e amontonan las piezas del atormentado puzzle político. La nueva normalidad viene revuelta. Los empresarios empiezan a jugar a cara descubierta para marcar territorio de una vez por todas. La amenaza de unas escalofriantes listas del paro sin ERTE aterra al Gobierno, a los sindicatos, a Europa y, sobre todo, a las arcas públicas. Las fechorías del rey emérito, agitadas sobre todo en la prensa europea, agobian al PSOE mientras Felipe VI busca todavía en solitario cuál es su sitio. El independentismo catalán -¿qué fue de Carles Puigdemont?- se tropieza en sus propias zancadillas, y en especial con el suplicatorio a Laura Borrás. El llamativo golpe de timón en el primer periódico del país, coincidiendo con un momento tan angustioso, desata las conjeturas en bancos, partidos y tertulias. Y no podía faltar en el retazo la sal del CIS de Tezanos para avivar la controversia. Su radiografía siempre polémica encumbra más aún a un Pedro Sánchez victorioso tras 90 días de autocracia, errores y todas las prórrogas aprobadas; vitorea el acierto de la enésima ciaboga de Inés Arrimadas para mayor gloria de los intereses socialistas; coloca un rejón a Pablo Iglesias y, sobre todo, manda a Pablo Casado castigado al cuarto oscuro por su hostigamiento incesante.

Antonio Garamendi no está siendo un presidente más de la patronal española. Sabe qué quiere hacer. Su particular iniciativa de aglutinar con espíritu colaborativo la voz del auténtico poder industrial y financiero proyecta una intencionada estrategia. La CEOE no se ha enrocado en sus intereses sino que ha diversificado un discurso propositivo, lógicamente liberal y de mercado, pero en todo momento con la mano tendida al acuerdo en favor de una auténtica recuperación económica. Una posición nítidamente alejada de la implacable beligerancia del Círculo de Empresarios, un auténtico foco desestabilizador y crítico hasta cuestionar la continuidad de la coalición de izquierdas.

Cuando ves que Pablo Echenique se reprime y mira hacia otro lado tras conocer las verdades del barquero del GAL a Felipe González entiendes el enorme peso de la púrpura del Gobierno. En Unidas Podemos todavía se muerden la lengua con la escena porque el cuerpo les pide justicia. Cuando escuchas a Pablo Iglesias que el liberalismo de Ciudadanos tiene un sello propio para sacar adelante los Presupuestos de un Gobierno de izquierdas que puede garantizarte una legislatura, comprendes que la ideología es simplemente una broma más de los hermanos Marx. Esta, y no la doctrina agresiva de aquel apurado pacto entre dos fuerzas de izquierda, es la auténtica razón de ser de la política dominante que ha venido para quedarse mientras la exaltada derecha siga dando miedo. Hasta ERC asume a regañadientes una nueva realidad que asoma, consciente de que ya nadie tiembla al escuchar sus advertencias, aunque siempre le quedará el consuelo de recordar el peso de sus escaños.

En La Moncloa solo sueñan ahora con aprobar los Presupuestos. Les queda por delante el martirio del destrozo socioeconómico, una ofensiva judicial y parlamentaria de ruido incesantes por los desastres cometidos en el confinamiento y los lógicos embates catalanistas. Pero saben que será muy difícil justificar desde la tribuna del Congreso el rechazo empecinado a una elevación del gasto social, a una comprensible redistribución fiscal y a un aumento del déficit público que lleve emparejado mayor dotación de gasto en sanidad y educación. Toda una baza para conseguir ese objetivo que para Sánchez trasciende y con mucho de la realidad mundana y que únicamente se inspira en asegurarse el poder, la esencia de su pragmatismo político. Empiezan los guiños. El presidente coge al mismo tiempo el guante de Maroto en el Senado para pactar con el PP sobre el futuro sanitario, económico y social, dispensa un trato de líder de oposición a Ciudadanos con total parafernalia o convoca para julio la mesa de diálogo con Torra. Mientras, Iglesias escucha agazapado y sin rechistar la contundente advertencia de que debe olvidarse de las ínfulas revolucionarias del 15-M y centrarse para así mantener su vicepresidencia.

Al rey, en cambio, no hay nadie que le aconseje. Parece abandonado a su suerte, sobre todo por parte del Gobierno. Va hilvanando su propia agenda de actos durante esta pandemia para recordar que hace seis años sucedió a su padre, ahora crucificado por sus corruptelas deshonestas. Su próxima gira autonómica retratará, sin duda, algo más que un estado de situación.