaban metidos en nada. Creo que estaban en el lugar y el momento equivocado", lamenta Zuriñe.

El asesinato fue reivindicado por el Batallón Vasco-Español, organización terrorista parapolicial que estuvo activa desde junio de 1975 hasta abril de 1981. La policía negó la hipótesis del atentado terrorista. Además de no investigarse el caso, nadie contactó con la familia, que no ha recibido perdón institucional ni reconocimiento alguno.