Es difícil imaginar cómo un niño de cuatro años o de catorce años se queda de un día para otro sin padres, sin parientes y sin patria!”. Son palabras de María Teresa Casero, del Sector Cultural del Centro Español en Moscú. Un ejemplo de los miles de menores que sufrieron esa realidad fue el bilbaíno Luis García Luque, fallecido a falta de unos días de cumplir 93 años, y músico de profesión.

Recordemos que más de la mitad de los niños y niñas del Estado español que llegó a la Unión Soviética en los años 1937-1939 eran vascos. Según fuentes que maneja el centro moscovita más de 20.000 menores de la CAV abandonaron su patria. “Muchos de ellos regresaron a su país al poco tiempo, pero no así los de la Unión Soviética”, diferencia Casero.

Siempre según las cifras que trasladan, Francia recibió un total de 9.000 menores, Suiza 245, Bélgica 3.500, Inglaterra cerca de 4.000, Holanda 195 y a la Unión Soviética llegaron 2.875 niños y niñas. “Todos vivían en casas particulares, menos en la Unión Soviética”, vuelve a distinguir.

En 2008, el Gobierno Vasco invitó a unas jornadas en Bilbao a algunos de estos ya mayores exiliados de la guerra. Del grupo de la URSS, Luis García Luque fue uno de los presentes. Cuando se exilió tenía 9 años y era hijo de Francisco García Corcuera, de Logroño, y de Sabina Luque Palomo, de Castro Urdiales. “Mi padre trabajaba de maquinista en los ferrocarriles del Norte en Bilbao. Mi madre, ama de casa. Yo era el mayor de los cuatros hermanos”, resumía en sus memorias.

Fue uno de los tripulantes del barco Habana con periplo Santurtzi-Unión Soviética. “Pensaba que no me separarían de mi hermano, pero a mí me pusieron un cartón que decía URSS y a él uno de Bélgica”, se emocionaba. Sus padres no pudieron acompañarles al puerto. En Francia les cambiaron de barco. “Me sentaron en otro barco de carga, el Sontay, con tripulación china”, detallaba. El viaje, a su juicio, duró nueve días hasta el destino: Leningrado.

Allí les dieron nuevo destino. En su caso a un “sanatorio” en el puerto ucraniano de Odesa. “Allí fui por primera vez al colegio”, enfatizaba. Tiempo después, aquel país en paz oyó los primero sones de guerra mundial. “Terminaron los buenos tiempos”, valoraba.

El 22 de junio de 1941, el régimen totalitarista nazi ocupó tierras de la Unión Soviética. “Empezó la Gran Guerra Patria. Odesa no estaba muy lejos de Rumanía y empezaron a bombardear la ciudad. Yo cogí las cartas y fotos de mis padres y las metí en una maleta pequeña”, priorizó.

El invierno empeoró la ya crítica situación. “Nos alimentaban muy mal. A veces no comíamos nada y bebíamos agua mala”. De Krasnodar fueron trasladados a Saratov. Según narraba, con el objeto de que los menores como él “no anduviéramos por el territorio con trajes de paisanos, decidieron vestirnos con uniforme militar, como a los soldados del Ejército Rojo”.

Mientras tanto, con los jóvenes que sabían tocar un instrumento crearon la Orquesta de Españoles en Saratov. Después de un concierto, García daba fe de un traumático suceso que nunca pudo borrar de su mente. “Tras un concierto nos dejaron bañarnos en un río de un parque y un niño de nuestra orquesta encontró un granada. Se le ocurrió quitar el seguro y su cuerpo se quedó en nada, y además murió otro a su lado por la deflagración”. A García le encargaron ponerse en contacto con una de las familias para darles la peor de las noticias.

El bilbaíno recordaba que en una ocasión tocaron ante la dirigente comunista de Gallarta Dolores Ibarruri Pasionaria, desplazada a Rusia y a quien en 1944 habían enviado una carta y una fotografía con la siguiente inscripción al dorso: “De los alumnos españoles de la Escuela de Infantería de Saratov”. En aquella ciudad, el 90€ de los niños estaba enfermo de tuberculosis, por lo que diez de ellos murieron y fueron enterrados en un cementerio en el cementerio local. “Yo tuve suerte porque siempre tuve buena salud. Nos salvamos gracias a que los españoles pidieron a Moscú que nos enviaran penicilina y médicos de los nuestros”, rememora quien además era un gran atleta y ganaba carreras.

