n las nuevas vísperas electorales, muerto el terrorismo, viva el radicalismo. Quien tuvo, retuvo. Entonces era el asesinato para conmocionar la voluntad popular; hoy, quedan rescoldos del fanatismo tanto tiempo acumulado. Quizá así pueda encontrarse alguna mínima explicación, jamás razonable, sobre los brotes vandálicos del despreciable atentado contra la memoria de Fernando Buesa en su propia tumba o la descerebrada quema de contenedores clase premium de kale borroka para ahuyentar la siempre provocadora presencia de la estirpe de Vox. ¿Irán a las urnas de mañana desde bandos tan antagónicos los autores de semejantes ataques a la convivencia? La democracia resulta magnánima hasta el extremo de que admitirá en la misma urna el voto de un pirómano supuestamente abertzale de cualquier calle de Barakaldo y el de un xenófobo ultraderechista. A ambos los une su recíproco odio totalitario.

Esta enésima protesta incendiaria sigue retroalimentando desde las televisiones, periódicos y redes sociales las apuradas expectativas del partido de Abascal de arrancar un escaño en la tierra de su líder. Es difícil, pero no imposible en un territorio bastante propicio para un escaño rebañando unos pocos restos. Sería el último mazazo para las angustiosas expectativas de esa coalición de probeta española en manos de Carlos Iturgaiz. Pero también abriría la puerta de la discordia en las relaciones políticas del Parlamento Vasco, en absoluto habituadas a una agitación sistemática. Ahora bien, existe una sencilla solución antes de que se convierta en un gran problema para cuatro años de legislatura.

No hay especial inquietud en la Corte por la suerte de este 12-J, alterado por los brotes pandémicos que han venido para quedarse durante mucho tiempo. La victoria de Feijóo y la mayoría absoluta PNV-PSEya se han descontado casi desde que empezó la campaña. Ahora bien, puede ser una noche demasiado fría para Pablo Iglesias. Envuelto en una polémica nada edificante para el respeto a la divergencia por esos brotes tan displicentes, los malos augurios de las opciones electorales de Unidas Podemos y sus confluencias pueden elevar el voltaje de las críticas de muchos medios y tertulianos que esperan el patinazo del vicepresidente, hambrientos de venganza. Pedro Sánchez seguirá sin mover un dedo para amainar tan previsible revancha y así se cueza en su propia salsa, pensará, cabizbajo él después del sonoro patinazo diplomático que supone la decepcionante derrota de Nadia Calviño.

Solo la derecha sonríe por el inesperado fracaso de la opción española para presidir el Eurogrupo cuando el país más lo necesitaba en su propósito de apuntalar su rehabilitación económica. El PP se ha apresurado a lanzar las pullas. Este motivo de crítica al Gobierno de coalición encierra, no obstante, el indisimulado propósito de amainar un temporal agitado por las tropelías perturbadoras del comisionista emérito y la nieblina que empieza a incomodar el reinado de Felipe VI.