as noticias sobre la pandemia han mejorado tanto que aspiramos ya a la vida en normalidad que dejamos hace casi tres meses. Todo lo contrario, a eso que, eufemísticamente, llaman nueva normalidad. Otra expresión nueva con no se sabe qué propósitos. Por poner dos ejemplos, si se trata de soportar una geolocalización permanente utilizada con fines opacos o la centralización española poniendo bombas de relojería en nuestro sistema estatutario, no deberíamos quedarnos como si tal cosa.

A medida que vamos superando la crisis sanitaria, emerge la preocupante situación social y económica, con unos datos alarmantes de decenas de miles de personas en ERTE y en paro, o multitud de empresas y negocios que se cierran. El final del año parece que será complicado y más el 2021. Ya iremos viendo cómo evoluciona, pero, nuevamente, deberemos echarle fuerza y confianza para salir adelante, atajando cualquier intención de aprovecharla para desertizar económicamente el país. Una situación sin duda difícil para celebrar elecciones pero que, a la vez, las hace necesarias.

El 12 de julio iremos a votar en las mejores condiciones de seguridad. Y, si las encuestas tuvieran razón, la escena política vasca será parecida a la actual, con mejores resultados para PNV, Bildu y PSE y peores para Podemos y PP-C’s, que continuaría en caída libre.

Sin empezar la campaña, la candidata de Podemos ya insiste en un gobierno a tres, con Bildu y PSE (quizás por eso los últimos coqueteos en Madrid). En contra de esa posibilidad, que sólo defiende la candidata del partido morado, está la difícil posición en la que se pondría en el Estado el presidente Pedro Sánchez y su partido pactando con Bildu (y haciéndole caso a Arnaldo Otegi dándoles la Lehendakaritza). Desbancar al PNV es una vieja aspiración del mundo autoproclamado de la izquierda abertzale, pero, por ahora, tendrá que esperar, ya que el Partido Socialista está cómodo donde está y necesita a Sortu con otro maquillaje para intentar algo así.

En Madrid siguen dando vergüenza ajena. La derecha continúa subiendo el tono con acusaciones de etarras y burradas parecidas. Mienten y da igual. Los debates son una mascarada donde los argumentos han sido sustituidos por una agresividad injustificable en la actividad parlamentaria. Patalean y hacen más ruido que un montón de borricos encerrados en una cuadra pequeña. Sí, me refiero a la marquesa, a sus colegas y a quienes entran al juego. Y eso, que no están en campaña electoral como aquí en Euskadi.

La huelga de hambre de un preso está dejando en evidencia a Bildu, incapaz de condenar las casi 40 agresiones contra un domicilio y locales de partidos políticos. Por otro lado, también demuestra que en el mundo de Sortu hay en este momento debilidad y división y pueden estar aflorando de nuevo complejos y dependencias. Incluso, las declaraciones de sus portavoces parecen más preocupadas en no molestar y no enfrentarse a lo que podría ser una escisión o (ojalá no), por falta de convencimiento para dejar atrás los tiempos de la kale borroka.

Por justificar, se puede justificar hasta que la Tierra es plana, pero de ahí a meter en el mismo saco personas presas y sus derechos y medio justificar con ello las pintadas en los batzokis no tiene ni medio pase. Por otro lado, es poco serio oír a estas alturas acusar de buscar rédito político a quienes las sufren. Tampoco es respetable que, una vez más, el argumento de la paz sirva para tapar la violencia. O se está de acuerdo o no. Y, si no, se condena.

¿Por qué no actuar frente a esa violencia? ¿Preocupa la posible falta de apoyos de ciertas bases? ¿O estamos ante una fractura importante en ese mundo?