ice el refrán aquello de que cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar. Nuestros vecinos franceses celebraron el pasado domingo su segunda vuelta de las elecciones municipales y, al margen de la sorpresa en cités como Burdeos o Lyon, no nos debe pasar desapercibido el alto porcentaje de abstención de los comicios galos.

Sólo el 49% de nuestros vecinos de Iparralde decidieron vencer la pereza del buen domingo del sol y el miedo al coronavirus y acudieron a la importante -siempre- cita con las urnas. Ni siquiera cinco de cada diez ciudadanos/as depositó su papeleta en esa segunda vuelta.

Malo. Malo porque habrá que analizar ahora cuál es el nivel de miedo a enfermar que ha hecho que la ciudadanía no acuda a votar. Y tomar nota.

También cuál es la parte de esa abstención que refleja una desafección a la clase política que va in crescendo. De nuevo papel y boli, de estreno por favor para Carlos Iturgaiz, poco ejemplarizante sin mascarilla e incumpliendo la distancia de seguridad social con Casado y en el alarde de Irun. Lo que te rondaré morena hasta el 12 de julio como siga así.

Y malo porque, precisamente gracias a esa abstención, movimientos como la ultraderecha logran una presencia institucional que no les corresponde.

Las elecciones del próximo 12 de julio son todo un desafío. El covid-19 nos ha cambiado la vida para largo y el Gobierno Vasco que surja para la gestión de los próximos cuatro años se enfrentará a muchos desalientos y pesares. El camino no va a ser fácil. Muchas inversiones que realizar con menos dinero.

De algo eso ya sabe el lehendakari, Iñigo Urkullu, que ha visto cómo mucha parte de su trabajo de cuatro años se ha evaporado en tres meses. La Euskadi en franca recuperación social y económica de marzo ya no existe. El panorama ahora es bien distinto. Y, sin embargo, asistimos a una campaña donde los mensajes de la oposición siguen clichés del pasado centrados solo en la crítica feroz al líder jeltzale, pero sin propuestas alternativas.

Desde el viernes 26 de junio, cuando arrancó la campaña, sigo esperando escuchar a EH Bildu, Elkarrekin Podemos, Partido Popular y PSE de dónde quieren sacar el dinero para sus grandes anuncios en sanidad, empleo o políticas sociales. Y comienzo a pensar que, va a llegar el día 12 de julio, y no voy a tener éxito en mi empeño. Vamos, que más allá de los mantras de cambiar la fiscalidad, gravar a las grandes fortunas y darle la vuelta a todo el sistema -como si eso fuera posible- no vamos a conocer nada más.

En la era post covid-19, no vale sólo anunciar. Es hora de la matemática práctica y real. Quito de aquí para poner allí. No quito de aquí y tampoco pongo allí, ojo. Sabemos cómo lo ha hecho el lehendakari, Iñigo Urkullu durante ocho años. Desconocemos el resto.

Y eso es lo que deberemos valorar para depositar nuestra papeleta en la urna. Quién debe gestionar los cuatro difíciles años que nos quedan, de salida, por delante. Con qué programa real. Sin contratos de artificio. Sin piruetas. Todavía nos queda una semana y pico por delante para seguir escuchando propuestas. Veremos a ver.