A estas alturas igual usted no tiene ningún interés en leer más sobre el Gobierno de Madrid. Es entendible por los recursos dedicados, el tiempo perdido que ha dado ventaja a la ultraderecha, los claroscuros de los acuerdos entre los partidos socios de Gobierno o las dudas que genera apoyar a quien no ha cumplido en estos casi dos años lo prometido.

Las ideas no mejoran por insultar a otras personas. A día de hoy todavía resuenan los despropósitos y las malas formas utilizadas en el Congreso; fundamentalmente por la derecha que se ha asilvestrado y enfangado el debate de una manera inaceptable. Porque argumentos serios no ha habido y los esgrimidos de golpe de Estado, ilegitimidad de la presidencia de Sánchez o intentar resucitar a ETA? son de risa.

Aplausos, agravios, gritos, provocaciones, defensa de la fuerza bruta, apropiación de los símbolos (incluso de la monarquía, aunque no es lo más preocupante), falsificación de la historia más próxima o actitudes maleducadas y faltonas, entre otros despropósitos, demuestran la calaña y el poco nivel de la gente del Arriba España.

La historia imperialista española y el franquismo les ha calado profundamente y siguen sin ver, como en el aforismo del científico Georg Lichtenberg, que lo importante no es que el sol jamás se ponga en los dominios de un monarca -algo de lo que en otro tiempo se jactaba España-, sino lo que pueda ver a su paso por ellos.

Con mis impuestos no quiero que se mantenga a personas de tan bajo nivel: no hay derecho a que se comporten inadecuadamente quienes representan a la ciudadanía. Cobran por trabajar y no es mucho pedir que lo hagan con educación, como el resto en nuestros centros de trabajo. Imagino que habrá muchos españoles y españolas avergonzadas por esa representación política que cree que al amparo de la bandera se puede hacer de todo.

La presidencia y Mesa de la Cámara debería ser dura aplicando el reglamento y expulsando del hemiciclo a quienes no respeten los mínimos. Tengo experiencia parlamentaria a lo largo de muchos años; recuerdo situaciones difíciles en los debates y un momento especialmente violento en uno en defensa del euskera en Nafarroa, pero nunca tanta desfachatez, fanatismo y rabia en contra de los y las adversarias políticas.

A partir de ahora tampoco parece que podamos esperar debates pausados y respetuosos, ya que, vistas las amenazas y actitudes de la derecha que no ha digerido perder, se presenta una legislatura de frentismos brutales y marcada por intereses muy opuestos. Mejor nos aplicamos unas dosis de estoicismo e intentamos controlar con valentía las perturbaciones que seguro nos provocarán determinadas voces políticas. Gero gerokoak (¡ya se verá!), como se dice en euskera. Entretenido será seguro.

Está claro que parte de sus señorías necesitan reciclarse en principios básicos de cortesía, educación y valores (tolerancia, respeto?), y recordar que insultos y mentiras nada tienen que ver con la libertad de expresión. Si en el Congreso se permiten el agravio, la mofa, la infamia, el escarnio, la ordinariez y la desvergüenza, no debería sorprender (ni estar sujeto a pena o sanción alguna) que se les pudiera tratar de la misma manera por la calle o en sus actos políticos públicos.

La lista de improperios posibles a utilizar como, por ejemplo, liquidadores de la democracia, fascistas o defensores de la violencia contra las mujeres sería larga. Soy contraria a ese tipo de comportamientos, pero los han legitimado en la Cámara. Lo peligroso es que nos han metido en una espiral preocupante, ya que si esos próceres (teóricos) pierden la vergüenza no podrán esperar el respeto de la ciudadanía.