García soñó siempre con ser músico profesional y fue buscando su lugar. Por ello acudió a Tomílino, región de Moscú, donde se encontraba la primera escuela de alumnos músicos para el Ejército Rojo. “En agosto del año 1946, a nosotros sin decirnos nada y sin documentos, nos pasaron a esta Escuela Militar por un tiempo. De este modo, cuando ingresamos en el segundo curso de la Escuela de Música de Gnesinyj nos mandaron a la residencia estudiantil en 1947”. En 1952, presentó una petición para ser ciudadano soviético porque cayó en la cuenta de que a pesar de ser mejor que otros en las pruebas, no le daban la plaza “por ser extranjero”. En aquel tiempo tocaba la tuba, pero decidió ser también trombonista. En 1953, le avisaron de una plaza vacante de tuba en el Teatro Veraniego de Variedades Ermitage” en Moscú. Siendo ya ciudadano soviético, salió elegido.

Cuando la alegría le desbordaba, la vida le dio otro duro revés. Aconteció en 1957 cuando las niñas y niños vascos de la URSS comenzaron a regresar a sus casas. “A mi madre, que pensando en sus hijos, en nosotros, y creyendo que nunca volvería a vernos, le dio un ataque y se quedó paralizada”, relataba. Su tía Ana cuidó de su madre. Sin embargo lo malo pasó a ser aún peor. “En 1959 murió mi padre. Y al cabo de solo dos semanas mi madre murió también. Decía que sin él no quería vivir”, se emocionaba.

García trató entonces de ir a visitar a su hermano a Bélgica, pero el gobierno soviético no se lo permitió. Sin embargo, sí lograron que su hermano viajara de Bélgica a la URSS. “Le enseñé Moscú”, contaba orgulloso quien a continuación trabajó en el denominado Palacio de Cultura de la Fábrica de AZLK hasta el año 2002. “Lo principal para nosotros fue cuando el Gobierno español llegó a un acuerdo con el soviético para poder tener los dos pasaportes. Para que los niños de la guerra que se han quedado en la Unión Soviética pudieran viajar más a menudo a España. Para que tengan posibilidades de ver a sus padres”. Del mismo modo, ese acuerdo serviría para que a quienes decidieran volver a su origen les mandaran la pensión soviética. Muchos con sus parejas decidieron jubilarse en la residencia El Retorno, que se encontraba en las afueras de Madrid.

En el caso de Luis, con su pasaporte español pudo visitar el Estado por primera vez en 1995 con la organización del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (IMSERSO). García formó parte de la caravana de la memoria que organizó Archivo Guerra y Exilio (AGE), con Dolores Cabra como secretaria general. “Entre 45 y 50 personas provenientes del mundo del exilio republicano, las Brigadas Internacionales, la Resistencia al fascismo, la guerrilla antifranquista, los represaliados por la dictadura y los niños de la guerra, recorrimos en el llamado Bus de la Memoria toda España menos los sitios en los que no se les quiso recibir: Galicia, País Valenciano y Murcia, gobernados por el PP”.

Sin embargo, Santander sí les recibió. De ello, García contaba una anécdota. “Nos recibió el alcalde con estilo frío. Luego nos enteramos que era del PP y había sido guerrillero de Cristo Rey”, subrayaba. La siguiente visita fue Euskadi, con exposición en Durango y hotel en la misma villa.

García estaba casado y el matrimonio tuvo tres hijas. “Cuando el buró del Partido Comunista donde trabajaba mi esposa, le negaban una y otra vez el permiso para salir al extranjero, yo decidí irme a España con mi hija Valentina. Así lo hice. En aquellos años los niños hasta 12 años pagaban por el billete la mitad de precio. Y también daban permiso para cambiar dinero, una cuarta parte de lo que yo recibía”.

Nunca regresó para vivir en Bilbao y fue uno de los referentes del centro español en Moscú. “Quedamos muy pocos”, lamentaba pensando en el posible cierre de aquel histórico lugar de encuentro.

García soñó siempre con ser músico profesional y, por ello, acudió a la primera escuela de alumnos músicos para el Ejército Rojo

Nunca regresó para vivir en Bilbao y fue uno de los referentes del centro español en Moscú. “Quedamos muy pocos”, lamentaba