a vida en el Hotel Carlton fue muy distinta en los días de la Guerra Civil en Bilbao. Hubo un antes y un después. Fue durante casi diez meses la sede del Gobierno Provisional de Euzkadi y sus “200 habitaciones, 200 baños” alojaron al lehendakari Aguirre durante aquel periodo democrático y legítimo, fiel a la Segunda República.

El 19 de junio de 1937, tras la entrega pactada de Bilbao bajo bandera blanca y con el objeto de que los ya franquistas no destrozaran la villa, se convirtió en edificio falangista: con sus yugos y flechas y en manos del alcalde José María de Areilza. Aguirre murió en el exilio; Areilza fue ministro franquista. Es decir, dos vizcaínos, pero “de distinta calidad humana”, valora el exsenador jeltzale Iñaki Anasagasti.

Un interesante documento escrito por José María Bengoa Lekanda (Bilbao, 1913 - Venezuela 2010) detalla cómo transcurría la vida democrática en plena guerra en el hotel de la Gran Vía. Bengoa fue médico de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La vida del Gobierno se desarrolló en el reconocido establecimiento hotelero bilbaíno de cinco estrellas.

En 1926, el arquitecto de origen vasco-inglés Manuel Maria Smith Ibarra vio terminado el Hotel Carlton en lo que fue su primera intervención para el sector. “Satisfacía de esta manera la necesidad palpable en la villa desde hacía años, de contar al igual que otras capitales vecinas con un gran hotel de lujo”, valoran desde el complejo de estilo «beaux artes», regentado en la actualidad por Aranzazu Hoteles.

El hecho de que el edificio fuera sede del Gobierno Vasco durante la Guerra Civil se puede apreciar aún hoy en día en dos lugares del inmueble. El primero es uno de los salones, el Luis García Campos, que fue el centro de debates y operaciones del gabinete Aguirre. En esta cámara se conserva la única cristalera salvada y, además, la mesa presidencial original y dos de sus sillas.

El otro lugar mencionado son las escaleras de la entrada principal del hotel desde la plaza Federico de Moyua, en las que se pueden apreciar los respiraderos que aún perduran del que fuera el búnker que albergaba al Ejecutivo. “Ese bunker ha sido reformado transformándose en un salón privado del hotel”, pormenorizan.

El Gobierno Vasco, precisamente, declaró en 1995 este edificio Monumento arquitectónico, histórico y cultural. 58 años antes, José María Bengoa escribía un texto mientras ejercía el puesto de secretario de Sanidad militar, organizando y coordinando puestos de socorro en el frente y hospitales de campaña.

Bengoa narraba cómo el Hotel Carlton acogió el despacho del primer lehendakari y cómo allí celebraba sus Consejos de Gobierno. El inmueble, en esos días aciagos, tuvo vida propia. Al crearse el Gobierno Vasco, el lehendakari se instaló provisionalmente en la Diputación de Vizcaya. Una vez concluidas las obras de adaptación en el Hotel Carlton, que “se hicieron en pocas semanas”, el Gobierno pasó a este edificio, donde se organizaron las oficinas de la Presidencia y de la Conserjería de Defensa, ya que Aguirre ocupó los dos cargos. En la Presidencia tenía como secretario general a Anton Irala y, en Defensa, a José de Rezola.

“Durante diez meses, diariamente, alternamos entre el optimismo y el positivismo. El optimismo nos llegaba de la voz del lehendakari, para quien nunca existieron dificultades que no pudieran superarse”, arrancaba Bengoa y proseguía: “El pesimismo venía de un visitante diario al Carlton, el Coronel Montaud, jefe del Estado Mayor de Euzkadi”.

Y ahí se desata un curioso análisis. Siempre según la valoración de Bengoa, el pesimismo de Montaud no era derrotista sino constructivo, pero contrastaba con la fe en la victoria del lendakari. El coronel basaba su pesimismo en la falta de armamento adecuado: “Mire usted, Presidente -decíale Montaud al lendakari-, yo quisiera que nuestro armamento fuera de oro, pero es de plomo, y el plomo es gris, pesado, blando y no es que yo le tenga rabia al plomo, presidente, es que el plomo es así”.

Aguirre, según el secretario de Sanidad militar, solía hablar entonces de la fuerza moral de los vascos, de algunas epopeyas en el pasado y algunas actuales, y “terminaba imputando a Montaud dejarse llevar por un pesimismo excesivo. De hecho, acababan abrazados, porque sabían que los dos tenían algo de razón”, concluía Bengoa al respecto.

En su escrito, dejaba claro que, en aquellos días de guerra, en la sede del Gobierno Vasco “se trabajaba mucho y se comía muy mal”. Según Bengoa, “la ración era la misma que la que padecía la población civil, pero en menor cantidad”. Y a continuación, hacía una pequeña distinción: “El único que tenía una ración extra de un pote de leche condensada, que se lo comía con fruición y regodeo, era el periodista, Steer -en referencia al histórico corresponsal sudafricano George L. Steer-, que años más tarde escribiera el libro El Árbol de Guernica”.

Bengoa confirmaba que el lehendakari “comía los garbanzos cocidos como todos los demás” y que solía comer acompañado de Rezola, Irala, o su secretario particular, Pedro de Basaldua. El presidente, exalcalde de Getxo así como exjugador del Athletic, tenía su habitación privada en el mismo Carlton. “Trabajaba entre 14 y 16 horas diarias y, una vez por semana, al menos, visitaba el frente”, daba fe Bengoa, quien concluía su documento agradecido.

“Fue un privilegio para mí haber vivido aquellas horas trágicas para el pueblo vasco con un hombre dotado de condiciones tan excepcionales, en quien no se sabe qué destacar más, si lo humano o lo político. Tal vez en el lendakari ambas personalidades tuvieron un mismo e indisoluble aliento y una misma e inconmovible fe en el destino de Euzkadi”.

A continuación, llegaron los días en que el Hotel Carlton cayó en manos del franquista Areilza y cambiaron el cartel Lehendakaritza/ Presidencia por los yugos y las flechas falangistas y un gigante rótulo de Viva España junto a otro que rezaba Franco, Franco, Franco. El alcalde alzaba el brazo en alto para las fotos a modo de victoria y llegaron 40 años de dictadura, del totalitarismo terrorífico de Franco. Sin embargo, el Hotel Carlton siempre se ha distinguido por su elegante talante demócrata.