sta triple crisis sanitaria, económica y social nos interpela a todos, a título tanto individual como sistémico o estructural. Vamos a tener que actuar y reflexionar de forma casi sincrónica porque el contexto post pandemia va a ser muy duro, catártico en lo económico y en lo social, y este reto exige grandes acuerdos, grandes consensos políticos y sociales. ¿Estamos preparados para ello?

Con frecuencia valoramos de verdad lo que tenemos solo cuando lo perdemos. Con Europa, con nuestro proyecto de vida social en común europeo pasa algo parecido; todo el mundo lo criticamos, seguramente con razón, pero pocas veces nos acordamos de señalar que, con sus muchos defectos e insuficiencias, es, sin duda, el mejor antídoto frente a populismos como el que representa Trump, que simboliza con su insolidaridad y su prepotencia además de mal gusto, tan soez como vulgar, la deriva de un sistema político que deja abandonadas a las personas a su suerte. ¿Vamos a comportarnos así en Euskadi, en España, en Europa?

La dura crisis que se nos anuncia tendrá su más dramático exponente en la vertiente social, mostrando el empobrecimiento y las dificultades vitales de personas y familias que no alcanzan a vislumbrar un futuro con empleo y modos de vida dignos. Por ello hay que situar en el centro del debate la cuestión relativa al alcance y extensión de nuestro sistema de protección social, clave para frenar la desigualdad y para cohesionar más y mejor nuestra sociedad.

Necesitamos hacer realidad el reto de una visión transformadora y de un proyecto compartido; no han de ser palabras huecas, debemos pasar de la retórica discursiva a la acción: sin ese relato compartido, sin el esfuerzo común de agentes públicos y privados, no será posible acometer la ingente tarea que tenemos por delante. El modelo social basado en la sociedad de consumo y el capitalismo global generará, si no se corrige y modula desde lo social, un efecto de creciente desigualdad. En lo económico y social, el reto tiene una doble componente: consolidar e incrementar en lo posible la riqueza social y a la vez reforzar y mejorar los mecanismos de su distribución.

¿Cómo y dónde debemos innovar socialmente para hacer realidad el reto de minorar el impacto de las huellas sociales de la pandemia? En ámbitos como los nuevos modelos de cuidado y salud de las personas mayores centrados en la persona, en los distintos mecanismos para garantizar que toda la ciudadanía tenga acceso a los recursos necesarios para tener una vida digna, en el papel de la Unión Europea respecto a las implicaciones socioeconómicas de la crisis, en la existencia de paraísos fiscales que deben ser investigados para garantizar los recursos necesarios para sostener las instituciones del estado de bienestar o en el impacto específico que esta crisis tendrá sobre la brecha de género, entre otros.

Combatir la desigualdad social exige priorizar la lucha frente a la precariedad, la incertidumbre, la exclusión y, en su versión más extrema, la pobreza que ya asoma tras esta crisis; en su dimensión sanitaria el virus afecta potencial y simétricamente a todo el conjunto de la ciudadanía pero en su dimensión social el efecto sobre esa ciudadanía es tan desigual como lo es la propia sociedad.

¿Es suficiente con mantener la inercia del llamado estado de bienestar o debemos acometer su reforma? Hay que reforzarlo y adaptar su jerarquía de objetivos a la nueva realidad, en cuestiones tan fundamentales como la colaboración público-privada, el papel de la sociedad civil y las estrategias comunitarias o el de poner el énfasis en la redistribución como vía para garantizar su sostenibilidad. Nuestro futuro como sociedad está en juego. Ojalá estemos a la altura de este gran reto intergeneracional.