e busca al emérito. Ese es el objetivo callejero, tertuliano y de las terrazas con mascarilla de quita y pon. Mientras tanto, los contagios de la covid-19 rebrotan a niveles de aquel severo confinamiento; los registros económicos meten el miedo en el cuerpo de millones de hogares; la gallina de los huevos de oro del turismo llora las penurias de su cataclismo; septiembre ya asoma apocalíptico para miles de negocios abocados al cierre y de empleos perdidos sin remisión; la caja pública, cada día más vacía esperando los Presupuestos y el reajuste de las pensiones; y el Gobierno se enreda torpemente con los ayuntamientos más diligentes. No importa semejante drama socioeconómico ni sus temibles consecuencias: hay que encontrar a Juan Carlos I.

Tampoco a Pablo Iglesias le preocupa en exceso que pasen los días sin que La Zarzuela enmiende su craso error de silenciar tan absurdamente el paradero del fugado más buscado. El líder de Unidas Podemos dispone así de más tiempo para distraer con artillería republicana de calado populista la atención del cerco mediático-judicial que le acecha desde varios frentes, mucho más propios de la casta que de la ética regeneradora. La coalición de izquierdas se siente atacada desde varios frentes y no le falta razón en acusar el clima de hostigamiento porque las flechas dejan huella. Se suceden los ataques de desprestigio en cuestiones de caja B y democracia interna precisamente en los momentos de mayor debilidad de esta formación ante el electorado y dentro del propio gobierno. Desde luego, no es difícil advertir de la malévola existencia de una creciente oleada en favor de su ruptura con Pedro Sánchez para abrir las puertas a un nuevo escenario parlamentario que arrincone definitivamente al independentismo y clame por la unidad patriótica contra los zarpazos de la crisis.

Por si acaso, el presidente ya se ha sacudido cuanto antes la responsabilidad de delatar al emérito. Lo ha hecho igual que sobre las supuestas irregularidades atribuidas a su socio ante un juez. El problema no es suyo y tiene razón. La piedra más molesta está en el zapato de Felipe VI, pésimamente asesorado por un entorno tan aturdido como él, y donde son incapaces de contener la sangría del imparable desprestigio monárquico y ni siquiera aplacar los impulsos plebeyos de Letizia ante el acoso periodístico. La mejor disculpa para que en el imaginario colectivo las escalofriantes cifras de la nueva pandemia no causen conmoción en un convulso verano abierto desaforadamente al consumo y que lleva lamentablemente a un desenfreno irresponsable que no entiende de edades.

Días tormentosos también para el PP, donde suenan tambores de guerra. La eterna canción de los derrotados. La esperpéntica moción de censura de Vox que abrirá el nuevo curso del Congreso ha envenenado el ambiente, de por sí alicaído, del grupo parlamentario popular hasta el extremo de abrirse la veda para que caigan las primeras piezas. Y es ahí donde Cayetana Álvarez de Toledo busca refugio ante la declarada refriega de Teodoro García Egea para aniquilar a sus antagonistas. La aguerrida portavoz aparece ahora como un incordio para acomodar el ligero barniz centrista que le han recomendado demoscópicamente a Casado. La rentabilidad del viraje de Ciudadanos como partido responsable de la mano de Inés Arrimadas en tiempos de zozobra incomoda sobremanera al PP, que sigue buscando su sitio sin rumbo. Solo Alberto Núñez Feijóo parece tenerlo muy claro en este partido, cada vez más lejos del poder. Ahí queda su rotundo éxito personal al encabezar sin vacilaciones la prohibición de fumar en medio del virus. Una determinación de calado que ha acabado por asumir con carácter general y rapidez inusitada el propio ministro de Sanidad. Frente a triunfos tan rotundos, el presidente gallego aniquila la intransigencia ideológica de la marquesa y su acotada recua de integristas seguidores. No sería descartable que otra renuncia de Álvarez de Toledo le acercara a Rosa Díez en alguna plataforma indestructible contra los enemigos de España.

Mientras tanto, Sánchez idea una estrategia victimista para asegurarse la aprobación de las próximas Cuentas en tiempos de angustia y, de paso, el ciclo de su mandato. Lo hace con un ojo puesto en la escabechina interna del soberanismo catalán, envalentonado contra la fuga del viejo monarca en medio del socavón laboral que significa la próxima desaparición de Nissan en el cinturón barcelonés y la crisis sanitaria. ¿Y si aparece el emérito?