aso al morbo. Que haya distracción. Ya está bien de confinamiento, paro, millares de muertos y angustia por un futuro tan incierto. Fútbol tarde y noche cada día. El rey emérito (?), al banquillo. Los jueces, de nuevo a escena. Los opresores franquistas, castigados sin medalla para berrinche de Suárez Illana y de la desconcertante UPN. El fascista torturador Billy el Niño quizá se quede sin la suya, eso sí una vez muerto. El mosso Trapero, al menos libra la cárcel y se templan gaitas. Dolores Delgado haciendo honor a la hoja de servicio que se pide a la Fiscalía del Estado. Y, sobre todo, seguir dando mucho aire a la cometa del golpismo, de la Guardia Civil y del 8-M para enfervorizar las pasiones encontradas. Toda una cortina para tapar el fiasco de esa estéril comisión para la reconstrucción económica que sigue siendo una bomba de relojería partidista. Cómo los nuevos desempleados reclaman coléricos su subsidio. Incluso, intuir que la Administración se estremece pensando en cómo atender el pago del Ingreso Mínimo Vital (IMV). O ese grotesco espectáculo de que las víctimas de la pandemia aparecen y desaparecen en la suma y resta del ministro Illa y el imperturbable Simón sin que nadie urja explicaciones.

Se acerca el verano con el miedo en el cuerpo por un escenario económico cada vez más estremecedor; una inquietud sanitaria sobre el fundado riesgo del rebrote ante el desenfreno ciudadano ávido de evasión; y, por supuesto, la amenaza constante de una encarnizada pelea política para saldar esas enconadas deudas, permanentemente pendientes, en medio de un panorama judicial donde las togas empiezan a recuperar el protagonismo silenciado durante la crisis sanitaria. Nada como el patinazo de la jueza sobre el 8-M en Madrid. Un descarado retrato de la aviesa intencionalidad política que salpica algunos despachos de la judicatura, la Guardia Civil y cargos públicos congraciados con las alcantarillas policiales. Desgraciadamente, tampoco sorprendería que nadie asumiera tan vergonzante derrota. Peor aún, quizá solo suponga la antesala de una catarata de querellas de familiares de víctimas del covid-19 contra el Gobierno de Pedro Sánchez y, de rebote, contra el PP de la Comunidad de Madrid. Como aperitivo, sirva ya el juicio político sumarísimo a las residencias.

Acechan borrascas. La acusación sobre Juan Carlos I, el cazador cazado, altera muchas pulsaciones. Los ríos de tinta acerca de las tropelías de Iñaki Urgandarín y la reprobada ignorancia de su esposa serán una nimiedad comparada con la descarga eléctrica que asoma. De un lado, mediante el ventilador pestilente de esa troupe chantajista que reúne a la despechada Corinna, el chantajista Villarejo y directores de confidenciales de dudosa ética. De otro, la vena republicana dentro del Gobierno -papelón para el PSOE ante la descarada presión de Pablo Iglesias- y también fuera, porque es fácil imaginarse el viento a favor para lanzar el alfil contra la monarquía. Enfrente les esperará la artillería mediática conservadora y el previsible discurso amenazador sobre la ruptura del espíritu de la Transición.

Sánchez sigue a la suyo. Sabe que el histórico respaldo al sueldo para los más vulnerables sin un voto en contra suena a puro espejismo en medio de la tormenta. Tampoco le importa demasiado tras aprovechar con mucho tacto el voluntarismo entreguista de Ciudadanos, cada vez más enfundado en su papel utilitarista. El presidente de la piel curtida por mil afrentas está más vivo que nunca. Diríase que hasta crecido al llegar intacto a la orilla de la desescalada. Su inagotable osadía le anima, incluso, a tantear las posibilidades de éxito del triple salto mortal que supondría atreverse con los Presupuestos del virus. El PP empieza a preparar su vudú. Una conquista de semejante magnitud, liderando desde la minoría un gobierno que alterna la gestión de hitos sociales con la rectificación y el mensaje mitinero, abocaría definitivamente al rincón de pensar a Pablo Casado. De paso, consolidaría a la izquierda en el poder para desesperación de las castas más diversas de unionistas, guardiasciviles, cacerolistas, jueces, empresarios, medios y, posiblemente, Torra y Puigdemont, ávidos estos de volver a escena. Ese camarote de los hermanos Marx en La Moncloa, como despectivamente retrata Felipe González, superaría entonces unas cotas que jamás ningún hooligan sanchista pudiera imaginar. Los Presupuestos sí que auguran morbo. Bueno, si antes no viene el diablo y destruye España, como sueña Fernández Díaz.