onmoción en la Justicia. Follón permanente en el Congreso. Contagios incesantes y centenares de muertos diarios aquí y allá por la pandemia. Presupuestos sin fecha ni siquiera negociación abierta con papeles sobre la mesa. Angustia económica ante un invierno devastador que asusta a empresarios, trabajadores, familias y legión de vulnerables. En esencia, todo un escalofriante escenario demasiado propicio para la incipiente desestabilización de un país. Un manido guion, en todo caso, para asistir escépticos la próxima semana a una de las mociones de censura más estrambóticas de la vida parlamentaria. La patética escenografía para el esperpento de una ultraderecha cada día más crecida en la calle -increíble la permisibilidad policial a su reciente paseo militar de Valencia- y que sigue cosechando a medias con el PP el descontento social. Será la pérdida de tiempo más perjudicial para el imprescindible intento de dar respuesta a las necesidades de una sociedad cada vez más perpleja por la deriva partidista y que advierte de una clamorosa ausencia de referencias sobre la recuperación económica. Así se suceden las semanas mientras el covid-19, en medio de trifulcas políticas, sigue causando estragos personales, sanitarios y económicos sin que nadie atisbe una respuesta racional y sincronizada entre la decisión política y el criterio médico y científico.

España es un país inasequible a la polémica. Como si no pudiera desprenderse del maldito legado de los dos bandos. Es así como continúa el fuego entre Madrid y Moncloa con episodios propios del bochorno vergonzoso. Ayuso no quiere cerrar bares porque dice que entonces los parroquianos propagan el virus en sus casas. Illa es pasto de las llamas de Ana Pastor y de Vox. Una muesca más de ese odio engendrado tras la moción de censura que hará insoportable para mucho tiempo la convivencia entre diferentes. Una herida abierta en el PP que fatídicamente acaba de revivir el Supremo con su sentencia sobre los recursos al fallo inicial del caso Gürtel. Otra oportunidad desperdiciada por Casado para arrancarse de una vez las secuelas de la corrupción. Otro tiro al pie por negar la innegable financiación irregular del partido cuando Bárcenas seguirá encarcelado por repartir desde su despacho de Génova decenas de miles de euros entre compañeros y dirigentes. Hasta Rajoy ha creído ver ilusamente una reparación moral en el batacazo judicial. Un pequeño consuelo a la espera de que la mujer del extesorero ponga entre rejas el ventilador en marcha o lleguen nuevas condenas. Hasta entonces, Fernández Díaz deberá lidiar con la ayuda divina su imputación por haber cometido pecados que se pagan con cárcel.

Así las cosas, parece imposible desligar la acción política de las togas. Llueve sobre mojado desde el procés especialmente y luego la corrupción viene haciendo el resto. El embrollo, en todo caso, no se detiene. Y por si falta gasolina para el morbo, ahí aparece Pedro Sánchez desafiando a la suerte. Lo acaba de hacer con el atrevido órdago que representa la descarada intromisión política del Gobierno de izquierdas en la renovación del caducado mandato del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Harto ya del desesperante bloqueo del PP, el presidente ha retado a la propia Constitución porque sabe que la contraviene, a Pablo Casado para ver si se decide a negociar después de tanta intransigencia y, sobre todo, a Bruselas, donde no acaban de quitarse el sofoco porque ven cómo les arrastra a revivir la incómoda situación que plantea una Polonia tan poco democrática. Desde luego, una incitación demasiado molesta para la Unión Europea, que coincide con la remisión del plan presupuestario español. Convendría recordar que las autoridades comunitarias no se han amilanado para imponer medidas cautelares cuando ha detectado pretensiones similares a las que Sánchez intenta en el Poder Judicial con la entusiasta complicidad de Pablo Iglesias. Una bofetada de este calado fundiría los últimos plomos de la paciencia en las Cortes porque enervaría a dos bandos tan enconados. La única solución racional es el diálogo, pero suena a entelequia entre sordos que solo se entienden a cañonazos sin tregua. Por eso, la angelical invitación de Aitor Esteban a la cordura y la sensatez, consciente de la afrenta que supone regatear el precepto constitucional mediante el osado plan de Sánchez con el Poder Judicial, llega cuando el árbol desgraciadamente está cada vez más torcido.