primeros roces en el Gobierno de coalición. Chispazos de puro protagonismo. Nada grave, de momento. La vicepresidenta Carmen Calvo sigue sin digerir que se le escapa de la mano la innegable proyección mediática y electoral de la causa feminista. Por eso, cuando advierte sin mucho esfuerzo las flagrantes lagunas jurídicas y el verbo mitinero de demasiados párrafos de la futura Ley de Libertad Sexual entiende que es el momento ideal de dar la batalla, propagando el fuego por más de un ministerio amigo. Por ahí se ha abierto una incómoda grieta interna en las puertas del 8-M. Irene Montero ha recogido el guante de su única causa. En compañía del ácido discurso de Pablo Echenique, han devuelto con rapidez la bofetada desde Unidas Podemos, aludiendo a la caspa del machismo porque saben que siempre hace daño. En un tema tan delicado para la opinión publicada, cualquier paso mal interpretado sobre la igualdad se penaliza. Sin embargo, ante la cascada de memes de sola y borracha, las disposiciones inverosímiles para cualquier jurista o las penas poco entendibles, desde el PSOE no han hecho leña del árbol caído. Una vez más por ahí ha aparecido Adriana Lastra para sofocar las tímidas llamas como auténtica mano derecha del presidente cuando estallan los asuntos más delicados.

En cambio, el resbalón de Yolanda Díaz es más grave. Ha pisado un charco por narcisismo puro. Su patética retahíla sobre la respuesta laboral a la histeria colectiva del coronavirus destapa un afán de notoriedad propio de la erótica del poder, incluso en alguien tan preparado como esta ministra gallega. La unánime tromba de descalificaciones a su estéril iniciativa ha irritado demasiado en la Moncloa porque, sin duda, afea la acertada política preventiva del Gobierno en una materia seguida por la ciudadanía a flor de piel en medio del espectáculo de algunas televisiones.

Aún quedaban por venir las correrías de Juan Carlos I para ensanchar un poco más el boquete de la fisura en la coalición de izquierdas. La Corona vuelve a poner en un aprieto a los socialistas para que elijan entre el compromiso de Estado y su ideología. Pablo Iglesias tiene más fácil la elección y de ahí que se haya apresurado a pedir cuentas al rey emérito por esa desmesurada comisión de 1.000 millones sin la compañía de Sánchez. Antes de que el incendio tome cuerpo, nada mejor que celebrar una reunión de urgencia y calmar los ánimos con muchas miradas puestas en Carmen Calvo.

En la derecha, los fuegos se propagan con más facilidad. La insultante petulancia ilustrada de Cayetana Álvarez de Toledo, en su último capítulo con el feminismo amazónico, es un permanente quebradero de cabeza para la sensatez en el PP. Los populares viven en el desasosiego permanente, incapaces de armonizar un discurso propositivo más allá de descalificar al independentismo y al gobierno bolivariano. Peor aún, su gran asignatura pendiente es definir debidamente su relación con Vox: el apareamiento político o la confrontación, el aznarismo o la recuperación del centrismo. La duda existencial les resta credibilidad y les asocia a una imagen de debilidad insultante. La humillación sufrida esta semana por la presidenta de la Comunidad de Madrid y su socio de Ciudadanos ante la ultraderechista Rocío Monasterio es toda una sintomatología del despropósito, apenas amortiguada por el desgraciado protagonismo del coronavirus. Díaz Ayuso se queda sin la enésima vuelta de tuerca a su dumping fiscal porque está en manos de la voluntad de Abascal. Esta derrota no es baladí porque se produce en un terreno de juego donde el unionismo ensaya qué quiere ser de mayor. La presidenta madrileña, la baronesa popular que Casado quiere presentar como garantía para desterrar del poder a los socialistas y amiga ideológica de Álvarez de Toledo, se ha estrellado para desazón de gran parte de su granero electoral. En este patinazo, C's no cuenta porque sigue en el diván buscando cómo evitar su pronosticada inanición.

Toda una radiografía de desavenencias que acogen con derecho propio el cainita pulso del independentismo catalán. La abierta confrontación estratégica entre Puigdemont y Junqueras podrá trastabillar la incipiente mesa de diálogo pero, de momento, le está haciendo un flaco favor a la consistencia de la apuesta soberanista. Aquí la quiebra es mucho más seria.